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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Cuando a un mediocre le das poder (5)

Emilio de Miguel Calabia el

 

Ribbentrop pasó gran parte del mes de septiembre en el lugar más inadecuado para un Ministro de Exteriores, pero más apropiado para un líder nazi: junto a Hitler observando el desarrollo de la campaña polaca. La cercanía a Hitler le permitió ganar algunas victorias en la guerra burocrática con otros líderes, que era la que más le importaba después del conflicto con el Imperio británico. Logró que las autoridades del partido nazi en el extranjero quedaran sujetas a la autoridad del Embajador respectivo y que sus nombramientos tuvieran que ser realizados por Exteriores. Logró ganar algo de terreno frente a Goebbels en la cuestión de quién tendría responsabilidad sobre la propaganda hacia el extranjero. En fin, grandes logros para el hombre que se había equivocado en sus pronósticos y había provocado la II Guerra Mundial.

La ocupación de las neutrales Dinamarca y Noruega en abril de 1940 fue otro fiasco para Ribbentrop. El estudio de esta invasión pone de manifiesto el estilo caótico e improvisado de la política exterior nazi. La idea de base era forzarlas a que aceptaran la presencia militar alemana a cambio de garantizarles una cierta independencia. A esta idea, que venía de Hitler, se oponían los diplomáticos tradicionales, que creían que una Dinamarca y Noruega neutrales eran en el interés de Alemania.

Mientras que el plan funcionó con Dinamarca, que aceptó la ocupación alemana sin disparar un tiro, en el caso de Noruega todo salió mal. Un elemento clave en la operación de Noruega era Vidkun Quisling. Quisling era un ex-Ministro de la Guerra, que había sido defenestrado, y que había elaborado una paja místico-nacionalista sobre la unidad nórdica, había creado un pequeño partido fascista y se ofrecía para dar un golpe de estado pro-alemán. Era un iluminado al que sólo otro iluminado aún mayor podía hacer caso. Y ese iluminado aún mayor apareció en la figura de Rosenberg, que se entusiasmó con él y se lo presentó a Hitler, que era el sumo pontífice de todos los iluminados y que vió en Quisling su hombre providencial para Noruega. Ribbentrop se encontró entonces con un dilema: a Hitler le fascinaba Quisling, pero apoyarle implicaba conceder la victoria a Rosenberg. La solución al dilema fue que por un lado subsidiaría a Quisling y por otro impediría que el asesor que le había puesto Rosenberg tuviera acceso a éste.

Noruega opuso resistencia a la invasión alemana y allí se vio el verdadero valor de Quisling. Quisling se autoproclamó Primer Ministro y pidió a la población que diera la bienvenida a los alemanes. La población hubiera podido estar dispuesta a recibir a los alemanes si se lo hubiera pedido otro que no fuera Quisling. A Berlín llegaban informes contradictorios sobre lo que estaba ocurriendo en Noruega y sobre la popularidad de Quisling. Para cuando se dieron cuenta de que Quisling era un problema y no una solución, ya era demasiado tarde. La vertiente política de la operación Noruega había fracasado por completo. Hitler se llevó un buen rebote y la pagó con el pobre Ribbentrop que durante el resto de la guerra ya no pintaría nada en los asuntos noruegos. Más aún, Ribbentrop tendría un papel muy limitado en la invasión de los Países Bajos, Bélgica y Francia.

Como la inactividad le aburría, mientras otros líderes nazis se colgaban medallas con motivo de la guerra relámpago en el oeste, Ribbentrop se puso a elaborar el tipo de planes intrincados que le gustaban y que le daban la impresión de ser un dueño del universo. Uno fue el impulso que quiso dar al “Plan Madagascar”, la idea de trasladar a centenares de miles de judíos europeos a la colonia francesa de Madagascar. La idea era antigua, pero como Ribbentrop sólo sabía cagarla a lo grande, en sus planes hasta cuatro millones de judíos serían instalados en la isla. Otra idea fue la de crear una suerte de federación paneuropea en la que Alemania llevaría la voz cantante. El plan no fue más allá del diseño de una unión aduanera y monetaria para cuando la guerra hubiese terminado.

El 29 de mayo de 1940, temeroso de que la guerra terminase antes de que se hubiese podido colgar algunas medallas, Mussolini declaró la guerra a Francia. Ribbentrop lo vio como un éxito que acercaba la posibilidad de una alianza militar entre Alemania, Italia, Japón y la URSS. La entrada en guerra de Italia fue un fiasco. Ni la población ni la mayor parte de los empresarios y de los líderes fascistas apoyaban la entrada en guerra. El desempeño de las fuerzas italianas en los últimos días de la guerra contra un enemigo francés prácticamente derrotado, fue un desastre. Durante el resto de la guerra se vería que la operación militar que los ejércitos italianos sabían hacer mejor era la de retirarse.

Tras la derrota de Francia, Hitler quiso buscar la paz con el Reino Unido. En el fondo siempre había visto en Inglaterra a un aliado natural y a los rusos como el enemigo natural. Ribbentrop se encontró con un dilema. Por un lado, odiaba a los ingleses y quería verlos aniquilados. Por otro, unas negociaciones de paz le permitirían recuperar su protagonismo y, de paso, acercar su designio de una federación europea. Resulta interesante ver cómo su vanidad se anteponía a cualquier juicio político.

