Emilio de Miguel Calabia el 26 ene, 2024 Tras las grandes potencias, el siguiente foco de interés eran los socios europeos. Inadvertidamente, Kissinger los presenta un poco como a ese hijo tonto al que tienes que querer a pesar de todo. He dicho inadvertidamente, porque creo que el propio Kissinger no era del todo consciente de que los miraba por encima del hombro. “… la profunda ambivalencia de nuestros aliados europeos. En momentos de tensiones crecientes, temían la rigidez norteamericana; en momentos de relajamiento de las tensiones, temían un condominio soviético-norteamericano. Nos instaban a que fuésemos firmes, entonces ofrecían su mediación para romper el subsiguiente punto muerto. Insistían en que les consultásemos antes de hacer nada, pero querían libertad y autonomía para perseguir su propia diplomacia de distensión sin cortapisas…” Como suele ocurrir con Kissinger, en su juicio sobre los países europeos juegan un papel muy importante sus líderes. Así, muestra respeto por Francia, que emana del respeto que le infundieron de Gaulle y su sucesor, Georges Pompidou. De Gaulle es junto con Zhou Enlai la personalidad que le fascinó más. En el Reino Unido Kissinger y Nixon (Nixon se revolvería en la tumba si supiera que en una frase alguien ha puesto a Kissinger por delante) se encontraron en su primera visita con el laborista Harold Wilson, que era muy pro-norteamericano. “Harold Wilson saludó a Nixon con la buena voluntad paternal del cabeza de una antigua familia que ha visto tiempos mejores pero que todavía es capaz de evocar los recuerdos de sabiduría, dignidad y poder que habían establecido el nombre de la familia en primer lugar.” Kissinger apreciaba la relación especial con el Reino Unido y los sabios consejos (no hay ironía) de sus líderes. Pensaba que el Reino Unido había pasado página sobre su Imperio y que se conformaba con legados del mismo como la relación especial con EEUU. Yo, en cambio, creo que la resaca imperial todavía le dura y que aún no se ha resignado a la pérdida del Imperio. Las buenas relaciones habidas con Harold Wilson no se repitieron con su sucesor Edward Heath. Kissinger lo explica con una imagen muy buena: “Como una pareja a la que todos han dicho que deberían de estar enamorados y que intentan con fuerza pero futilmente justificar esas expectativas, Heath y Nixon nunca consiguieron establecer la relación personal a la que al menos Nixon había aspirado al comienzo”. Heath, austero y vulnerable, no sentía la pamema de la “relación especial”. Su compromiso era con Europa y la “relación especial” con EEUU era un obstáculo. A los alemanes los apreciaba menos, especialmente a Willy Brandt. Lo describe como “enorme, sólido, básicamente nada comunicativo a pesar de sus maneras cordiales”. Brandt deseaba acercarse a la Europa del Este y estaba dispuesto incluso a reconocer a Alemania Oriental. De hecho, cuando era Ministro de AAEE ya había modificado la rigidez anterior de la política hacia la Europa del Este. A Kissinger le parecía que la Östpolitik de Brandt podía llevar al nacionalismo alemán y a una desvinculación de Alemania con respecto a Occidente. Aunque Kissinger no lo diga explícitamente, parece que Brandt le dio la impresión de ser un poco vano. A Italia la describe como caótica, bella y con un pueblo extraordinariamente humano. Exactamente como la han descrito todo los viajeros. A Nixon, acostumbrado como buen norteamericano a lo claro y lo institucional, la exuberancia de la política italiana le dejaba perplejo. De Austria lo mejor que tiene que decir se refiere a su canciller de entonces, Bruno Kreisky, a quien describe como astuto y perceptivo, que “se había valido de la neutralidad formal de su país para adquirir una posición de influencia más allá de su fuerza, a menudo mediante la interpretación a los países competidores de sus razones. Que pudiera ejecutar este acto de equilibrio era un testimonio de su tacto, su inteligencia y su instinto para el margen- y los límites- de la indiscreción”. A España le dedica dos páginas de 1476. ¿Decepcionante? Peor es el caso de Honduras a la que no menciona. Nixon visitó Madrid el 2 de octubre de 1970. La valoración que hace Kissinger de Franco es positiva: “En el momento de la visita de Nixon [Franco] había, sin embargo, sobrevivido a todas las presiones con la ayuda de la insularidad histórica y el nacionalismo orgulloso de su pueblo. Había promovido la modernización industrial de España, suavizando gradualmente su gobierno y poniendo las bases para el desarrollo, tras su muerte, de instituciones más liberales. En los setenta muchos que reaccionaban por rutina encontraban difícil admitir que España era mucho menos represiva que cualquier Estado comunista y que la mayor parte de los nuevos Estados.” Kissinger era consciente de que después de Franco habría que favorecer una España democrática, pero le parecía todo un desafío. España no dejó una huella profunda en los visitantes. Lo mejor fue la acogida multitudinaria en las calles, una preocupación sempiterna del misántropo Nixon, que necesitaba de esos baños de multitudes para calmar a su herido ego. Lo peor, el encuentro con Franco, que sesteó durante el mismo y contagió su sueño a Kissinger. Nixon tuvo que departir con el Ministro de AAEE, Gregorio López Bravo. Salió ganando con el cambio. Más allá de las áreas geográficas descritas, una de las que dio mayores quebraderos de cabeza a EEUU en este período (igual que ahora) fue Oriente Medio. Hacía tres años que se había producido la Guerra de los Seis Días. A su término el radicalismo se había extendido por el mundo árabe. Nasser, el gran líder del arabismo, andaba tocando las pelotas. El rey de Jordania, Hussein, se veía amenazado por las guerrillas palestinas. La URSS había logrado implantarse firmemente en la región y suministraba armas a Egipto, Iraq y Siria. Para solucionar la situación creada por la Guerra de los Seis Días, el Consejo de Seguridad de NNUU había promulgado la Res. 242. La Resolución hablaba de establecer una paz justa y duradera, dentro de unas fronteras seguras y reconocidas y pedía a Israel que se retirase de los territorios conquistados en 1967. La madre del cordero estaba en cómo se entendiera la Resolución. Para los países árabes la Resolución decía que Israel tenía que retirarse de todos los territorios conquistados. Para Israel la mención a “fronteras seguras y reconocidas” significaba que no tenía por qué entregar todo lo conquistado. Para EEUU había dos prioridades: proteger a Israel y hacer ver a los Estados árabes radicales que la URSS era impotente en Oriente Medio, con lo que no era buena idea apoyarse demasiado en ella. A la larga EEUU se salió con la suya: el sucesor de Nasser, Anwar el-Sadat expulsó a los 15.000 asesores militares y expertos que la URSS tenía en Egipto el 18 de julio de 1972 y comenzó el acercamiento a EEUU que culminaría con la firma de los Acuerdos de Camp David del 17 de septiembre de 1978. Historia Tags AlemaniaBruno KreiskyCharles de GaulleEdward HeathEspañaFrancisco FrancoGuerra de los Seis DíasHarold WilsonHenry KissingerHussein de JordaniaIsraelItaliaNasserOriente MedioPolítica exterior de EEUUReino UnidoRelaciones internacionalesRichard NixonWilly BrandtZhou Enlai Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 26 ene, 2024