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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

¿Por qué pensamos que China se tenía que democratizar? (y 4)

Emilio de Miguel Calabia el

A pesar de Tiananmen y de los pocos signos de apertura, Occidente siguió apostando a la apertura democrática de China. ¿Por qué? Para empezar, las compañías occidentales estaban haciendo mucho dinero en China o, al menos, esperaban hacerlo; lo último que querían era que sus gobiernos rompiesen los puentes. China, por su parte, en estos años llevó a cabo una política exterior muy prudente, siguiendo los consejos de Deng Xiaoping tras Tiananmen: observar tranquilamente, mantenerse firme, responder cuidadosamente y esconder las capacidades propias para ganar tiempo. En 1990, cuando el Consejo de Seguridad de NNUU autorizó a los miembros de la organización a utilizar todos los medios necesarios para sacar a Iraq de Kuwait, China se abstuvo.

Jiang Zemin realizó gran número de viajes al extranjero y transmitió la imagen que Occidente deseaba ver: un líder serio y colaborador, articulado y que sabía cómo mostrarse asertivo cuando hacía falta, pero sin exagerar la nota. Aunque en lo político no hubiese reformas de calado que reseñar, las reformas en lo ecónomico en dirección hacia una economía de mercado eran impresionantes.

Fue entonces cuando EEUU tuvo la genial idea de dar el espaldarazo definitivo a China, facilitando su ingreso en la Organización Mundial del Comercio. Dos citas para mostrar lo que los líderes norteamericanos esperaban de este ingreso. Bill Clinton: “Cuando más liberalice su economía china, más completamente liberará el potencial de su pueblo. Y cuando los individuos tengan el poder de no sólo soñar sino de realizar sus sueños, pedirán un mayor poder de decisión.” George W. Bush, por su parte, pronunció uno de sus pronósticos clarividentes, como el de “misión cumplida” en Iraq: “La libertad económica crea el hábito de la libertad. Y el hábito de la libertad crea las expectativas de democracia. Comercia libremente con China y el tiempo está de nuestro lado.” Pero no fue sólo un error presidencial. Todo el tiempo tuvieron a los lobistas de las grandes compañías, que veían a China como una tierra de oportunidad, susurrándoles al oído que era una buena idea.

Stewart Paterson en “China, Trade and Power: Why the West’s Economic Engagement has Failed?” recrimina la ingenuidad de los presidentes norteamericanos, aunque era una ingenuidad compartida por todo el establishment, por republicanos y demócratas. Paterson dice que hemos ayudado a que los niveles de vida en China crecieran, pero eso no volvió más democrático al sistema. Al contrario, legitimó al PCCh, que estaba mejorando la vida de sus ciudadanos. Mejor aún, puso a China en la carrera hacia la hegemonía, ya que le otorgó un predominio sobre las manufacturas globales que China pronto convirtió en poder e influencia geopolíticas.

El período de Hu Jintao (2002-2012) fue el penúltimo momento en el que Occidente pudo hacerse la ilusión de que la democratización de China estaba a la vuelta de la esquina. Hu había pertenecido al círculo de Hu Yaobang, aunque consiguió que su caída no le afectase. Era un hombre que rehuía el conflicto, cuyo perfil era más bien bajo; más un gestor que un ideólogo. De hecho daba la impresión de que sus alusiones al marxismo-leninismo eran más pro-forma, que realmente sentidas. Un ejemplo de su carácter: cuando estalló la epidemia del SARS en 2003, China se excusó por no haber reaccionado antes, después de que se hubiese revelado que funcionarios locales habían ocultado la seriedad del brote inicial. Cabe hacer más comentarios elogiosos, pero tenía un defecto importantísimo que ningún líder comunista se puede permitir: no era un hombre que proyectase poder ni que supiese imponerse.

Hu tenía una genuina preocupación social y quiso reducir la pobreza rural y mejorar los salarios de los obreros; también demostró una cierta preocupación medioambiental. Ocasionalmente hablaba vagamente de reformas democráticas, aunque en ese campo su Primer Ministro Wen Jiabao era un poco más expresivo. Durante su mandato la libertad de expresión mejoró. Consideraba que resultaba preferible dejar a los descontentos la válvula de escape de poder protestar.

