Europa puso un pie en Marte este mismo miércoles. Lo cierto es que la Agencia Espacial Europea (ESA) ya tenía una sonda allí desde 2003, la Mars Express, pero ayer tuvo éxito al poner en la órbita de Marte un sofisticado e importante satélite de exploración, el Trace Gas Orbiter (TGO). Este es un elemento clave en el ambicioso programa europeo de exploración de Marte, ExoMars. Tiene la relevante tarea de averiguar si el metano de la atmósfera de Marte es causado por seres vivos o por la actividad geológica del planeta.
Sin embargo, no todo fue como estaba previsto. Otro de los elementos fundamentales de ExoMars, que viajó anclado al TGO durante siete meses, probablemente fue destruido ayer. Se trata del módulo de aterrizaje experimental Schiaparelli, una “galleta” de 600 kilogramos cuya finalidad era probar que los sistemas europeos de aterrizaje funcionan y permitirán llevar a Marte a la segunda misión del programa ExoMars: ExoMars 2020, una etapa en la que se posará en Marte un sofisticado rover de exploración.
“La exploración de Marte es dura y difícil, y por eso la hacemos“, dijo este jueves David Parker, director de exploración humana y robótica de la Agencia Espacial Europea (ESA), esta misma mañana. Celebraba una esperada rueda de prensa en el cuartel general de la ESA en Darmstadt, Alemania, y estaba rodeado de importantes cargos: Jan Wörner, director general de la ESA, Andrea Accomazzo, manager de operaciones de la ESA y Rolf Densing, director de operaciones. Todos ellos trataban de explicar qué pasó ayer.
Las cosas se torcieron el miércoles por la tarde. Se confirmó, tal como estaba previsto, que la TGO no se había pasado de largo de Marte, después de una compleja maniobra en la que hizo falta que su motor estuviera quemando combustible durante dos horas. Pero el pequeño Schiaparelli, una cápsula cónica con un diámetro de 1,65 metros, comenzó a dar disgustos. No se pudo captar su señal con los radiotelescopios del Giant Metrewave Radio Telescope (GMRT), en Pune (India) y minutos después se descubrió que la Mars Express tampoco había podido recabar información sobre un aterrizaje exitoso. La ESA pidió paciencia y dijo que la Mars Reiconaissance Orbiter (MRO), de la NASA, podría aportar datos sobre lo ocurrido, pero lo cierto es que tampoco este intento tuvo éxito. Así las cosas, al día siguiente, Andrea Accomazzo explicó que “aún no estamos en posición para determinar las condiciones en las que el aterrizador tocó el suelo, para decir si pudo sobrevivir al aterrizaje o no”.
No estamos a ciegas. El módulo Schiaparelli estaba diseñado para tomar mediciones durante su aterrizaje y rebotarlas automáticamente a la TGO, a la Mars Express, a la MRO y a los radiotelescopios indios. No hay que olvidar que su objetivo era fundamentalmente averiguar si Europa podía aterrizar en Marte, así que era interesante recoger toda la información posible.
Gracias a esto, hoy en día se sabe que el aterrizaje fue bien durante las primeras fases. El escudo térmico que protegía a la nave del calor y la fricción con la atmósfera marciana (es el mismo efecto que hace brillar y desintegrarse a los meteoroides) funcionó correctamente. Schiaparelli entró en la atmósfera a una velocidad de casi 21.000 kilómetros por hora, y en teoría fue frenado hasta rondar los 1.600. Entonces, se puso en marcha el paracaidas supersónico, cuya función era frenarla hasta los 250 kilómetros por hora. Según los datos recogidos por la TGO, todo apunta a que esto fue correcto. Nominal, como dirían los ingenieros. Pero después, no.
“Después de esta fase, el aterrizador definitivamente no se comportó exactamente como se esperaba”, explicó Accomazzo.
La cobertura superior del escudo térmico, en la que estaba sujeto el paracaidas, no se desprendió de Schiaparelli en su momento, si no un poco antes. Quizás a causa del fallo de algún sensor, o a algún desperfecto físico o en el software, el módulo comenzó a caer en caída libre antes de tiempo. Entonces, se activaron los nueve retrocohetes de la nave, cuya función era arder durante unos 29 segundos para amortiguar a Schiaparelli en sus supuestos últimos 1.300 metros de caída, y dejarla caer blandamente en el suelo los dos últimos metros, a unos 11 kilómetros por hora. Lo cierto es que los motores arrancaron, pero por desgracia solo ardieron durante 3 o 4 segundos. Mucho menos tiempo del previsto.
Al final, se perdió el contacto con la nave, exactamente 50 segundos antes del momento previsto de aterrizaje controlado. ¿Ocurrió porque Schiaparelli descendió mucho más rápido de lo planeado y acabó estrellándose contra Marte? Parece muy probable.
