Emilio de Miguel Calabia el 03 feb, 2019 Miguel Ángel Aguilar lo ha sido todo en el periodismo: corresponsal de Cambio 16 en Bruselas, director de Diario 16, columnista en El País y en la revista Tiempo, Director de la Agencia EFE, fundador de la sección española de la Asociación de Periodistas Europeos… Esa trayectoria es el eje de “En silla de pista”, sus memorias que publicó el año pasado. Leyéndolas, se me ha escapado alguna lagrimilla nostálgica por un cierto tipo de periodismo que sospecho que ya no existe. Era un periodismo que se hacía a pie de calle, de ir en busca de la noticia. “Miguel Ángel- me dijo Anciones- las noticias no van a la redacción, las noticias están en los bares.” Y Aguilar cuenta cómo a base de frecuentar bares acabaron enterándose los primeros de que a Franco le acababan de diagnosticar una flebitis. También cuenta cuando hizo guardia ante la prisión de Carabanchel y luego siguió a la caravana que llevaba a fusilar a los últimos condenados a muerte por Franco, o los plantones de los periodistas en el Hospital de La Paz durante la última enfermedad de Franco… Consigue transmitir lo que debía de ser la trepidación de ser un joven periodista en aquellos años. Por cierto que, sobre todo en esta primera parte, deja entrever un don para la descripción dramática. Si se pusiera, estoy convencido de que sería un buen novelista. Así relata la imagen de los últimos fusilados de la dictadura: “El camino serpenteaba por un terreno irregular y mientras llegábamos al altozano escuchamos las detonaciones sucesivas de los pelotones de fusilamiento. Al bajarnos del coche pudimos ver abajo en la hondonada los tres cadáveres y los pelotones, como ya se ha dicho, junto a sus vehículos de transporte. Luego, en el cementerio municipal de Hoyo de Manzanares asistimos a la entrega de los cadáveres a sus familiares. Estaban en unos ataúdes destapados hechos con tablas sin pulir ni barnizar, con la indumentaria que llevaban ante los pelotones de fusilamiento. Se veían los orificios de entrada de las balas. Estos aún goteaban sangre, la cual, a través de las tablas de los ataúdes, llegaba a las lápidas de las tumbas sobre las que habían sido depositados. Escuché a un comandante del Ejército expresar sus condolencias a los padres de José Humberto Baena.” Aguilar describe lo que era la prensa entonces, realmente el cuarto poder. Sólo así se explica el eco del famoso artículo “Retirarse a tiempo. No al general De Gaulle” que escribió Rafael Calvo Serer en mayo de 1968 en el diario “Madrid”. No me imagino qué articulo actual podría causar una conmoción tal en estos tiempos de las “fake news”. Aquellos periodistas, no sólo informaban, sino que también, de alguna manera, eran protagonistas de la historia que se iba haciendo. Parte del éxito de la Transición se debió a que existieron una connivencia y un respeto mutuos entre los políticos que estaban haciéndola y los periodistas que escribían sobre ella. Tal vez por eso, la segunda parte del libro, la que relata los acontecimientos posteriores al 23-F, sea menos interesante. La sensación de urgencia, de estar alumbrando algo nuevo desaparece. Saber de la “epidemia de separaciones matrimoniales” que aquejó al consejo editorial de El País, tiene un interés muy menor, como lo tiene la promulgación de la ley seca en ese mismo periódico y cómo “disparó los índices de alcoholismo” o que el himno nacional español fue de propiedad privada hasta 1997. Ocurre a menudo con los libros de memorias que bien la primera parte o bien la segunda desmerezca, porque correspondan a períodos menos interesantes en las vidas de los protagonistas. Si en la vida, para ser feliz, hay que saber olvidar selectivamente, los escritores de memorias deberían aplicar a éstas el mismo principio. Otros temas Tags Periodismo Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 03 feb, 2019