Emilio de Miguel Calabia el 06 oct, 2021 (Saigón, 1975. Algo que no se iba a repetir) Mientras escribía esta serie, me he dado cuenta de cómo el conflicto afgano se pareció a la guerra de Vietnam. Este parecido mostraría que EEUU había olvidado todo lo que aprendió en aquel conflicto. Algunos parecidos: + Aunque los norteamericanos eran conscientes de la importancia de ganarse los corazones de la población, las consideraciones militares siempre estuvieron por delante. La aplicación de una potencia de fuego desmedida en Vietnam y las muertes de civiles causadas por los bombardeos en Afganistán, fueron otras tantas razones que llevaron a EEUU a alienarse las simpatías de la sociedad civil. + Aunque en sus declaraciones dijeran que estaban realizando una contrainsurgencia, los EEUU se comportaron más como si estuvieran en un conflicto clásico, en el que la clave te la da la potencia de fuego. + Una lección que dejó Vietnam es que no se puede ganar una contrainsurgencia cuando los insurgentes poseen santuarios seguros al otro lado de la frontera. En Vietnam fueron Laos y Camboya; en Afganistán fue Pakistán. EEUU trató erradicar los santuarios en Laos y Camboya mediante bombardeos masivos; fracasó. En el caso de Pakistán, la herramienta fueron los drones; también fracasaron. + En varios momentos en ambas guerras, EEUU sucumbió a la ilusión de que todo era cuestión de poner más efectivos sobre el terreno. En ambos casos, los insurgentes sabían que el incremento de tropas no se podría mantener indefinidamente y que lo único que tenían que hacer era aguantar el chaparrón. + Tanto en Vietnam como en Afganistán, los gobiernos a los que apoyaba EEUU eran corruptos y disfuncionales. En una contrainsurgencia, si el elemento civil falla, el militar a la larga no lo puede sustituir. + EEUU puso fin a su intervención en ambas guerras mediante acuerdos que se sabía que no eran sostenibles a medio plazo. Pero lo que importaba en ambos casos no era la sostenibilidad, sino extraer a EEUU de una guerra que no podía ganar. + Cuando los norvietnamitas lanzaron en 1975 su ofensiva final sobre Vietnam del Sur, asumían que conquistar a los survietnamitas les llevaría dos campañas, la de 1975 y 1976. Sólo les llevó algo menos de cinco meses. No sé cuánto pensaban los talibanes que les llevaría su ofensiva final; es posible que ni en sus mejores sueños creyeran que para el 15 de agosto iban a estar en Kabul. En ambos casos los Ejércitos survietnamita y afgano se desmoronaron. Desprovistos de la ayuda norteamericana, de la que se habían vuelto dependientes, y desmoralizados, no fueron capaces de resistir. Las sucesivas Administraciones norteamericanas cometieron errores que acabaron llevando a la toma de Kabul. El pecado original corresponde a la Administración Bush, que comenzó la guerra. Sus objetivos primarios estaban claros: castigar a los talibanes y asegurarse de que Afganistán no volvería a servir de plataforma a terroristas. Pero no había objetivos a largo plazo, ni conocía el país, ni hizo un análisis serio de quiénes podrían ser sus aliados. Nadie parece haberse hecho entonces la pregunta de qué hacer con Afganistán una vez hubieran derrotado a los talibanes. Nadie cayó en la vieja máxima de las tiendas de cerámica de que si lo rompes, te lo quedas. La Administración Bush es culpable de haber dejado escapar dos grandes oportunidades. La primera fue cuando los talibanes acogotados le ofrecieron negociaciones de paz en diciembre de 2001 y los rechazó. La segunda fue no aprovechar la ventana de oportunidad que existió en el período 2002-2005 para reconstruir el país. En aquel momento los talibanes estaban debilitados y buena parte de la sociedad civil quería paz y modernidad. EEUU tampoco aprovechó esta oportunidad. Ni se había preocupado de encontrar buenos socios afganos, ni se tomó en serio la cuestión de la reconstrucción nacional. Y ya, de remate, tampoco destinó los recursos que habrían sido necesarios. La gran preocupación de la Administración Bush era la invasión de Iraq y durante esos años cruciales Afganistán no estuvo en el rádar. Para cuando la Administración Bush se dio cuenta de la que se estaba liando en Afganistán, ya era demasiado tarde. Obama sabía que había heredado un marrón importante y quiso arreglarlo a la manera de Westmoreland en Vietnam: poniendo más bocas de fuego sobre el terreno. El incremento de tropas impulsado por Obama era un parche, que podía mejorar temporalmente la situación militar sobre el terreno, pero que a la larga estaba condenado al fracaso si no se incidía sobre el elemento civil de la ecuación. Además, Obama se saboteó a sí mismo cuando le puso fecha de caducidad al incremento de tropas. Si no se habían dado cuenta antes, ahí los talibanes debieron de comprender que EEUU no veía el momento de irse del país y de que todo lo que tenían que hacer era aguantar. La política afgana de Trump se caracterizó por la incoherencia. Primero defendió un incremento de tropas, ante una situación militar que se estaba deteriorando. Mientras lo aplicaba, comenzó negociaciones de paz con los talibanes, en las que pronto se vio que su único objetivo era salir de Afganistán lo antes posible. Con esto los efectos positivos del incremento de tropas quedaron diluidos. Nuevamente los talibanes se dieron cuenta de que no tenían más que hacer que aguantar. Las negociaciones de paz adolecieron de muchos defectos. El primero de ellos fue el de no haber incorporado a las mismas al gobierno afgano y haberle dejado que negociase a solas con los talibanes, a sabiendas de que en breve se le retiraría el paraguas norteamericano. El segundo es que se les pidieron muy pocas cosas a los talibanes. Básicamente se les pidió que no matasen más soldados norteamericanos. Fue la única parte del pacto que los talibanes cumplieron. Y llegamos a Biden, que es el Presidente que menos culpa tiene. Se encontró con una retirada ya pactada y un país y unas FFAA que no veían el momento de dejar Afganistán. Su principal error,- que no fue únicamente suyo, ya que muchos otros lo cometieron- fue creer que el gobierno de Kabul resistiría más tiempo. Ese error de cálculo fue en gran medida el causante de lo desordenado de la evacuación. Creyeron que contaban con tres meses al menos y apenas contaron con quince días. Una última cuestión es la de si Afganistán supone el inicio del declive norteamericano. La misma pregunta que muchos se hicieron en 1975 cuando cayó Saigón. Lo que declinó tras Saigón no fue EEUU, sino la URSS. La derrota de Afganistán ha sido, sin duda, un duro golpe a la imagen y al prestigio de EEUU, pero de esos golpes se sale. Yo veo la situación de manera mucho más optimista. EEUU se ha salido de su guerra más larga en una región del mundo que no era clave para sus intereses. Ahora la patata caliente de Afganistán está en manos de Pakistán, Rusia, China e Irán. Seguro que ahora Biden duerme mucho más tranquilo por las noches. 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