Emilio de Miguel Calabia el 27 jul, 2019 Para finales de 1940, las obsesiones de Hitler y la incompetencia de Ribbentrop habían dejado a Alemania en una situación política comprometida, echando por la borda buena parte de las bazas que habían tenido unos pocos meses antes. Italia, su único aliado fiable, había demostrado ser un lastre en lo militar más que una ayuda. La Francia de Vichy, que parecía dispuesta a cooperar con Alemania, había optado por una vía más neutral, harta de la condescendencia de los alemanes; el Primer Ministro, el germanófilo Pierre Laval, que había abogado por colaborar con Alemania, había sido cesado. Roosevelt había sido reelegido y quería incrementar la ayuda a los británicos. Los japoneses estaban intentando llegar a un acuerdo con los norteamericanos. La URSS empezaba a parecer más un rival que un aliado. España seguía arrastrando los pies para no entrar en la guerra… El 18 de diciembre de aquel año Hitler clavó el primer clavo de su ataúd, al firmar la directiva que establecía que la URSS sería aplastada en una rápida campaña, mientras proseguía la guerra con el Reino Unido. Aunque le había dado varias vueltas, Hitler no acababa de definir lo que haría con la URSS una vez la hubiera conquistado. Los líderes nazis, oliendo sangre, empezaron la rebatiña para ver quién se quedaría con qué. Goering consiguió las competencias sobre la explotación económica de la URSS y Himmler sobre los asuntos raciales que llevaban aparejados las labores de exterminación. Ribbentrop estimó que la administración del nuevo territorio conquistado debía recaer en él y desde abril se aplicó a poner en pie la estructura administrativa necesaria. Hitler le decepcionó gravemente cuando decidió que esa tarea le correspondería a su viejo enemigo Rosenberg. Mientras los generales ultimaban los planes de batalla, Ribbentrop dedicó lo mejor de sus afanes a una guerra competencial con Rosenberg. A base de ser pesado, exasperó a Hitler que en lo sucesivo le apartó de la mayor parte de los asuntos relacionados con la URSS. Ribbentrop pasaría la mayor parte de los tres años que siguieron a la invasión de la URSS en un castillo dilapidado del siglo XVII próximo al cuartel general de Hitler. Era un lugar sombrío, lleno de mosquitos y sin ninguna distracción. Pero nada de eso parecía importarle, ni tan siquiera perder contacto con la vida diplomática, si podía estar cerca del Führer. El 28 de julio de 1941, Hitler y Ribbentrop tuvieron una pelotera que lo cambió todo. El motivo de la bronca fue trivial: si una nueva condecoración al valor podía concederse a los diplomáticos además de a los soldados. A partir de esa fruslería, la discusión fue calentándose hasta que Hitler se desplomó próximo al colapso. Hitler determinó que mantendría a Ribbentrop como Ministro de AAEE, pero en ese momento terminó toda influencia que Ribbentrop hubiera podido tener sobre él. El episodio traumatizó a Ribbentrop, que se encerró en una habitación a oscuras durante varios días y dio instrucciones a sus subordinados para que sólo le diesen buenas noticias al Führer. En esos días declaró que si no fuera porque sentía que Hitler no podría pasarse sin él, se habría alistado en la campaña rusa para luchar con un fusil junto a los demás soldados. Para octubre, Ribbentrop había recuperado el oído de Hitler y aprovechó la ocasión para desinformarle sobre EEUU igual que dos años antes le había desinformado sobre el Reino Unido. La tensión con EEUU iba en aumento, al tiempo que la ofensiva contra la URSS se frenaba. Hitler era reticente a provocar a EEUU. Ribbentrop le dijo que había vivido en su juventud en EEUU y que conocía su alma. No hacía falta preocuparse. La política de Roosevelt era puro bluff. EEUU era un país judaizado que carecía de verdaderos soldados y no sería capaz de hacer la guerra en Europa. La tarea de contener a los EEUU se le podía dejar a Japón que, como pueblo sin mestizaje, les era moralmente superior. El ataque japonés a Pearl Harbour el 7 de diciembre de 1941 fue una sorpresa para alemanes e italianos. El siempre optimista Ribbentrop lo recibió jubiloso: por fin el Pacto Tripartito tenía un contenido militar y ahora que Japón mantendría ocupados a los EEUU, su intervención en Europa