Emilio de Miguel Calabia el 06 abr, 2024 En general la gente piensa que el reinado de Carlos II fue un desastre, que España bajó a tercera categoría y comenzó a perder territorios. La Monarquía Hispánica no se habría recuperado hasta los Borbones, que la pusieron en pie de nuevo. Es probable que la visión derrotista del final de la dinastía de los Austrias le deba mucho a los historiadores borbónicos, que querían ganar puntos con su señorito. Es cierto que muchos extranjeros contemporáneos encontraban calamitoso el estado de la Monarquía Hispánica y habrían suscrito la visión de los historiadores borbónicos. El Embajador veneciano en Madrid (1681-1682) afirmó que “muchos creen que es un milagro que aún exista la Monarquía”. 17 años después el Embajador inglés se sorprendía de que “[los españoles] aún se creen la mayor nación del mundo y son tan orgullosos y arrogantes como en los días de Carlos V”. Sin embargo, Christopher Storrs en “La resistencia de la Monarquía Hispánica 1665-1700” desmonta esas concepciones. La España de Carlos II seguía siendo una potencia de primer orden, aunque con problemas, y demostró una mayor resiliencia de lo que se ha venido pensando. Conservó básicamente sus posesiones y hasta las aumentó en ultramar. La gran pérdida de territorio se produciría con los Borbones al término de la Guerra de Sucesión y ya sería entonces que España pasaría a ser vista como una potencia de segunda. Para Storrs, el gran objetivo del reinado de Carlos II fue conservar la herencia recibida y esto básicamente se consiguió. España, que formó parte de varias coaliciones anti-francesas, seguía siendo un aliado a tener en cuenta. Disponía de recursos, ejércitos y flotas que no podían desdeñarse, aunque tal vez fueran menos eficaces que las de la primera mitad del siglo. Es cierto que España estuvo presionada por muchos frentes durante el reinado de Carlos II, pero estas presiones fueron menores que las que había soportado durante la Guerra de los Treinta Años. España había estado en la vanguardia de la tecnología militar a mediados de siglo XVI. En tiempos de Carlos II es cierto que en armas y tácticas habían quedado algo anticuados. No obstante, Storrs hace dos apreciaciones: 1) España no fue refractaria a los avances tecnológicos y hubo esfuerzos por modernizar los ejércitos; 2) No pensemos que el resto de los ejércitos europeos estaban a la última. Por poner un ejemplo, en determinados momentos hasta los ejércitos francesas recurrían a las anticuadas picas. Los ejércitos españoles del período fueron menos numerosos que los del período anterior y, desde luego, mucho menos numerosos que los de Luis XIV. En Europa había tres ejércitos principales, el de Flandes, el de Milán y el de Cataluña. A éstos había que añadir los tercios provinciales de Castilla, las guarniciones en el norte de África, las tropas en Sicilia, Nápoles y los presidios de Toscana y las tropas estacionadas en América. Durante el reinado de Carlos II las posesiones americanas tuvieron problemas para defenderse y desde España debieron hacerse diversos envíos de tropas. En total Carlos II debió de tener a lo largo de su reinado entre 80.000 y 100.000 hombres. Eran menos que los 170.000 que tuvo Felipe IV en 1635, pero seguían siendo una fuerza importante, que hacía que otros Estados considerasen a España como un aliado deseable. El desempeño de los ejércitos españoles en los campos de batalla en este período fue más bien discreto. Storrs lo atribuye más a problemas logísticos que a la calidad de los soldados en sí. Dado lo costoso de mantener los ejércitos y de crearlos, las fuerzas españolas en este período tendían a evitar los combates y preferían estar a la defensiva. Lo esencial era la defensa de las plazas fuertes. Como estrategia puede que no fuese muy heroica, pero era eficaz. Por ejemplo, en 1693 después de haber conquistado Rosas y teniendo perspectivas favorables en Cataluña, las tropas de Luis XIV se retiraron ante la amenaza del Ejército de Lombardía y de otros ejércitos coaligados con el español. El predominio en los mares era muy importante para el imperio español, dada su dispersión geográfica. Desde la derrota en la batalla de las Dunas de 1639 España había pasado a convertirse en una potencia naval de segunda o tercera categoría. España fue quedándose atrás en los avances tecnológicos navales que tuvieron lugar en Europa en la segunda mitad del siglo XVII. Los decisores españoles eran conscientes de la importancia que el control de los océanos tenía para el imperio. Otra cosa es que dispusiesen de los recursos necesarios. La flota más importante era la del Mar Océano, que defendía las costas atlánticas españolas. A lo largo del reinado pocas veces superó los 20 navíos. En el Mediterráneo había una flota de galeras de entre 27 y 29 galeras, inferior en número a la francesa y muy inferior a las 150 que llegó a tener Felipe II, pero superior a las fuerzas de otros países. En América, las principales flotas eran la Armada de la Guardia, la Armada del Mar del Sur y la Armada de Barlovento. La primera estaba encargada de proteger a los galeones que iban hacia Nueva España y Tierra Firme. La segunda, compuesta por entre 3 y 5 navíos y basada en Callao, protegía la fachada pacífica del Virreinato del Perú. La tercera, compuesta por 5 navíos, estaba destinada a la defensa del Caribe. En bastantes ocasiones la España de Carlos II pudo contar con el apoyo de las flotas inglesa y holandesa, lo que le proporcionaba una flexibilidad estratégica que de otra manera no hubiera tenido. Para Inglaterra y Holanda poder utilizar los puertos españoles era del máximo interés. La estrategia naval española, como la terrestre, tenía una prioridad: preservar la flota, lo que disuadía de asumir los riesgos de entrar en combate con el enemigo. Lo principal era que la flota asegurara las conexiones entre los distintos componentes de la Monarquía y que complicara los cálculos estratégicos de Luis XIV. Historia Tags Carlos IIChristopher StorrsEspañaFranciaLuis XIVMonarquía Hispánica Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 06 abr, 2024