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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El Imperio que tenía el Ejército más bonito del mundo (1)

Emilio de Miguel Calabia el

El Imperio Habsburgo,- desde 1867 austro-húngaro- ha pasado a la Historia popular como un Imperio donde lo mejor que sabía hacer la gente era bailar el vals, que había sustituído la diplomacia y la guerra por la celebración de bodas reales y que tenía el Ejército más bonito del mundo.

En “The Grand Strategy of the Habsburg Empire” el experto en relaciones internacionales A. Wess Mitchell nos pide un poco de respeto. El Imperio Habsburgo se encontraba en un vecindario muy complicado y tenía una serie de debilidades internas que le impidieron siempre desarrollar todo su potencial. Deberíamos apreciar debidamente que, a pesar de sus debilidades, entre 1700 (inicio de la Guerra de Sucesión a la Corona de España) y 1853 (inicio de la guerra de Crimea) el Imperio Habsburgo fue capaz de mantener su posición de gran potencia y de jugar un papel central en la geopolítica europea. Si lo pensamos, en el ese período del tiempo el imperio polaco se desvaneció, el otomano entró en una decadencia imparable y del español, ni hablemos.

Geográficamente el Imperio Habsburgo tenía una geografía favorable a la defensa. Los Cárpatos en su frontera norte y este y los Alpes en el oeste, le protegían. De la frontera sur, que daba al Mar Adriático, no cabía esperan amenazas. El Danubio servía de gran vía de comunicación de todos estos territorios. Los dos principales problemas del Imperio eran los de cualquier administrador de fincas urbanas: el vecindario y los inquilinos.

Empecemos por el vecindario. Geográficamente el Imperio Habsburgo ocupaba un espacio intersticial, según Mitchell. Esto es, a diferencia de Francia, con unas fronteras bien defendibles (Pirineos, Alpes y Rhin) o de Rusia, con una retaguardia de bosques inabarcables, de donde no le podía venir ninguna amenaza, el Imperio austriaco ocupaba un espacio de encrucijada donde las tortas le podían venir de todas partes. En el siglo XVIII sus principales amenazas eran el Imperio Otomano al sureste, crecientemente el Imperio ruso en el norte, Prusia en el noroeste y Francia al oeste. En el siglo XIX, tres de los anteriores cuatro (Francia, Rusia y Prusia) seguían representando amenazas, pero encima desde la segunda mitad del siglo XVIII habían tomado esteroides y se habían vuelto mucho más peligrosos que un siglo antes. Los otomanos habían entrado en declive, pero el deterioro de su posición en los Balcanes y las bocas del Danubio, casi creaba tantos problemas como los que creaba cuando eran una potencia sólida e invencible.

Y ahora los inquilinos. Al Imperio Habsburgo le faltaba la cohesión de otros imperios. Grosso modo, estaba compuesto por tres unidades: las tierras hereditarias austriacas, que eran el corazón del Imperio y que, aunque representaban el 18,9% de la población, aportaban el 70,2% del Ejército; la corona de Hungría, que representaba el 37,4% de la población y el 51,8% del territorio y siempre andaba con veleidades independentistas, y la corona de Bohemia, subyugada desde la guerra de los Treinta Años y que no daría problemas hasta el siglo XX. Esta descripción es muy simplista. No he mencionado ni los distintos obispados, condados y ducados y demás que formaban parte del imperio, ni de sus súbditos croatas y más tarde serbios, ni de los rumanos… Esa disparidad había impedido la emergencia de una Administración unificada y eficiente, de manera que en las guerras el Imperio tenía más problemas que sus vecinos en movilizar su población y recursos. Esa disparidad también hacía que el Imperio Habsburgo fuera más reticente que otras potencias como Francia, Prusia o Rusia a expandirse. Para éstas, la incorporación de nuevas provincias servía para aumentar su poder. Para el Imperio Habsburgo significaba aumentar la complejidad del Imperio.

