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Pakistán. Entre la mezquita y el Ejército (4)

Emilio de Miguel Calabia el

(No sé cómo con este careto el futuro dictador Zia ul-Haq convenció a Ali Bhutto de que no era peligroso)

Zia ul-Haq emprendió una campaña para islamizar el país y entre decreto y decreto aún encontró tiempo para sentenciar a muerte a Bhutto. De pronto su objetivo dejó de ser convocar nuevas elecciones como había anunciado cuando dio el golpe de estado, sino fortalecer el Islam. Según Zia ul-Haq el 99% de la población quería leyes islámicas. Zia recurrió a los partidos religiosos para obtener apoyo e inspiración ideológica, aunque tuvo que acabar reconociendo que el principal de ellos, el Jamaat-e-Islami estaba poco capacitado para gestionar un Estado islámico moderno. Ello le llevó a apelar a clérigos y líderes espirituales islámicos de todo el mundo. La facilidad con la que les concedió visados convirtió a Pakistán en el sitio de moda para los islamistas del mundo, que podían trabajar allí con más libertad que en sus propios países.

Las políticas islamizadoras de Zia acentuaron las divisiones sectarias entre sunníes (el 90%) y shiíes (el 10%). La posición de las mujeres se vio degradada; por ejemplo, su testimonio en ciertos procesos valía la mitad que el de un hombre. Se les obligó a cubrirse la cabeza, se restringió su papel en los deportes y las artes escénicas, se las discriminó en cuestiones financieras. Una de las justificaciones para estas leyes es que el sistema “quiere proteger a las mujeres de preocupaciones innecesarias”. Se introdujeron castigos considerados islámicos como la flagelación o la lapidación, aunque lo cierto es que apenas se aplicaron.

Zia reforzó lo que hasta entonces había sido una tendencia hacia una progresiva islamización de la sociedad. Se pasó claramente de una indefinida República Islámica a un Estado islámico autoritario. Zia pensaba que la islamización contribuiría a la consolidación y la unión de Pakistán. Zia incrementó el papel de los clérigos en la Administración y les permitió fundar instituciones educativas. Los libros de texto se reescribieron desde un punto de vista islamista e incluyeron frases tan bonitas como “Pakistán era una fortaleza del Islam” o “los musulmanes vinieron a este país, trayendo una cultura y civilización limpias y elegantes”. La Partición se explicó de la siguiente manera: “Los hindúes querían controlar el gobierno de la India después de la independencia. Los británicos se pusieron de su parte, pero los musulmanes no aceptaron esta decisión”.

Las políticas islamizadoras de Zia tuvieron unas consecuencias sociales enormes. Los funcionarios mostraron externamente su piedad y respeto de la observancia religiosa para conseguir ascensos. Organizaciones religiosas que hasta entonces habían sido apolíticas, se politizaron al haber tenido acceso a los pasillos del poder. Los grupos de estudiantes islámicos en las universidades se vieron apoyados e incluso se les permitió hacer campaña para conseguir el despido de profesores laicos que no se amoldaban a las tesis oficiales sobre las relaciones entre Pakistán y el Islam. Las madrasas vieron sus diplomas homologados con los universitarios.

La invasión soviética de Afganistán en 1979 representó un golpe de suerte para Zia. De pronto Pakistán se había convertido en un Estado de la línea del frente para frenar el expansionismo soviético y cualquier aspiración que tuviera de alcanzar el Océano Índico. Ah, y el retorno prometido a la democracia dejó de interesar al mundo. Aprovechando la coyuntura, Zia enmendó la Constitución por decreto y se atribuyó nuevos poderes, al tiempo que purgaba el Tribunal Supremo.

Pakistán asumió el papel de distribuir las armas que los norteamericanos suministraban. Podría parecer un papel secundario, pero contribuyó al objetivo último de Pakistán de controlar Afganistán. Afganistán le interesaba por dos motivos. Las FFAA estaban convencidas de que controlar Afganistán le daría profundidad estratégica en caso de un conflicto con la India. Por otra parte la mayoría étnica en Afganistán la representaban los pashtunes, que tenían primos en el lado pakistaní de la frontera que solían ser difíciles de controlar. Controlando Afganistán sería capaz de gestionar su propio problema pashtun. El ISI sería el protagonista de la política afgana. Él decidiría qué grupos insurgentes recibirían ayuda y se ocuparía de entrenarlos y adoctrinarlos políticamente.

Zia ul-Haq murió en 1988 en un extraño accidente aéreo que nunca se ha aclarado. Le sustituyeron el presidente del Senado Ishaq Jan y el comandante en jefe del Ejército, el general Mirza Aslam Beg. En ese binomio siempre estuvo claro que Beg estaba por encima de Ishaq. Ambos hubieran querido seguir con las políticas de Zia ul-Haq, especialmente con la del apoyo a los islamistas en Afganistán. Pero con la retirada soviética, Pakistán había dejado de ser tan interesante para EEUU y cabía que éstos empezasen a presionarle en dos cuestiones: su programa nuclear y la falta de democracia. Otro problema añadido era que los militares ya no eran tan populares después de 11 años de dictadura.

Los militares permitieron que se celebrasen elecciones democráticas en 1988. Las elecciones las ganó el PPP (Partido del Pueblo Pakistaní), que lideraba Benazir Bhutto, la hija del ejecutado Zulfikar. El PPP las ganó sin mayoría suficiente. Los militares habían apoyado a la Alianza Democrática Islámica (IJI), que obtuvo algo menos de la mitad de los escaños que el PPP. El ISI muñió una solución para una aritmética parlamentaria endiablada. Permitiría que Benazir fuese designada primera ministra a cambio de que Nawaz Sharif, el líder más relevante del IJI, fuera elegido ministro principal del Punjab, la mayor provincia del país. Utilizando los recursos clientelares de la región, Sharif se convertiría en un opositor terrible para Bhutto.

El mandato de Bhutto fue extremadamente difícil. Aparte de la inquina que le tenía Sharif, los sectores islamistas y el Ejército le pusieron todos los palos en las ruedas que pudieron. Un ejemplo: mientras ella estaba intentando normalizar las relaciones con la India, el ISI estaba apoyando la insurgencia en Cachemira.

Bhutto cometió numerosos errores, fruto de su inexperiencia política. No desarrolló relaciones de trabajo que funcionasen con las provincias e incluso se malquistó con la muy influyente provincia de Punjab. No supo atajar la violencia en su provincia natal del Sindh. No supo reaccionar antes las alegaciones de corrupción en el PPP y en su propia familia. Desafió al Ejército y, peor todavía, no le apoyó en su política afgana. Para el Ejército, la perspectiva de un mandato exitoso de Bhutto se convirtió en su peor pesadilla, pero tampoco podían desembarazarse de ella, porque EEUU la veía con buenos ojos y temían las consecuencias de una salida forzada de Bhutto.

 

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