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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Cuando la guerra hubo terminado (y 3)

Emilio de Miguel Calabia el

(A quienes entraban en la prisión de Tuol Sleng les hacían una foto al entrar. Las caras de los retratados arrojan todo tipo de emociones: miedo, intentos de sonreír, nerviosismo, preocupación… Da lo mismo lo que sintieran. Pocas semanas después estaban muertos, después de haber sufrido torturas atroces

En política exterior, desde el inicio los khmeres rojos fueron antivietnamitas, pero durante el primer año y medio ocultaron sus intenciones, ya que querían estar seguros de que contarían con el apoyo completo de China. En la reunión del Movimiento de los No Alineados y en la Asamblea General de NNUU de 1976 los khmeres rojos se esforzaron por mostrarse como enteramente independientes y no necesariamente alineados con China y Vietnam, aunque tampoco opuestos.

A mediados de 1977, los khmeres rojos comenzaron a prepararse para la guerra con Vietnam. Desde siempre habían odiado a los vietnamitas y habían sospechado que éstos querían dominarles. Pero, además, no queriendo admitir que los fracasos de la revolución eran heridas autoinfligidas, el Centro comenzó a buscar enemigos externos y los principales eran los vietnamitas. Los khmeres rojos sopechaban que gracias a los contactos que habían tenido en el pasado los comunistas camboyanos y los vietnamitas, los segundos habían plantado agentes dentro de los khmeres rojos. Comenzó entonces una campaña de propaganda sobre los intentos de Vietnam de devorar a Camboya.

En septiembre de 1977, siguiendo los consejos de China, Pol Pot anunció finalmente que Camboya estaba gobernada por el Partido Comunista de Kampuchea y que él era el líder. En un discurso de cinco horas (la longitud de los discursos de sus dirigentes parece ser uno de los rasgos comunes a todos los regímenes comunistas) Pol Pot describió todos las victorias del Partido en sus años de lucha. El Partido era el protector de Camboya (amarga ironía, cuando no cesaba de masacrar camboyanos). Atacó al budismo, a la monarquía y, sobre todo, a los vietnamitas. A continuación, Pol Pot viajó a Pekín y a Pyonyang, para mostrarse al mundo y confirmar sus alianzas antes de iniciar la guerra con Vietnam.

Poco después comenzó el conflicto con el vecino del este. Los khmeres rojos querían una guerra fronteriza limitada que les ayudase a contener la supuesta amenaza vietnamita, a envolverse en el manto del nacionalismo y a galvanizar a una población desmoralizada y harta de experimentos socialistas genocidas. Becker calcula que a esas alturas, los khmeres rojos no eran apoyados más que por entre el 15 y el 25% de la población, básicamente los campesinos más pobres y los jóvenes.

En diciembre, el conflicto fronterizo se convirtió en toda una señora guerra, que los camboyanos nunca hubieran debido provocar. El Ejército vietnamita más que doblaba al camboyano, tenía a sus espaldas años de experiencia de combate y estaba dotado de tanques y artillería en cantidades que los camboyanos no podían sino soñar. Las afirmaciones de Pol Pot de que bastaba con que cada soldado khmer matase a seis vietnamitas para ganar, eran las bravatas de un ignorante que estaba muy tranquilo en su casa lejos del frente.

Como de costumbre, los fracasos bélicos ante Vietnam requerían un chivo expiatorio, que no perteneciese al Centro. En esta ocasión le tocó a So Phim, el líder de la Zona Este, y a sus cuadros. Desde comienzos de 1978 comenzó la purga de los cuadros de la Zona Este. So Phim colaboró en la purga, pensando que todo era un error del Centro. Un rasgo común en los sistemas comunistas es que, cuando empiezan las purgas de sus cuadros, éstos no terminan de creérselas, se dicen que todo es un error y acaban yendo como corderos al matadero. El fin de So Phim llegó en mayo de ese año. Varios de los cuadros de su Zona, visto lo visto, optaron por huir y entregarse a los vietnamitas. Los vietnamitas los recibieron con los brazos abiertos: ya tenían a los hombres a los que pondrían al frente de Camboya, una vez que la hubiesen invadido.

La guerra con Vietnam forzó a los khmeres rojos a tratar de mejorar su imagen internacional. Comenzaron a invitar a delegaciones de países comunistas hermanos e incluso a unos pocos periodistas de países no comunistas como Bélgica y Suecia. Permitieron que se hicieran algunas filmaciones de la vida en el país. Como vivían en los mundos de Yupi, no fueron conscientes del impacto que tuvieron las escenas de niños trabajando, de campesinos uniformados todos de negro, acarreando tierra, de rostros asustados, incapaces de demostrar ninguna emoción. Menos mal que siempre quedaban los representantes de la izquierda idealista y buenista, que salvaban el día. Una delegación del Partido comunista marxista-leninista de EEUU visitó Camboya por esas fechas y se mostró entusiasmada con los éxitos de la revolución, al tiempo que negaba la existencia de campos de trabajo y de matanzas masivas. De hecho, encontraron a Ieng Sary absolutamente sincero cuando negó que hubiera habido asesinatos masivos. Estos visitantes tuvieron la fortuna de que la gente camboyana a la que preguntaron, se mostrase abierta a la hora de dar sus opiniones, incluso delante de funcionarios. Me pregunto si realmente habían estado en Camboya.

