Emilio de Miguel Calabia el 07 may, 2023 Barfield comienza el relato de la Historia afgana en 1500, cuando el país era el punto de encuentro de tres grandes imperios: los uzbekos, los mogoles de la India y los safavidas persas. Fue también ese el momento en el que los pashtunes comenzaron a adquirir cierta prominencia. Dos clanes pashtunes, los Abdali y los Ghilzai, aprovecharon la rivalidad entre safavidas y mogoles por Qandahar y el sur de Afganistán para afianzar su poder y en el camino aprendieron cómo se administra un territorio, gentileza de los safavidas. La rivalidad fue ganada en última instancia por los safavidas, que se hicieron con el sur del país. A comienzos del siglo XVIII el poder militar de safavidas y mongoles comenzó a declinar muy deprisa. Los pashtunes aprovecharon la oportunidad. Por un lado provocaron la destrucción de la dinastía safavida y por otro crearon el caos en la frontera oeste del imperio mogol, debilitándolo. Quien mejor aprovechó la coyuntura fue el turcómano Nader Shah Afshar (1736-1747), que se apoderó de Persia y conquistó Delhi. Su imperio fue breve. Once años hasta su asesinato en 1747, que creó un vacío de poder que los pashtunes abdalies aprovecharon para crear el primer Estado afgano independiente, el imperio durrani. El imperio durrani se benefició de la obra previa de Nader Shah y se apoderaron de regiones que éste ya había conquistado: Jorasán, Turkistán, Punjab y Sind. El fundador del imperio, Ahmad Jan (más tarde Ahmad Shah) había sido guardaespalda personal de Nader Shah. Ahmad fundamentó su ascenso al poder en el control sobre una parte importante de las tropas y del tesoro afsharíes. La paradoja del imperio durrani es que el núcleo del imperio,- Afganistán-, era más pobre que sus regiones fronterizas. Ahmad Shah hubiera podido hacer como los mogoles en su día: utilizando Kabul como plataforma, conquistar la India. Ante los nuevos poderes que estaban surgiendo en el oeste de la India al hilo de la decadencia de los mogoles, Ahmad se conformó con una política de raids que le proporcionasen los ingresos que el núcleo de su imperio no le proporcionaba. La base de su imperio era su ejército, lo que le forzaba a estar continuamente en campaña para capturar los botines necesarios para financiarlo. Un problema con este sistema era que buena parte de sus tropas, especialmente las irregulares, no estaba dispuestas a emprender largas campañas, lo que dificultaba que Ahmad Shah pudiera consolidar sus conquistas. Otro problema es que a menudo tuvo que dejar a gobernantes locales al frente de las provincias con el riesgo de que se rebelasen al menor signo de debilidad de Ahmad. Su sucesor, Timur Shah, trasladó la capital de Qandahar a Kabul, fuera del área pashtun para reducir su influencia, y se rodeó de tropas qizilbash. Timur llevó a cabo una política prudente, buscando administradores de clases bajas, que no pudieran ni soñar en montarle conspiraciones palaciegas, y gestionando sus finanzas con cuidado. Esta política habría podido funcionar con un Estado más pequeño, pero el imperio durrani necesitaba de continuas campañas militares para mantener su prestigio y el control sobre las regiones más periféricas. Timur terminó de complicar las cosas muriéndose en 1793 sin haber designado un heredero. Los siguientes años fueron de guerras civiles entre los príncipes sadozai popalzai, todos ellos descendientes de Ahmad Shah. El linaje de los barakzai muhammadzai, que habían servido como visires a varios de los príncipes sadozai, vio que había llegado su oportunidad. No obstante, la idea de la legitimidad de los sadozai era tan fuerte, que se conformaron con ser quienes controlaban el poder real en la sombra. Mientras los afganos se peleaban entre ellos, las partes más ricas de su imperio en India y Persia se desgajaron y se perdieron para siempre. Fueron estos conflictos internos los que crearon las condiciones propicias para el estallido de la primera guerra anglo-afgana. Tras un sinfín de vicisitudes, en 1826 subió al Trono el barakzai Dost Muhammad. Muchos en Afganistán le consideraron un gobernante ilegítimo, al no ser sadozai. Dost Muhammad heredó un reino truncado y empobrecido, donde apenas sí lograba controlar Kabul y alrededores. Los ingleses en la India veían Afganistán como un territorio clave cuyo control era necesario para crear un Estado tampón que protegiese la India británica de posibles ambiciones rusas. La presencia del depuesto Shah Shuja puso en sus manos un peón que no pudieron resistirse a jugar. Poco importaba que Shah Shuja fuese viejo e