Emilio de Miguel Calabia el 21 feb, 2020 El libro, además de una creciente irritación mientras lo leía, me ha producido mucha congoja. El autor es muy erudito, se ha trabajado el tema y ha escrito una primera parte excelente. No entiendo cómo ese trabajo tan fino de 447 páginas ha podido zozobrar en el desatino de las 600 páginas que le siguen. Tal vez pensase que nadie iba a llegar tan lejos en la lectura de un libro de 1.050 páginas y pensase que tanto daba escribir mal, bien o regular. Voy a intentar enumerar todo lo que me ha irritado del libro. Para empezar ya hay un desequilibrio interno, cuando dedica el 40% del libro a tratar de los siglos XVI y XVII y el restante 60% a abordar los siguientes tres siglos. Pero esto es “pecata minuta” comparado con el desorden de las tres partes que siguen, que hace difícil seguir el hilo del discurso. La segunda, tercera y cuarta partes destacan por sus repeticiones. El mismo tema aparece una y otra vez tratado con apenas pequeñas diferencias de matiz. Pondré como ejemplo los epígrafes que aluden a la reacción europea ante el levantamiento del Dos de Mayo: “1808: The cause of Spain, en las calles y en los romances” (págs. 643 a 657; todo un capítulo dedicado al impacto del Dos de Mayo sobre la opinión pública inglesa, en el que se habla de todo menos [casi] del Dos de Mayo); “El Dos de Mayo o el despertar de los pueblos: La venda que cayó de los ojos románticos” (págs. 666 a 668); “Mitos y realidades del pueblo en armas. De Numancia al Madrid de julio del 36, pasando por el Dos de Mayo: romances y leyendas” (págs. 676 a 680); “El triunfo de la imagen: España como modelo de las guerras de liberación” (págs. 736 y 737); “Del entusiasmo por el alzamiento…” (págs. 962 y 963). En esta segunda mitad del libro abundan los saltos abruptos de un tema a otro y de una época a otra, así como los excursus, en los que el hilo se rompe para que el autor introduzca un detalle nimio. Tomemos el capítulo 54, titulado “Iberos y eslavos”. Comienza refiriéndose a la película “Ispanija” del cámara soviético Roman Karmen, que presenta una España agrícola y feudal. De ahí pasamos a Trotsky, que creía que toda España era como el campo andaluz, lo que nos lleva a Kant que creía que iberos y eslavos estaban emparentados y acabamos desembocando en Bakunin y el anarquismo, lo que nos conduce a la equiparación entre la URSS y la España republicana que algunos quisieron hacer durante la guerra, y volvemos otra vez a Trotsky urgiéndole a Andreu Nin que diera una especie de “supersalto” y todo lo anterior nos lleva al epígrafe “Rentabilizar la imagen: los pueblos castellanos se pintan de blanco”, que trata sobre el uso del tipismo rural por la España de Franco para atraer turistas. Si uno empieza a quitar la hojarasca, ve que el hilo está claro: a la imagen de la España rural miserable y latifundista, que tanto entusiasmaba a Bakunin y a Trotsky, la España fanquista le da la vuelta y la convierte en la España de pandereta y burrito. Pero, ¿para explicar esto hacía falta meter a Bakunin, a Trotsky, a Ángel Ganivet, a Miguel de Unamuno, al PSOE y a Edward Malefakis [ojo, que no he agotado el elenco de nombres que aparecen en estas ocho páginas]? Un problema de la segunda parte del libro es lo sobrecargado que está de nombres y de citas. Y para colmo, es la parte en la que Valera Ortega da más rienda suelta a su gusto por los detalles nimios y que apenas vienen al caso. Veamos un ejemplo: “Pero John Kincaid- un combatiente y memorialista en la guerra peninsular-, que esperaba encontrarse con la tan cacareada octava maravilla del mundo [se está refiriendo al Monasterio de El Escorial], no vio más que una enorme, sombría e inexpresiva mole que le decepcionó. Y en Blanco White encontramos ya una marcada ambivalencia: grandioso edificio, majestuosa iglesia, espléndida y valiosa biblioteca, pero… un Panteón siniestro. Y con Richard Ford, Théophile Gautier y otros viajeros románticos, la adjetivación se había dado la vuelta: definitivamente el palacio herreriano se había convertido en a gloomy pile, un lugar lóbrego y mórbido, el Leviatán de la arquitectura (…) una pesadilla arquitectónica (…), el mayor amontonamiento de granito que existe (…) para mortificación de sus congéneres por un monje sombrío y tirano atenazado por sospechas; un monumento colosal sin belleza, de inertes proporciones, escribió Alexander Slidell Mackenzie, un oficial de la marina americana; según Astolphe de Custine, una mole de granito desagradable a la vista; una inmensa parrilla de piedra, de extraño plan y torpe ejecución, que compone una arquitectura ridícula por lo pesada, en letras de Mérimée.” Tanta acumulación de citas agota y hace perder de vista la idea tan simple que el autor quiere transmitir: que a mediados del siglo XIX tiene un lugar un cambio en el gusto y la visión europea sobre el Monasterio de El Escorial se altera y pasa a ser negativa. ¿Tan difícil era expresarlo de esta manera? Otro ejemplo, casi más sangrante: “El coronel Berthold von Schepeler nos cuenta que una venda cayó de sus ojos, descubriendo con el alzamiento del Dos de Mayo que solo la lucha de la nación puede salvarnos: por eso nos explica Adam Zamoyski que las Freiheitskrigen [el autor no traduce el término; el que no entienda alemán, que se joda. La palabra significa “guerras de liberación”] eran “sobre todo guerras of purification and self-discovery [ignoro por qué la mitad de la cita está en español y la otra mitad en el original inglés]”. España- leemos en cita del pensador noruego Henrik Steffens, amigo y discípulo de Schelling y un representante destacado de la Naturphilosophie- devino un modelo exhortante (…) fortaleci(endo) el espíritu que había de conducir a la liberación de Alemania”. El párrafo siguiente, que ya no transcribiré, comienza con Byron enamorándose de España, sus cuadros y sus mujeres, del encuentro de George Gordon con Agustina de Aragón y continúa con la renuente admiración por parte de los enemigos, empezando por el mariscal Suchet… ¿A qué podría deberse esta citomanía? Se me ocurren varias explicaciones, que pueden darse al mismo tiempo: + Resulta más sencillo acumular cita tras cita, que extraer el argumento común a todas ellas y desarrollarlo con tus propias palabras. Además, si cobras por página, la fórmula del relleno a base de citas asegura un volumen al menos doble del que hubieras tenido si te hubieras limitado a tus propias palabras. + Cuando uno le ha dedicado mucho tiempo a estudiar un tema, duele dejarse fuera citas o argumentos que tanto esfuerzo costó encontrar. La tentación de meterlo todo, aunque sea a capón, es demasiado fuerte. + Un sentimiento de inseguridad que lleva a querer apuntalar cada afirmación con un aparato de citas, para que el lector vea que el autor no se ha inventado nada. Lo malo es que, normalmente, cada cita tiene su contracita. Las citas pueden tanto demostrar la fortaleza del argumento como demostrar simplemente la habilidad del autor para encontrar aquéllas que llevaban el agua a su molino. + Abrumar al lector. Muchas citas indican mucha sabiduría y al autor sabio no se le rebate nada. Terminaré con lo mismo que dije al principio. Es un libro que muestra una cultura y una erudición extraordinarias. Por eso duele tanto lo pésimamente estructurado que está. Historia Tags Dos de MayoHistoria de EspañaJosé Varela Ortega Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 21 feb, 2020