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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Cristiandad (3)

Emilio de Miguel Calabia el

Heather dice que durante el primer siglo después de la conquista árabe, éstos no hicieron mayor esfuerzo para convertir a los pueblos recién conquistados al Islam. Preferían una situación en la que ellos conformaban una élite conquistadora separada de los pueblos conquistados. La situación cambiaría con el decreto de Umar II (717-720) que fijó el estatus de los cristianos, que hasta ese momento había estado indeterminado y sujeto a los caprichos de los gobernantes locales de turno. Otro decreto del califa Al-Mutawakin (847-861) detallaría aún más la posición de los cristianos que vieron confirmado su estatus de ciudadanos de segunda, ya iniciado con Umar II. Aunque los omeyas no hubieran promovido especialmente las conversiones al Islam, el resultado fue que la opción de la conversión fuese haciéndose más atractiva para los cristianos. Noto que al hablar de conversiones, ya sea del paganismo al cristianismo o del cristianismo al Islam, Heather valora especialmente los deseos de ascenso social frente a otras motivaciones como la fascinación cultural o la conversión espiritual. Aunque el ascenso social jugase un papel significativo, creo que no debemos descuidar otras motivaciones más etéreas y desinteresadas en estos procesos de conversión.

El gran logro del cristianismo a partir del siglo VII fue convertirse en la religión de los pueblos bárbaros de Europa, algunos de los cuales prácticamente no habían tenido contacto con la cultura grecorromana. Como le ocurriera en su día al budismo, la clave para la difusión del cristianismo fue la conversión de los reyes. Siendo sociedades muy jerarquizadas, la conversión del rey arrastraba a los nobles e incluso podía ejercer influencia sobre los reinos vecinos. Efectivamente, para muchos reyes entrar a formar parte del mundo cristiano que se estaba formando y de sus redes y no quedarse fuera fue una motivación muy importante.

Como herramientas para la conversión la primera fue la dialéctica. Las religiones paganas se basaban en mitos que habían venido transmitiéndose desde tiempo inmemorial pero que nadie había sistematizado. Los misioneros cristianos, entrenados en la dialéctica y herederos de una tradición filosófica superior, no tuvieron demasiado problema en desmontar esos mitos y mostrar sus incoherencias. Además, los misioneros tuvieron la habilidad de insistir en el Antiguo Testamento y en las imágenes de Dios de los Ejércitos. Ése era el tipo de Dios que podía resultar atractivo a unas sociedades militaristas en las que las virtudes marciales contaban mucho. Frases como: “Bendito sea Yahveh, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la batalla,” debían de resultar más atractivas que lo de que si te abofetean ofrezcas la otra mejilla.

Mientras la cristiandad occidental se expandía entre los pueblos paganos del oeste y el norte de Europa, la cristiandad oriental lo hacía entre los pueblos eslavos. Imperceptiblemente se estaba produciendo una escisión entre las cristiandades occidental y oriental, atizada por factores políticos y culturales. En la cristiandad oriental los emperadores habían seguido manteniendo su papel de cabeza de la Iglesia como en tiempos del Imperio romano unido. En Occidente, la Iglesia había comenzado un tímido proceso de autonomía del poder político que culminaría en el siglo XI y no tendría parangón en oriente.

Las diferencias entre Oriente y Occidente tuvieron también un lado dogmático. La cuestión de la naturaleza de Cristo no estaba completamente resuelta. El debate en concreto se centraba en quién murió en la cruz: ¿sólo la parte humana de Jesucristo? ¿también su naturaleza humana, con lo que tendríamos a una divinidad inmortal capaz de morir? En 451 tuvo lugar el Concilio de Calcedonia que decidió que lo ortodoxo era pensar la parte divina de Jesucristo también murió en la cruz para redimir a los hombres. Esta fórmula triunfó en Occidente, pero en Oriente sólo se impuso porque el emperador estaba detrás impulsándola. Se produjo entonces una división a tres bandas: Occidente había abrazado las tesis calcedonianas, mientras que en Oriente había una división entre quienes las apoyaban y quienes consideraban que sólo murió la parte humana de Jesucristo. Justiniano intentó hallar una fórmula de compromiso. Su rechazo en Occidente puso de manifiesto que la Iglesia occidental había empezado a tomar un rumbo propio y a romper sus vínculos de sujeción con los emperadores bizantinos. En esto encontraron apoyo en las diversas cortes regias occidentales que no querían que la Iglesia en sus territorios estuviese subordinada a Bizancio.

Para emanciparse del poder político la Iglesia occidental aún tendría que superar el badén de Carlomagno. La historia convencional dice que Carlomagno buscó la coronación como emperador de manos del Papa para legitimar su poder y que esto dejó asentada la preeminencia del Papado en el Occidente latino. Heather afirma que todo fue una operación geopolítica para marcar su independencia de Bizancio y que Carlomagno le impuso la coronación al Papa León, que no tuvo otra alternativa que someterse a los deseos de éste. Para Carlomagno su tarea consistía en aniquilar a los infieles y atender a la debida observancia y propagación de la fe cristiana. La misión del Papa era rezar por su éxito.

En el largo plazo lo más significativo de la obra de Carlomagno fue el renacimiento de la cultura clásica que promovió. Bajo Carlomagno se fijaron los estándares del latín escrito, que sería la lengua de los intelectuales en Europa Occidental durante los siguientes setecientos años. Los intelectuales fijaron también el corpus de conocimientos y tradiciones interpretativas que deberían manejar los clérigos. Esto puso las bases para las reformas eclesiásticas de los siglos siguientes. Otro hecho del imperio carolingio fue que se aceleró la construcción de templos, con lo que las posibilidades de la Iglesia de llegar a su feligresía aumentaron.

 

 

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