impopular y que Dost Muhammad fuera enérgico y carismático. La historia de esta apuesta desastrosa de los británicos la ha contado muy bien William Dalrymple en “The Return of the King” y yo la conté en este blog en agosto-septiembre de 2021. Barfield hace una lectura antropológica de los sucesos que condujeron a la Primera Guerra Anglo-Afgana de gran interés. Para empezar, Dost Muhammad se rindió a los británicos, justo cuando acababa de derrotarlos al norte de Kabul con ayuda de los tayikos que se habían rebelado. La explicación de Barfield es que Shah Shuja tenía mejor derecho por ser un sadozai y eso era lo que contaba para los afganos. Los británicos lo mandaron al exilio en la India con todos los honores; en Afganistán,- y eso los británicos lo sabían-, uno rara vez ejecuta a un jefe enemigo derrotado ya que lo puede necesitar cuando se produzca el próximo reparto de cartas. Los británicos quisieron reorganizar el Estado afgano y mejorar sus finanzas. Shah Shuja, que era parte del antiguo sistema, trató de oponerse, lo que llevó a que los británicos acabasen haciéndose con el control de la Administración. Conociendo sus métodos, lo más probable es que se hubiesen hecho con el control de la Administración sí o sí. Con la sutileza que les caracteriza propia de toros en cacharrería, suprimieron el sistema antiguo, en el que el rey hacía pagos a la élite y a la caballería feudal de escaso valor militar y trataron de centralizar el sistema, privando a los líderes regionales del patronaje que venían recibiendo de Kabul. Es decir, de un plumazo se cargaron el pegamento que mantenía unido al Estado afgano. Un problema adicional es que con las tropas británicas vino una gran cantidad de dinero. Los comerciantes se beneficiaron, pero la élite tradicional feudal no vio una libra de ese dinero. Los británicos dijeron “misión cumplida” (frase que un presidente norteamericano repetiría 160 años después en Iraq con las mismas consecuencias desastrosas); querían recortar gastos, aunque eso supusiese recortar los subsidios de tribus de lealtades sospechosas. El malestar acabó estallando en un motín en Kabul. La llegada de Muhammad Akbar, el hijo de Dost Muhammad, dio un líder y un objetivo a lo que no era más que un tumulto causado por el descontento. El resultado final fue la aniquilación de la fuerza expedicionaria británica y su salida de Afganistán. Hubo varios elementos que fueron novedosos en este episodio. El primero fue que por primera vez la religión jugó un papel en la política afgana. De pronto surgieron dudas de si Shah Shuja no habría perdido su legitimidad por haber recurrido a los infieles. Otra novedad es que por primera vez fueron las tribus marginadas, especialmente los pashtunes ghilzai y los tayikos de Kohistán, las que tomaron la iniciativa y no las élites. No obstante, los rebeldes no aprovecharon la ocasión para hacerse con el poder; les bastaba con poder escoger al líder de la élite barakzai o sadozai que más les interesara y colocarlo en el Trono. Dost Muhammad regresó al Trono en 1843 y heredó, cortesía de los británicos, un Estado más fuerte que el que dejó. Sobre todo le beneficiaron la creación de un Ejército profesional y un régimen fiscal mejorado. Asimismo los jefes tribales durranis habían perdido poder y los sadozai habían dejado de ser un factor político. Dost Muhammad alcanzó, además, un entendimiento con los británicos: ellos no interferirían en la política interna afgana y él no les causaría problemas en la India. Cada parte sacó sus propias conclusiones de la Primera Guerra Anglo-Afgana. Los británicos aprendieron que Afganistán era ingobernable y que convertirlo en colonia supondría un gasto enorme para obtener muy pocos beneficios. El curso de acción más económico era limitarse a controlar su política exterior, dejándoles que se matasen entre sí. La élite durrani observó que eran las rebeliones populares las que habían salvado la independencia del país, lo que implicaba que una rebelión popular también podría terminar con su régimen. El corolario era que hacía falta crear un Estado fuerte con un Ejército profesional central. Otra lección que aprendieron fue que las fuentes de legitimidad tradicional ya no bastaban; en lo sucesivo los emires durrani se presentarían como los defensores de la independencia nacional y de su identidad religiosa. Historia Tags AfganistánAhmad ShahDost MuhammadImperio durraniNader Shah AfsharPashtunesPersia safavidaPrimera guerra anglo-afganaShah ShujaThomas BarfieldTimur Shah Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 07 may, 2023