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Los papeles de Afganistán (3)

Emilio de Miguel Calabia el

De los muchos errores que EEUU cometió por exceso de hybris y por desconocimiento del terreno y que detalla Whitlock, me voy a centrar en dos: la creación del Ejército afgano y la erradicación de los cultivos de opio.

La creación de un Ejército afgano creíble era una prioridad para EEUU, ya que la expectativa era poder traspasarle eventualmente la seguridad para entonces retirar las tropas. Se trataba de un asunto tan importante, que fue uno de los aspectos en los que lo que decían las declaraciones y lo que era la realidad estaba más alejado. Según el teniente general David Barno, comandante de las fuerzas norteamericanas en Afganistán, a los talibanes les aterraba enfrentarse al Ejército afgano “porque, cuando lo hacen, los terroristas acaban mordiendo el polvo.” El teniente general Walter Sharp, director de planes estratégicos y políticas del Estado Mayor, declaró ante el Congreso que el Ejército afgano “estaba desempeñándose de maravilla” y que se había convertido en “una fuerza sumamente profesional y multiétnica”. Más próximo a la verdad estaba lo que dijo el teniente general Douglas Lute al programa “Lessons Learned”: “Tenemos [las fuerzas afganas] que nos merecemos.”

El primer error fue no haber priorizado la formación de las FFAA afganas al comienzo, cuando los talibanes habían sido derrotados y no representaban una amenaza mayor. Rumsfeld quería hacer la guerra a lo barato y se resistía a invertir en la formación de militares. Pensaba que, si acaso, era un gasto que tenían que asumir los aliados. Rumsfeld acabó forzando las cosas para que el programa de instrucción se limitase a 50.000 efectivos, menos de la mitad de lo que había pedido el gobierno afgano. Al final EEUU acabaría pagando unas FFAA y policiales de 352.000 efectivos, aunque nunca se sabría cuántos eran reales y cuántos eran fantasmas que figuraban en nómina para que sus jefes pudieran cobrar sus haberes.

El segundo error fue tratar de crear un Ejército a imagen del norteamericano sin atender a las condiciones sobre el terreno. “Entre un 80 y un 90% no sabía leer ni escribir. Algunos no sabían contar o no se sabían los colores. Aun así, los estadounidenses esperaban que hicieran presentaciones en PowerPoint y operaran complejos sistemas de armamento.” A esto se añadía la necesidad de traducir del inglés a las tres principales lenguas afganas, el dari, el pashtún y el uzbeko; el galimatías era tal que en ocasiones terminaban hablando con las manos o haciendo dibujos en el suelo. Al final se daban casos tan surrealistas como el del instructor que tuvo que explicarles a sus pupilos cómo se embarcaba en un avión militar: “Cuando lleguéis allí, habrá una cosa llamada helicóptero […] Mirad. Esto es un avión. Tocadlo.”

A partir de la segunda mitad de 2005, comenzó a apreciarse que los talibanes se estaban fortaleciendo y la situación de seguridad se deterioraba. Los comandantes sobre el terreno no paraban de enviar avisos. En Washington no se les quería escuchar porque estaban demasiado ocupados con Iraq y porque no querían asumir las consecuencias del resurgir talibán, que implicaba que las tropas norteamericanas se quedarían atadas en Afganistán por muchos años. La Administración Bush optó entonces por edulcorar las cosas y mandar mensajes de optimismo. En una entrevista con Larry King en la CNN en diciembre de 2005, Rumsfeld dijo que las cosas iban tan bien en Afganistán, que iban a retirar entre 2.000 y 3.000 efectivos, el 10% de los que tenía EEUU en el país. Bush,- el mismo que en Iraq dijo lo de “misión cumplida”-, hizo una visita sorpresa a Afganistán en marzo de 2006 y celebró que se hubiera creado una democracia, que hubiera una prensa libre, que hubiera escuelas para las niñas y que cada vez hubiera más emprendedores. “Estamos impresionados con el progreso que está haciendo su país”, le dijo a Karzai. Mientras que la Embajada norteamericana en Kabul advertía de cómo la situación se estaba deteriorando, el teniente general Eikenberry, comandante de las FFAA combinadas, dijo en una entrevista en septiembre de 2006: “Estamos ganando, pero también diré que no hemos ganado aún” y añadió que perder no era una opción. No sé si el público se daría cuenta de que le estaban hablando de una guerra que ya se había dado por ganada en 2002.

La erradicación de los cultivos de opio fue un error parejo por su magnitud al de la fallida creación del Ejército. Se sabía que los talibanes se financiaban gracias al opio, por lo que erradicar los cultivos parecía una buena idea. Todas las ideas parecen buenas cuando se te ocurren en un despacho y no has pisado el terreno.

Los planificadores norteamericanos no tuvieron en cuenta de que el cultivo del opio proporcionaba unos ingresos sustanciales a unos campesinos que no tenían nada. El resultado fue que la erradicación generó mucha animosidad contra los aliados y produjo una suerte de comedia de los errores: había problemas para encontrar braceros que arrancasen las plantas de opio porque los campesinos pagaban cinco veces más para que las recolectasen; miembros del gobierno afgano que se estaban enriqueciendo con el opio, aprovecharon la campaña para fomentar la erradicación de los cultivos de sus competidores; policías corruptos pedían mordidas para eximir a los campos del arrasamiento… La campaña afectó sobre todo a los campesinos más pobres, que no tenían ni dinero para sobornos, ni conexiones políticas. Esos campesinos se convertirían en reclutas ideales para los talibanes. Al final lo que se consiguió fue desestabilizar por completo la provincia de Helmand, donde se cultivaba buena parte del opio y que hasta ese momento había sido un remanso de paz.

En 2009, Richard Holbrooke, sobre el que ya he hablado en este blog, fue designado Enviado Especial para Afganistán y Pakistán por la Administración Obama. Con su típico estilo de no tener pelos en la lengua, se refirió con crudeza a las políticas de erradicación del opio: “Las políticas occidentales contra el cultivo del opio, la cosecha de amapola, han sido un fracaso. No provocaron ningún daño a los talibanes, sino que dejaron a los agricultores sin trabajo, alienaron a la gente y la llevaron a los brazos de los talibanes”. Holbrooke impulsó un cambio de estrategia: promover las formas legales de agricultura. La estrategia pareció funcionar en 2010, pero a toro pasado Whitlock cree que la reducción en el cultivo de amapola que se produjo ese año tuvo más que ver con las condiciones meteorológicas y las fluctuaciones en los mercados mundiales del opio. En 2011 el cultivo volvió a dispararse y cada agencia elaboró su propia estrategia para combatirlo, que en muchos casos no eran más que refritos de estrategias anteriores que habían fracasado.

Las cosas se iban torciendo, pero EEUU seguía sin estrategia, ni objetivos claros. En febrero de 2007 el Presidente Bush dio una conferencia en el American Entreprise Institute y anunció “una nueva estrategia de éxito” que era más de lo mismo. En contra de la opinión del nuevo Secretario de Defensa Robert Gates que pedía que se precisasen los objetivos de la guerra, Bush se vino arriba y declaró que el objetivo no era sólo derrotar a los terroristas, sino transformar Afganistán en “un Estado estable, moderado y democrático”. Más sincero fue el teniente general Douglas Lute que en Lessons Learned confesó: “No entendíamos nada de Afganistán, no sabíamos lo que estábamos haciendo. ¿Qué estábamos intentando conseguir? No teníamos ni la más remota idea de qué misión nos habíamos propuesto.”

 

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