En agosto de 1940, Hitler informó a sus próximos de su voluntad de atacar la URSS en un próximo futuro. La lógica detrás de su decisión, según la explicó a sus colaboradores, era que mientras la URSS se mantuviera en pie, Inglaterra seguiría luchando, porque en secreto los soviéticos la animaban. En el fondo la decisión de Hitler tenía raíces más profundas: su odio al comunismo, la necesidad de que Alemania ampliase su espacio vital, su menosprecio racista de los eslavos…

Aquella fue una de las poquísimas veces que Ribbentrop intentó hacerle cambiar de idea y en la que mostró cierta inteligencia estratégica. Pensaba que Alemania tenía todo que ganar con la amistad rusa y que, antes de atacarla, había que terminar primero con los británicos. También recordó al Füher que Rusia siempre era más fuerte de lo que pensaban los estrategas de salón que no la conocían. A estas consideraciones habría que añadir otra más personal: con toda razón Ribbentrop consideraba que el Pacto Germano-Soviético había sido su gran obra maestra y le dolía verlo destrozado.

Con el fracaso de las negociaciones de paz con Inglaterra y de la Batalla de Inglaterra, Ribbentrop trató en el otoño de 1940 de sacar adelante la creación de un gran bloque euroasiático, que incluiría a la URSS, y que se enfrentaría a las potencias anglosajonas. En este empeño su mejor aliado fue el jefe de la Armada, Almirante Raeder, que pensaba que la mejor estrategia consistía en golpear a los anglo-sajones donde quiera que fuera posible. Una vez hubieran sido convenientemente debilitados, la URSS sin duda se convertiría en un aliado complaciente de Alemania. Lo más que conseguiría sería la firma del Pacto Tripartito, una alianza menos impresionante de lo que parecía a primera vista y en la que lo único novedoso era el compromiso de apoyarse mutuamente en caso de ataque por un tercero que, aunque no se dijera, sólo podía ser EEUU. El principal efecto del Pacto fue incrementar las posibilidades de Roosevelt de ser reelegido en las elecciones que tendrían lugar un mes después.

En esos meses Ribbentrop también trató de crear una alianza que englobara a Alemania, Italia, la Francia de Vichy y la España de Franco para golpear a los británicos en el norte de África, el Mediterráneo y Oriente Medio. Para entonces ya había quedado claro que el Ejército italiano podía servir para la producción de operetas, pero no para derrotar a los ingleses: en Egipto 300.000 italianos habían sido incapaces de derrotar a 36.000 ingleses. Era realmente la estrategia que hubiera debido seguir Alemania una vez que se vio que el Reino Unido no se rendiría.

La estrategia alemana debía pasar por la captura de Gibraltar y el establecimiento de bases en el norte de África y en Siria, para lo cual precisaba de la colaboración francesa y española. El problema era que tanto Italia como España querían llevarse una buena tajada de las posesiones francesas en el norte de África. Acomodar los intereses de los tres países resultaría difícil, pero no era imposible.

Ribbentrop comenzó cagándola con el cuñadísimo Ramón Serrano Súñer, ante el que hizo una exhibición prepotente y arrogante que el cuñadísimo no apreció. Serrano Súñer escribiría sobre él: “… encontré a Ribbentrop profundamente desagradable. Aunque era apuesto, no se le podía considerar elegante ni distinguido, por la misma razón por la que no se le podía ver como inteligente o humano, en concreto porque era completamente engolado…”. Ribbentrop, para terminar de arreglarlo, pidió la cesión de una de las islas Canarias para establecer allí una base. Increíblemente a continuación informó a los italianos de que la entrada en la guerra de España era inminente.

La lista de peticiones exorbitante presentada por España para entrar en la guerra, unido a la manera en que los franceses de Vichy habían rechazado una intentona de los ingleses y los franceses de de Gaulle contra Dakar, hizo que Hitler empezase a ver a los franceses de Vichy como unos aliados más plausibles que los españoles, algo a lo que contribuyó el siempre francófilo Ribbentrop. No obstante, todos estos planes de alianzas quedarían en nada. Hitler estaba cada vez más obsesionado con el ataque a la URSS y el Mediterráneo para él no pasaba de ser una distracción enojosa. Además, el 28 de octubre los italianos invadieron Grecia y de pronto cambió toda la situación en la región.

Aunque la cuádruple alianza en el Mediterráneo hubiese fracasado, Ribbentrop consiguió que Hitler aceptase tibiamente un intento de atraer a los soviéticos al Pacto Tripartito. El 12 de noviembre, el Ministro de AAEE soviético, Molotov, viajó a Berlín. En la entrevista que mantuvo con Ribbentrop, éste le aseguró que no se trataba de ver cómo ganar la guerra, sino de cómo terminar rápidamente una guerra que ya estaba ganada y mencionó las áreas de influencia que habría que establecer de cara al futuro. Molotov no se dejó impresionar por las bravatas alemanas y fue directamente al grano: ¿qué papel jugaría la URSS en el nuevo orden mundial? ¿cuáles serían las fronteras concretas de la URSS? ¿cómo reaccionaría Alemania si la URSS conquistaba Finlandia y establecía un protectorado sobre Bulgaria similar al que Alemania había establecido sobre Rumanía (en el Pacto Ribbentrop-Molotov Alemania había reconocido el derecho de la URSS a hacerse con Finlandia y se había mostrado desinteresada por Rumanía)? Para rematar, presentó una lista de territorios a absorber que casi provoca un ataque de nervios a Hitler. Tras la visita de Molotov, Hitler decidió que la única salida era invadir la URSS y ya no quiso oír hablar de alianzas con ella.

 

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