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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Una fuerza (diplomática) de la naturaleza (y 3)

Emilio de Miguel Calabia el

Si Al Gore hubiera ganado los votos del Colegio Electoral en 2000 y hubiera conquistado la Presidencia, muchos aventuran que Holbrooke hubiera sido su Secretario de Estado. Puede, pero nunca lo sabremos. En 2004 fue el asesor para asuntos internacionales del candidato demócrata John Kerry. Es muy probable que si éste hubiera ganado, le hubiese nombrado Secretario de Estado. Pero el caso es que perdió.

2008 era el año en que Holbrooke finalmente iba a apostar por caballo ganador. Tras dos mandatos desastrosos de un Presidente republicano, estaba claro que era el turno de los demócratas y más concretamente de Hillary Clinton, a la que Holbrooke había cortejado debidamente. Que de repente un Senador poco conocido de Illinois, Barack Obama, se hiciera con la nominación demócrata fue un shock para Holbrooke, que no tenía contactos con el equipo de Obama. Como muchos otros miembros del establishment demócrata, había considerado a Obama un advenedizo y lo había despreciado. Peor que eso, los miembros del equipo de Obama que le habían tratado tenían una opinión mala de él; su personalidad iconoclasta y excesiva no casaba con el tono de normalidad aburrida que Obama quería dar a la Casa Blanca. El que luego sería Vicepresidente, Joe Biden, le dijo a Obama que Holbrooke “era el hijo de puta más egoísta que me haya encontrado nunca”.

Los meses posteriores a la designación de Obama, Holbrooke los pasó intentando congraciarse con Obama y su equipo. Consiguió una entrevista con Obama dos días después de las elecciones y logró cagarla en el primer minuto. Obama le saludó “¿qué tal, Dick?” (Dick había sido su apodo habitual) y Holbrooke le corrigió, diciendo que su mujer prefería que le llamasen “Richard”. Hay que tener mucho ego para corregirle por una nimiedad a un Presidente recién elegido al que has ido a pedirle un cargo.

Todo no estaba perdido para Holbrooke, porque Hillary Clinton fue nombrada Secretaria de Estado por Obama. Ésta quiso nombrarle Vicesecretario de Estado, pero parece que Obama vetó a “Dick” Holbrooke. Aun así, Clinton le tenía el suficiente aprecio y era consciente de su valía profesional como para ofrecerle algún puesto relevante. Así fue como Holbrooke consiguió el puesto más difícil del mundo, “Enviado Especial para Afganistán-Pakistán”.

Su desempeño en dicho puesto está muy bien contado por Ronan Farrow, que fue miembro de su equipo, en “War on Peace. The Decline of American Influence”. En el relato de Farrow, Holbrooke adquiere tintes de personaje de tragedia griega. Es una Casandra, que ve claramente hacia donde se encamina la intervención norteamericana en Afganistán, pero a quien nadie le hace suficiente caso. La impresión que da a veces es que el cargo envenenado se lo habían dado para que el niño se entretuviera y no diera demasiado la lata en el Departamento de Estado.

El plan de Holbrooke para conseguir la paz era tan simple como inteligente: aprovechar el incremento de tropas ordenado por Obama al comienzo de su mandato para llevar a los talibanes a la mesa negociadora, una estrategia similar a la que había aplicado con éxito en Dayton y que respondía a su idea de que la baza militar hay que utilizarla cuando resulta oportuna, pero siempre supeditada a los objetivos civiles. Frente a la mayoría, que sólo quería negociar con líderes talibanes menores, pensando que estaban menos ideologizados y que resultaría más fácil atraérselos, Holbrooke era partidario de negociar con el liderazgo supremo talibán. Su ego y su manera de manejar a los medios, que tanto le habían servido en Dayton, no eran herramientas que gustaran en la Administración Obama.

En julio de 2010, el Comandante en Jefe de las fuerzas norteamericanas en Afganistán, el General McChrystal, fue cesado fulminantemente por un artículo publicado en la revista Rolling Stone, en el que se recogían diversos comentarios “non sanctos” de McChrystal y de su equipo. El cese de McChrystal fue un desastre para Holbrooke, que había logrado desarrollar una relación de trabajo aceptable con él y le había atraído a su idea de que había que negociar. El sucesor de McChrystal, David Petraeus, no le compró la idea. No creía que la reconciliación fuera posible, al menos por el momento.

Decían los griegos que a la persona no se la conoce hasta el final. A menudo es en el momento de la muerte cuando la verdadera esencia de la persona se define. Holbrooke tuvo una muerte digna de él.

El 11 de diciembre de 2010 llegó tarde a una reunión con Hillary Clinton y su equipo, en la que iban a hablar sobre las negociaciones con los talibanes. De repente se empezó a poner mal. Se le había roto la aorta. Se lo llevó rápidamente una ambulancia. En el camino al hospital, a una intervención en la que sabía que tenía menos del 50% de salir vivo, fue dictando una serie de notas inconexas a su asistente: “disección de la aorta… riesgo de la operación >50%”; “S [ecretaria de Estado Clinton] ¿por qué siempre juntos para las crisis de salud?” [el año anterior él había estado con ella cuando se cayó y se fracturó el codo]; “hijos, cuanto los quiero + hijastros”; “el mejor personal de la historia” [se refería al equipo que le apoyaba como Enviado Especial]; “no le dejéis que muera aquí, quiere morir en casa con su familia” [ese deseo no se cumplió. Murió dos días después de la operación]; “Decid a Frank que se haga cargo” [se refería a la persona que tendría que sustituirle]; “Amo a tanta gente… me queda mucho por hacer… mi carrera en el servicio público se ha terminado”.

Apostilla: Me ha costado escribir esta entrada porque no estaba seguro de qué enfoque darle. A ratos adoraba a Holbrooke: un hombre inteligente y perceptivo, capaz de rasgos muy humanos, valeroso, dispuesto a todo. En otros momentos, le veía como un ególatra, ocupado en el autoengrandecimiento, pisando a quien hubiera que pisar y dispuesto a trepar a toda costa.

Primero pensé en centrarme en los momentos clave de su trayectoria profesional: los inicios en Vietnam, los acuerdos de paz de Dayton y su cargo de Enviado Especial para Afganistán-Pakistán. Luego vi que lo que más me interesaba del personaje era su persecución del espejismo del cargo de Secretario de Estado. Todos los demás logros quedaron un tanto empequeñecidos por el fracaso de no haber conseguido la oposición que más ambicionaba y no la consiguió porque las circunstancias siempre se la arrebataron cuando parecía que estaba a punto de conseguirla. Así es como los dioses juegan con los humanos: arrebatándoles su sueño más querido, cuando parecía que estaban a punto de alcanzarlo.

Hablé de mi visión ambivalente sobre el personaje, pero releyendo sus últimas palabras, me he reconciliado con él: “Amo a tanta gente… me queda mucho por hacer…”

 

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