Elizabeth Becker fue una de las beneficiadas de esa campaña de imagen. En diciembre de 1978 fue invitada por el régimen a visitar el país durante unas semanas, junto al periodista norteamericano Richard Dudman y al profesor universitario y gran simpatizante de cualesquiera regímenes comunistas que hubiera, Malcolm Caldwell. La historia de su visita está recogida en el capítulo 11 del libro, “Regreso a Phnom Penh”, que es de los más interesantes.

Becker cuenta el sentimiento ominoso que les embargaba y la dificultad de entender un régimen sobre el que apenas había información fuera del país. Estaban controlados en todo momento y no les dejaban reunirse a solas con nadie que el Partido no hubiese autorizado. A menudo sus interlocutores eran jóvenes, a los que secundaba algún hombre más mayor, que era quien de verdad conocía el trabajo, pero que carecía de las credenciales revolucionarias necesarias; ¡bastante era que hubiera sobrevivido!

En sus viajes lo que más les chocaba era la ausencia de vida. Las calles de Phnom Penh estaban desiertas y no se oía ninguno de los ruidos que normalmente se oyen en las ciudades. Cuando iban por el Mekong, no veían ni a mujeres lavando la ropa, ni a pescadores echando las redes, ni a niños chapoteando en el agua. La única vez que vieron a unos niños saltando al agua desde un barco atracado, tuvieron la sensación de que la escena había sido preparada para que la presenciasen. Las pocas veces que vieron campesinos, siempre los vieron trabajando, nunca descansando.

Thiounn Prasith, su guía, les presentaba regularmente la imagen de una Camboya gobernada con eficiencia, donde la gente vivía con modestia, pero feliz y veía todas sus necesidades cubiertas; todos compartían todo; no había problemas con los Derechos Humanos. Becker se quedó con la duda de si mentía, si se creía realmente lo que decía o si estaba tan asustado que no hubiera osado decir nada diferente.

Algunas de las frases jugosas que pudieron oír durante su estancia fueron: “No hay problema con los Derechos Humanos. Os preocupáis mucho por los traidores de Lon Nol y no por el 90% de la gente que está mejor a causa de la revolución” (Thiounn Prasith, Asesor del Ministro de AAEE, Ieng Sary); “Nosotros, el Partido Comunista estamos en lo cierto y somos preclaros” (eslogan en el Instituto para el Entrenamiento y la Información Científicas, poco más que una escuela de formación profesional); “Nuestra civilización tiene 8.800 años, como Roma. Así que tenemos esta tradición de ser independientes, soberanos y autosuficientes. No hemos copiado a nadie (…) conseguimos vencer a EEUU. Lograremos vencer a los vietnamitas a los que apoya la URSS” (Thioun Mumm, Ministro de Economía y Finanzas); “Llevamos a cabo una guerra de guerrillas. Nos basamos en el pueblo. Los vietnamitas recurren a la guerra regular, recurren a aviones, bombas y tanques” (Pin, un veterano de guerra; dos semanas después de que pronunciase esta frase, fue purgado).

La visita terminó de una manera tan dramática como inesperada. La última tarde Pol Pot les recibió en un encuentro en el que sólo habló él y su monotema fue la amenaza vietnamita. Tras ello, Dudman y Caldwell volvieron a la casa donde se alojaban, mientras que el compañero de viaje Caldwell se quedó para hablar con Pol Pot de teoría económica revolucionaria. Más tarde, los tres estuvieron comparando notas y charlando en la sala de la casa y después de cenar Becker aún tuvo una conversación con Caldwell, quien trató de convencerla de que la revolución camboyana merecía la pena. Se retiraron finalmente a sus habitaciones.

En medio de la noche Becker se despertó. Los perros estaban ladrando y había ruidos fuera. De pronto oyó algo que le pareció que era un disparo. Salió de su habitación y se encontró en la sala un joven khmer completamente armado. El joven la apuntó con una pistola. Ella gritó: “No dispares” y corrió a su habitación. Allí permaneció agazapada. Afuera ruido de pasos, varios disparos.

Cuando todo hubo terminado, Malcolm Caldwell, el académico que simpatizaba con los khmeres rojos, estaba muerto. Becker no está completamente segura de por qué mataron a Caldwell. Sí que parece claro que iban a por él y no a por Dudman y Becker. Por confesiones a gente torturada poco después en la prisión de Tuol Sleng, Becker cree que tal vez Caldwell pudo haber sido asesinado por alguien del Centro que quería poner en aprietos la levísima “liberalización” que Ieng Sary quería llevar a cabo. También podría ser que el asesinato de Caldwell fuera parte del caso que ya estaban montando los funcionarios de Tuol Sleng en contra de Son Sen. Tal vez la mejor manera de explicar el asesinato sea ésta: “ La muerte de Caldwell fue causada por la locura del régimen que admiraba abiertamente”.

Dos días después de la muerte de Caldwell, los vietnamitas iniciaron la invasión de Camboya. 15 días después entraron en Phnom Penh y pusieron fin al régimen genocida de los khmeres rojos.

 

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