La conciencia de estas amenazas y de sus debilidades hizo que el Imperio adoptase una estrategia defensiva que primaba a la diplomacia sobre la guerra. Su gran temor era el de verse obligado a luchar en dos frentes al mismo tiempo. Por otra parte, dado que el Imperio era consciente de que nunca sería capaz de levantar ejércitos tan grandes y cohesionados como los de sus rivales, su pensamiento militar estuvo todo el tiempo dirigido a la defensiva. El objetivo en las guerras más que ganar batallas era mantener el Ejército incólume. “Una dinastía que gobernaba sobre múltiples entidades políticas que no estaban vinculadas por la sangre o el idioma, dependía del Ejército para garantizar no sólo la legititimidad de su gobierno, sino también su misma existencia. Los destinos de la dinastía y del Ejército estaban indisolublemente entrelazados; en tanto una fuerza armada permaneciese en el campo de batalla bajo el mando independiente Habsburgo, la dinastía tenía una buena posibilidad de sobrevivir incluso a las peores derrotas”. En palabras del gran Eugenio de Saboya al emperador José I: “Vuestro Ejército, Majestad, es vuestra Monarquía”. En 1805 y 1809 Austria sufrió sendas derrotas durísimas ante la Francia napoleónica, pero su Ejército sobrevivió y con él, la Monarquía. En 1918, el Ejército estaba desmoralizado y sus componentes no alemanes, agitados por los vientos del nacionalismo, comenzaron a mostrar desafección. La dinastía Habsburgo no sobrevivió a la I Guerra Mundial.

La mentalidad defensiva del Ejército queda de manifiesto en la obra “Sobre las batallas” del comandante Raimondo Montecuccoli, que recomendaba evitar las batallas y sólo darlas cuando las circunstancias fueran tan abrumadoramente favorables que garantizasen el éxito. La filosofía era que sólo debía aceptarse una batalla si las ganancias en caso de ganarla superaban con creces a las consecuencias de perderla. Su ídolo era el general Quinto Fabio Máximo, más conocido como “el contemporizador”, que frustró los planes de Aníbal al rehusar dar batalla contra él. Lo malo de este planteamiento era que los ejércitos austriacos tendían a desaprovechar las oportunidades de asestar un golpe demoledor a los enemigos, cuando la ocasión se presentaba. El 14 de octubre de 1758 el general austriaco Leopold Joseph von Daun derrotó aplastantemente al ejército prusiano de Federico II en Hochkirk. Federico II perdió en la batalla un tercio de sus hombres, a varios generales y la mayor parte de su artillería. ¿Qué hizo Daun tras la victoria? Nada. Se quedó donde estaba, dejando que su ejército se recuperase. Federico II aprovechó el respiro para levantar un nuevo ejército y retomar la guerra al año siguiente. Clausewitz y Napoleón se habrían dado cabezazos contra la pared. Para ellos el objetivo de la guerra era destruir la fuerza del contrario. Mitchell disculpa a Daun: se había formado en un pensamiento militar que primaba la cautela y en un Ejército con inclinaciones defensivas.

Sólo hubo dos momentos en los que el Imperio Habsburgo tuvo una orientación ofensiva. El primero fue mientras vivió su mejor general, el Príncipe Eugenio de Saboya (1663-1736), que además de ser un genio de la guerra, tenía un instinto más ofensivo. El segundo fue en los primeros años del reinado del emperador Francisco José. No contando con un Ejército adecuado y enfrentado a enemigos que sí que tenían Ejércitos adecuados, el intento de adoptar una política más ofensiva se saldó con un rotundo fracaso que puso al Imperio austriaco en el camino hacia la puerta de salida de la Historia.

El tipo de guerras que le gustaba librar al Imperio Habsburgo era el reflejo de su mentalidad. Cuando era el agresor,- en casi todos los casos la víctima era el Imperio otomano-, sólo entraba en guerra una vez que había concluido los preparativos diplomáticos necesarios para asegurarse de que no se le abriría un segundo frente en la retaguardia y de que el enemigo no conseguiría el apoyo de otras potencias. Cuando era el agredido, su preocupación principal era ganar tiempo para formar una coalición que le ayudase a derrotar a su agresor. Sí, los austriacos tenían algunas dudas sobre sus propias capacidades bélicas.

La moderación era su tónica también cuando ganaban las guerras. El enemigo de ayer podía convertirse en el útil aliado de mañana. Los Habsburgos buscaban paces que reforzasen el equilibrio, que era donde se sentían como pez en el agua, no buscaban paces que realzasen su hegemonía. Una ventaja de esta moderación es que el Imperio Habsburgo podía presentarse como un Estado garante del orden internacional, lo que le convertía en un aliado más aceptable que aquellos otros Estados que buscaban subvertirlo. El ideal para Austria era una Europa en equilibrio y verse rodeada por una constelación de pequeños estados que la separasen del contacto directo con otras grandes potencias. En un mundo ideal, Austria podría establecer fortalezas con guarniciones propias en esos Estados para frenar la primera acometida de los enemigos.

 

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