Accomazzo dijo que no hay forma de saber de momento si Schiaparelli está intacta o convertida en un meteorito de alta tecnología. Ahora, comienza una cuenta atrás hasta que las baterías del módulo se apaguen, si es que acaso están enteras: están diseñadas para durar unos cuatro días marcianos (39 minutos más largos que los terrestres), lo que quiere decir que este fin de semana Schiaparelli dormirá para siempre pase lo que pase. Si no se contacta con ella antes, será imposible recuperar información posterior al momento en que se perdió contacto con ella.
La NASA tratará de encontrar a Schiaparelli. La MRO intentará localizarla sobre el terreno, y para ello orbitará sobre Meridiani Planum, la zona donde aterrizó el rover Opportunity, de la NASA, en 2004, y también el lugar donde está el módulo de aterrizaje de la ESA. Este miércoles lo intentó en dos ocasiones, pero no pudo detectar al módulo. Pero quizás dentro de unos días pueda averiguar qué ha pasado.
Pero la pérdida de Schiaparelli no tiene por qué ser una tragedia para la carrera espacial europea. No hay que olvidar que estaba diseñada para hacer pruebas. Tal como dijo este jueves David Parker, durante el descenso “recogieron una enorme cantidad de datos”, todos ellos de interés para preparar las futuras misiones de la ESA, y en especial la ExoMars2020. Y, a fin de cuentas, no se puede aprender a volar sin sufrir accidentes.
El problema es que la semana que viene la ESA tiene que recibir 300 millones de euros de sus miembros para continuar con ExoMars, un programa que en teoría costará un total de 1.200, sin contar con las aportaciones de cada país a los instrumentos que entrega. Pero Jan Wörner, director general de la ESA, dijo que no habrá problemas: “No tenemos que convencer a los gobiernos, los resultados positivos son evidentes”, dijo.
Una difícil carrera
Tal como dijo para Nature Francesca Esposito, investigadora principal de los escasos experimentos que viajaban a bordo de Schiaparelli, no hay que olvidar que “Es el espacio. Él no colabora“. Desde que comenzó la carrera espacial en los años sesenta, la Unión Soviética, Estados Unidos, Japón, India, China y Europa han enviado más de 40 misiones al planeta rojo. Pero en todo este tiempo, y a pesar de varios intentos, solo la NASA ha logrado aterrizar con éxito un robot de exploración en Marte. Y lo ha hecho en siete ocasiones.
La tecnología y las redes sociales han hecho que recibamos las imágenes tan nítidas recogidas en Marte con normalidad, como si fueran fruto de los esfuerzos de Google Maps. Pero probablemente olvidamos el enorme reto técnico y científico que supone hacerlo, y que esto solo se logra a costa de un ingente esfuerzo humano y monetario.
Viajar a Marte no es tan fácil como ir a la Luna. Después de un largo viaje (de unos seis a nueve meses, en comparación con los seis días de ruta hacia la Luna), hay que frenar la nave para no pasarse de largo, gastando una buena cantidad de combustible. Aterrizar, implica lidiar con una gravedad que es casi el doble de la lunar, y soportar la fricción de una tenue pero aún así notable atmósfera (a veces cargada de polvo en suspensión). Para aquellos que sueñan con viajar a Marte como astronautas, hay que contar con que además hay que ser capaz de despegar desde allí con un potente cohete, y luego luchar contra la gravedad en la órbita antes de emprender un viaje de varios meses de vuelta a la Tierra.
La NASA va indudablemente a la vanguardia, y seguirá ahí si Obama apoya definitivamente su misión a Marte. En 2012 logró aterrizar un gran rover de 900 kilogramos sobre una plataforma suspendida sobre cohetes en Marte. Y en 2020 lo repetirá con otro potente rover de exploración.
Europa ha comenzado hace poco a luchar por Marte. Envió la Mars Express allí en 2003, pero fracasó al hacer funcionar el módulo de aterrizaje Beagle (no se abrieron unos paneles solares y quedó apagado). Sin tropezar no podrá lograrlo. Por delante está el reto de perforar el subsuelo en busca de vida marciana pasada o presente e incluso traer muestras a la Tierra.
Mientras tanto, la Trace Gas Orbiter, de la ESA, rastreará el metano de Marte en busca de posibles huellas de vida, o de ciclos geológicos desconocidos. Además, podrá detectar las reservas de agua que se esconden en el subsuelo, una zona donde hay agua líquida, temperaturas más suaves y hay protección frente a la radiación. Si el hombre viaja a Marte en 2030 como se dice, gracias a todos estos robots y satélites sabrá mucho mejor dónde buscar la vida o dónde establecer sus bases.
BiologíaCuriosidades