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Dhaka-Totem

Emilio de Miguel Calabia el

(El Parlamento diseñado por Louis Kahn)

Dhaka, la capital de Bangladesh, es una ciudad de 21 millones de habitantes (es una mera estimación; en Bangladesh sólo es posible dar estimaciones. No es país para quienes gusten de datos exactos). Su densidad de población es de 23.234 habitantes por kilómetro cuadrado, aunque hay partes de Dhaka como el suburbio de Karail, en las que esa densidad llega a los 50.000 habitantes por kilómetro cuadrado. Como referencia, la densidad de Madrid, la ciudad más densamente poblada de nuestro país, es de 844 habitantes por kilómetro cuadrado. Y, a pesar de todo, en ocasiones Dhaka tiene un aire rural, como si fuese un villorrio con metástasis, como si su verdadero ser, el que nos ocultan los edificios y la contaminación, fuera una pequeña aldea de los campos de la India.

La impresión no es errónea del todo, porque nunca se esperó que Dhaka fuera la capital de un Estado. Si las cosas transcurrieron de otra manera fue por culpa de Lord Curzon.

Lord Curzon, Virrey de la India entre 1898 y 1905, dominaba esa práctica tan británica del “divide y vencerás”. En 1905 tomó una decisión polémica: la escisión de la provincia de Bengala en las provincias de Bengala, con la capital en Calcuta, y Bengala Oriental y Assam, con la capital en Dhaka, que en esos momentos era una ciudad dilapidada. La justificación que dio es que la provincia de Bengala era demasiado grande como para poder administrarla bien. Escindiendo la parte oriental y de mayoría musulmana de la provincia, que era también la parte más rural y pobre, sería posible prestarle más atención. Como justificación, quedaba muy bien, pero nunca hay que creer a los virreyes británicos cuando hacen profesión de preocuparse del bienestar de sus súbditos. La verdadera razón es que Bengala era la provincia más rica y más desarrollada del Raj británico y también aquélla en la que los sentimientos nacionalistas estaban más extendidos.

A los bengalíes no se les escaparon las verdaderas razones del Virrey y en los años siguientes hubo fuertes movimientos de protesta. En 1911 el Virrey Lord Hardinge abolió la partición y reunificó la provincia. Mientras que los hindúes lo vivieron con entusiasmo, los musulmanes lo vivieron como otra traición más de los ingleses. Habían comprobado que la escisión de la provincia les beneficiaba y no querían volver al estado de cosas anterior.

En 1947 los británicos hicieron un “divide y vencerás” a lo grande, aunque ya no tenían mucho que vencer. Eran un imperio en quiebra que estaba en retirada. El Raj indio se dividió en dos partes, en función de la afiliación religiosa. Bengala volvió a ser dividida y esta vez fue la definitiva. La parte oriental de la provincia fue desgajada e integrada como Pakistán Oriental en el nuevo estado de Pakistán. Si antes se había visto sometida a Calcuta, que estaba a 329 kilómetros, ahora tenía que rendir cuentas a Karachi, que se encontraba a 2.370 kilómetros de distancia. Y, encima, en el proceso se vio disminuida territorialmente: la Bengala Oriental de 1905 había tenido una extensión de 275.937 kilómetros; el Pakistán Oriental de 1947 tenía una superficie de 148.460 kilómetros.

Dhaka, que era entonces una ciudad de unos 300.000 habitantes, se vio convertida de repente en la capital del Pakistán Oriental y más tarde, en 1971, en la capital del nuevo estado independiente de Bangladesh. Para entonces ya tenía millón y medio de habitantes, y subiendo.

En 2007 el Director de la Cátedra de Arquitectura de la Universidad de Dhaka, Adnan Morshed, llevó a varios arquitectos españoles para que participasen en diversas actividades y conferencias. El resultado de esa iniciativa quedó plasmado en un libro que publicó la AECID en 2018, “Dhaka-Totem”, un canto a una de las capitales más especiales del mundo.

El libro se abre con una conversación que Adnan Morshad imagina en el cielo entre Le Corbusier y Louis Kahn. Le Corbusier fue el diseñador de Chandigarh, la capital de Punjab y Haryana, una de las pocas ciudades salidas de la nada en el siglo XX que se puede considerar exitosa. En 1960 le ofrecieron a Le Corbusier construir el Parlamento de Dhaka. La experiencia de lidiar con los indios durante la construcción de Chandigarh, parece que le había dejado traumatizado y declinó el ofrecimiento. Así fue cómo Louis Kahn entró en la escena.

El Parlamento que construyó Louis Kahn es uno de los edificios más emblemáticos de Dhaka. También, en mi opinión, de los más horribles, pero reconozco que le tengo tirria a la arquitectura moderna. Kahn quiso construir un edificio monumental, que expresase el alma de la nueva nación. Quiso que contuviera elementos romanos, mogoles, bengalíes y del delta. Estilísticamente pertenece a la denominada arquitectura brutalista. Nunca hubo un nombre mejor dado a una escuela de arquitectura. Durante la guerra de independencia de Bangladesh el edificio aún no estaba terminado. Sobrevivió intacto a la guerra. Lo que le salvó fue que los pilotos pakistaníes que sobrevolaban, creían que se trataba de una ruina y no malgastaban sus bombas.

Tras la introducción de Morshad, lo que siguen son breves artículos que son otras tantas evocaciones entrañables de Dhaka desde distintas perspectivas. La arquitecta Marian Planelles la califica de “fascinante” y “perturbadora” y la considera como la ciudad más complicada de entender que jamás haya visitado. La fotógrafa noruega Tor Torhaug la define como “una enorme aglomeración de humanidad abarrotada en un espacio demasiado pequeño.” El arquitecto zaragozano Héctor Fernández Elorza habla del “aparente caos” y la “actividad frenética de sus calles” aue es lo primero que uno ve, hasta que entiende que es un caos aparente, que lo crean pequeñas acciones que se concatenan y mantienen viva a la ciudad en un equilibrio que no para de mutar. Para el arquitecto Jesús María Aparicio Guisado Dhaka es el solapamiento de distintas realidades, vidas paralelas que terminan entrecruzándose por efecto de la densidad de la ciudad.

¿Y para mí, que la visité en enero de 2019? Para mí es como ese sueño que tienes en la conciencia momentos antes de despertar y que al abrir los ojos, comienza a desvanecerse, tanto más rápido cuanto más te esfuerzas por traerlo a a memoria. De Dhaka me quedan imágenes yuxtapuestas y tan diversas que no consigo amalgamarlas en una sola y decir “esto es Dhaka”. La calle cubierta de bombillas en el enclave diplomático de Baridhara, porque se iba a celebrar una boda; el cruce de dos calles, autobuses desvencijados, tráfico congelado, humo, la sensación de que todos los colores se han difuminado en un gris-contaminación; el palacete de Old Dhaka, decrépito y reconvertido en residencia estudiantil; el cruce del río Buriranga, el enjambre de barcos, las aguas negras; la iglesia armenia y sus lápidas en el patio y yo calculando cuántos años vivió cada uno de los que descansa allí y descubriendo que cuando visito un cementerio cada vez me cuesta más encontrar gente que haya vivido más de lo que llevo vivido… Dhaka acaso sea un espejismo y sólo habría que rascar un poco la mugre de sus edificios para que se vinieran abajo y revelaran la aldea rural que permea invisible la ciudad.

 

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