resultaría más difícil. Pensaba que la aportación que Japón hacía a las potencias del Eje era muy superior a la que EEUU haría a la causa de los Aliados. Si Ribbentrop hubiera sabido los recelos con los que japoneses habían entrado en la guerra y la convicción que tenían de que después del primer año o año y medio tendrían que pasar a la defensiva, no habría estado tan contento. Ribbentrop empujó a Hitler a que declarase la guerra a EEUU. Entre otras cosas quería poner fin a la tensión sin hostilidades que había con EEUU. Seguramente Hitler no necesitaba que le empujasen mucho y hubiera declarado la guerra en cualquier caso, tal y como hizo el 11 de diciembre. Para alivio de los japoneses, no les pidió que a cambio declarasen la guerra a la URSS. Hitler no sabía que los recursos de los japoneses ya estaban estirados al límite con la guerra en China y la expansión hacia el sur. A comienzos de 1942, con una Europa dividida básicamente en enemigos con los que no había relaciones y en vasallos con los que a menudo las relaciones se llevaban por conductos ajenos a Exteriores, Ribbentrop se encontró con que tenía muy poquito que hacer. Ese tiempo lo ocupó en pelearse con Rosenberg por tener más atribuciones en Rusia. Ribbentrop abogaba por una política más humana hacia los locales para no alienárselos y por la creación de repúblicas nacionales que estarían infeudadas al Reich. La idea no era mala, pero la saboteó Rosenberg, que no quería ver a Ribbentrop husmeando en su feudo. Y así fue cómo las rencillas y los celos entre dos líderes nazis se cargaron una oportunidad política interesante. 1942 fue también el año en que la Solución Final tomó carrerilla. Antes de afiliarse al partido nazi, Ribbentrop había tenido muchos clientes y amigos judíos y nunca había dado muestras de antisemitismo. Al ingresar en el partido nazi, rompió con ellos y trató de mostrar que él era más antisemita que nadie. La Solución Final implicaba la intervención del Ministerio de AAEE con respecto a los judíos que residían fuera de las fronteras del Reich. Ribbentrop procuró no enterarse de lo que estaba sucediendo ni participar en su ejecución. Él, siempre tan celoso de sus prerrogativas, ordenó que las comunicaciones de las SS fueran directamente a uno de sus subordinados, incluso si el destinatario era él mismo. Como poco puede decirse que su entusiasmo por la Solución Final era tibio, pero un rasgo de su carácter era su falta de coraje. Tampoco hizo nada para intentar frenarla ni para influir sobre Hitler. Eso sí, creo que una intervención valerosa por su parte tampoco habría cambiado las cosas. El carácter pusilánime de Ribbentrop quedó de manifiesto el 24 de septiembre de 1942, cuando Hitler le abroncó por la tibieza con la que trataba el tema judío. Ese mismo día mandó instrucciones a las Embajadas para que acelerasen la deportación de los judíos en sus países de acreditación. Desde entonces hasta el final de la guerra, Ribbentrop participaría en la Solución Final para no perder el favor de su señorito. Así de bajo se puede caer moralmente. Para finales de 1942 el cambio de fortuna en la guerra, llevó a que los líderes nazis comenzasen a conspirar unos contra otros, intentando posicionarse de cara a un futuro cada vez más incierto. Ribbentrop fue uno de los objetivos predilectos de estos conspiradores. Goebbels, apoyado por Speer, quería reemplazar a Ribbentrop e iniciar negociaciones con los Aliados. La operación fue saboteada por Goering, que odiaba a Goebbels, y por Bormann, que odiaba tanto a Goebbels como a Ribbentrop, pero pensaba que el primero era más peligroso. Himmler también quería deshacerse de Ribbentrop, al que consideraba un obstáculo para una solución negociada, pero no se atrevía a moverse porque sabía que contaba con el favor del Führer. Aunque creo que las críticas a la ineficacia desastrosa de Ribbentrop estaban justificadas, no creo que sea justo presentarle como un obstáculo a una solución negociada. Al contrario, hasta el final intentaría con su torpeza habitual convencer a Hitler para que hiciese la paz con Stalin. Historia Tags Adolf HitlerAlemania naziAlfred RosenbergII Guerra MundialJoachim Ribbentrop Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 27 jul, 2019