Para que nada faltase, su Primer Ministro Wen Jiabao era un hombre que daba la impresión de que se preocupaba sinceramente de la calidad de vida del pueblo. Su comportamiento con ocasión del terremoto de Sichuan de mayo de 2008 estuvo lleno de compasión y preocupación genuina por los afectados. Poco después, desde el inicio de su segundo mandato comenzó a abogar por la introducción de reformas políticas y una mayor participación democrática de los ciudadanos.

Como de costumbre con China, nos entusiasmamos con el envoltorio y no vimos lo que había dentro del paquete. A continuación voy a referir una serie de hechos que hubieran debido hacer reflexionar a los optimistas que barruntaban una China a punto de hacerse democrática.

En 2005 se publicó un Libro Blanco sobre la Construcción de una Democracia Política en China. Lo más optimista era el título en sí, porque el resto… El sistema político se definía como una democracia socialista con características chinas, en la que la teoría marxista de la democracia se combinaba con la realidad de China y asimilaba los elementos democráticos de la cultura tradicional e institucional china. A este respecto convendría anotar que el pensamiento y la práctica políticas chinas clásicas no dejan mucho espacio al ejercicio de la democracia. La tradición filosófica más antiautoritaria, el taoísmo, es tan peculiar que puede tener tanto lecturas casi totalitarias como otras completamente anarquistas. Para mí, las tres frases clave del documento, que no dejan lugar a engaños son: “La democracia china es una democracia popular bajo el liderazgo del PCCh”; “La democracia china es una democracia garantizada por la dictadura democrática popular”; “ La democracia china es una democracia con el centralismo democrático como el principio organizativo y modo operativos básicos”. El documento ciertamente abría algunos portillos, pero siempre en el marco de los principios inmutables que acabo de citar.

En 2007 hubo nuevo Libro Blanco, en esta ocasión sobre el sistema de partidos políticos. Aunque cueste creerlo, China no es en puridad un régimen de partido único. Desde la creación de la República Popular ha existido un frente unido entre el PCCh y ocho pequeños partidos que le apoyaron en la última etapa de la guerra (la Liga Democrática China, la Asociación para la Construcción Democrática Nacional de China, la Sociedad Jiusan, el Comité Revolucionario del Kuomintang Chino, el Partido Democrático de los Campesinos y Obreros de China, el Partido Zhi Gong y la Liga del Autogobierno Democrático de Taiwán). La doctrina oficial del PCCh resume las relaciones entre los partidos del Frente Unido como “coexistencia a largo plazo, supervisión mutua, cuidar unos de otros, disfrutar del honor y la vergüenza juntos.” La realidad es que en ocasiones el PCCh les puede consultar y ahí acaban sus funciones.

El Libro Blanco, como cabía esperar, trazó una descripción más halagüeña del “sistema de cooperación multipartidista” y habló de participación política, expresión de intereses, integración social, supervisión democrática y mantenimiento de la estabilidad. No está claro ni cuál era el objetivo del Libro Blanco, ni qué lectura exacta cabía hacer del mismo. Mi interpretación es que se trataba no de cambiar el modelo político, sino de hacerlo un poco más inclusivo y capaz de acomodar otras sensibilidades pero, eso sí, dentro de un orden.

En resumen, la época de Hu Jintao y Wen Jiabao puede verse como un momento de levísima apertura, pero siempre dentro del sistema. Puede que ellos mismos hubiesen querido una liberalización mayor, pero ésta es la ironía de los sistemas comunistas. Si uno quiere abrir la mano, tiene que enfrentarse a la mayoría del partido, pero si uno quiere cerrar el puño y crear un liderazgo fuerte y férreo, seguramente encontrará a buena parte del partido dispuesto a seguirlo.

En 2013 Xi Jinping asumió el liderazgo del país. Como de costumbre muchos sinólogos lo saludaron con entusiasmo, pensando que sería el heraldo de la democracia o de algo que se le pareciera. Era un hombre que había sufrido mucho durante la Revolución Cultural. Culto, leído, austero… Creo que acabaron desengañados.

 

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