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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El primer soldado del Reich (5)

Emilio de Miguel Calabia el

Para 1942 los planificadores alemanes comenzaron a pensar en una estrategia de guerra económica que les permitiera sacar a la URSS de la guerra. La idea era, por un lado, capturar los puertos de Arjangel y Murmansk por donde los soviéticos recibían la ayuda norteamericana y, por otro, hacerse con los pozos petrolíferos del Cáucaso, con la opción posterior de hacerse con los pozos petrolíferos persas y de provocar un levantamiento árabe antibritánico. Los alemanes siempre pensando a lo grande. Todo en el plan era tan desmesurado como una ópera wagneriana y el objetivo último era hacer que Alemania estuviera mejor preparada cuando se produjera el inevitable ataque anglosajón en el Oeste, no ganar la guerra. Por cierto, que la situación debía de estar apuradilla, cuando los planificadores alemanes se olvidaron del viejo von Clausewitz que había dicho que el objetivo de la guerra tiene que ser aniquilar al enemigo. Lo de hacerse con sus recursos viene después, una vez que has despachado a sus ejércitos.

Hitler pensaba que 1942 era el año bisagra. Tras una última ofensiva victoriosa, que le permitiría hacerse con el petróleo del Cáucaso y paralizar a la URSS, Alemania pasaría a la defensiva. Esta ofensiva fue el Fall Blau y la conté en este blog bajo el título “La desmesura”. Fue la primera ofensiva en cuyo diseño Hitler influyó fuertemente. Fritz dice que se pareció a la Operación Barbarroja en una cosa: Alemania se lo estaba jugando todo a una tirada de dados muy arriesgada; la diferencia es que en 1942 las posibilidades de que las cosas salieran bien eran todavía más reducidas.

En los primeros compases de la ofensiva y cuando los alemanes aún podían fantasear con que todo saldría bien, el Ministro de AAEE soviético Molotov visitó Londres y Washington. Aquello fue un baño de realidad para Hitler, que entendió que los aliados no dejarían caer a la URSS y que más pronto que tarde le abrirían un segundo frente en el Oeste. Nervioso, Hitler entró en uno de sus frenesíes, en los que intentaba hacerlo todo al mismo tiempo, con lo que conseguía fracasar por igual en todas partes. En especial, transfirió varias divisiones al Oeste y ordenó convertir la costa del Atlántico en una fortaleza inexpugnable, con lo que privó a los ejércitos de Fall Blau de unos recursos insustituibles.

No contaré todo lo que ya conté en “La desmesura”, sólo quiero señalar que, mientras que Hitler dejó mucha libertad de acción a sus generales hasta el fracaso ante Moscú, en Fall Blau intervino hasta en pequeños detalles tácticos, asumiendo un papel para el que no estaba preparado. En general sus intervenciones agudizaron los problemas que ya tenía la ofensiva. Fritz señala: “En el pasado había mostrado relampagazos de intuición, a menudo muy agudos, pero su temperamento- impaciente, impetuoso, impermeable a cuestiones militares pedestres como el transporte, los suministros y la concentración de fuerza-, (…) causó serios problemas operativos…” Hitler estaba obsesionado con el tiempo, que se le acababa si quería dejar resuelta la campaña en el Este, antes de que los aliados le abriesen un segundo frente, y con el petróleo, que necesitaba si la guerra se alargaba. Eran obsesiones legítimas, pero Hitler las abordó sin tener en cuenta las realidades militares.

Para finales de septiembre de 1942, Hitler ya era consciente de que Fall Blau había fracasado y es posible que hubiese entendido ya para entonces que con el fracaso de Fall Blau la derrota de Alemania era ineludible y que la única cuestión era saber cuándo se produciría. Las semanas siguientes verían a un Hitler encolerizado y agitado, dando palos de ciego. Uno de esos palos de ciego, el peor de todos, fue su obsesión con Stalingrado. En lugar de renunciar a la ciudad, se obcecó con que había que conquistarla rápidamente para poder liberar lo antes posible a esas tropas para dirigirlas a otros lugares del frente.

A mediados del otoño de 1942 la situación militar de Alemania en el frente oriental era muy mala. Incluso el normalmente obtuso Ribbentrop se daba cuenta de que una solución militar era cada vez más inalcanzable y propuso que se hiciera algún tipo de oferta diplomática a la URSS. Es posible que Stalin la hubiese aceptado; no se fiaba lo suficiente de los aliados. Pero todo esto entra en el terreno de la Historia ficción. Hitler se negó con el argumento de que uno no puede negociar desde una posición de debilidad. Necesitaba una victoria militar decisiva antes de pensar en hacer una oferta de paz a Stalin. Esa victoria no llegaría nunca.

Hablar de Fall Blau, acaba implicando hablar de Stalingrado. Si muchos de los errores en el planteamiento de Fall Blau pueden achacársele a Hitler, su responsabilidad en lo que ocurrió en Stalingrado es completa.

En la planificación de Fall Blau apenas se había mencionado Stalingrado. Uno de los objetivos era alcanzarla, pero no necesariamente conquistarla. Bastaba con someterla a bombardeo para que no pudiera servir como centro industrial y de comunicaciones. El comandante del Grupo de Ejércitos del Sur, Fedor von Bock, se dio cuenta a mediados de julio de que Stalingrado estaba mal defendida y de que podría ser tomada con facilidad. Su sugerencia no fue atendida y cuando los alemanes fijaron su atención sobre Stalingrado un mes después, la oportunidad había pasado, ya que los rusos habían tenido tiempo para reforzar la ciudad. Para comienzos de octubre, con Fall Blau desmoronándose, lo sensato habría sido cesar la lucha en Stalingrado. Hitler no quería pensar en ello. La ciudad había adquirido un simbolismo para él que iba más allá de lo racional. Hitler era consciente del riesgo de un contraataque soviético que copase al 6º Ejército en Stalingrado, pero emocionalmente era incapaz de renunciar a ese objetivo.

El 19 de noviembre se produjo el contraataque soviético. Los generales alemanes perdieron un tiempo precioso intentando valorar la gravedad del ataque y las medidas a adoptar. Sólo el 21 de noviembre Paulus se dio cuenta de la seriedad de la situación y del riesgo de que le coparan. Se ha criticado mucho a Hitler por haber prohibido a Paulus abandonar la ciudad y romper las líneas soviéticas por el sur. Muchos autores han dicho que hubiese sido la única manera de salvar al 6º Ejército. Fritz discrepa. Piensa que con el desgaste que habían sufrido y la falta de combustible no habrían conseguido romper las líneas soviéticas. Y yo discrepo de Fritz: cierto que las posibilidades de fracaso eran muchas, pero era la única solución que ofrecía alguna posibilidad real de salvar el 6º Ejército. Hitler, que no quería renunciar a Stalingrado, impuso que el 6º Ejército permaneciese en sus posiciones y que fuese abastecido por el aire, una operación que excedía de las capacidades de la Luftwaffe.

El 6º Ejército se rindió el 2 de febrero de 1943. El propio Hitler reconoció que había sido una “catástrofe militar” por mucha propaganda sobre el heroísmo de sus defensores que le hubiera querido echar Goebbels. Tres meses después otros 130.000 soldados alemanes serían hechos prisioneros en Túnez al derrumbarse el frente en el norte de África.

 

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