Javier Esteban Salcedo.
Este es el modelo que parece regir en la actualidad auspiciado y promovido por los creadores de corrientes de opinión, los cuales se mueven a nivel mediático, a nivel social, a nivel educativo y a nivel político, haciendo que el relato de la realidad cambie, pero no porque evolucione, sino porque es cambiante y permite tener dos pieles en el mismo escenario.
¿Cómo es viable que el ser humano pueda tener distintos tipos de piel de manera simultánea?
Muy fácil, solo depende del rol que se desempeña en cada momento. Si el papel a desempeñar presupone un principio de autoridad, la piel ha de ser gruesa, dura e insensible como la de un cocodrilo para aguantar bien las críticas, los insultos, los golpes, las acusaciones, etc. Esto les ocurre a las fuerzas del orden en la calle, a los profesores en el aula y a los árbitros en la cancha de juego. Por el contrario, si el papel a desempeñar es el contrario, el de ciudadano que atenta contra el orden, el de alumno que se revela o el de jugador que protesta, entonces la piel se torna fina como la de un bebé recién salido de la placenta materna al cual no se puede casi ni rozar.
¿Por qué digo esto?
Pondré un ejemplo de mi ámbito para responder a la pregunta: Me encontraba arbitrando un partido juvenil de fútbol sala y tras varias protestas reiteradas del delegado de un equipo, y habiéndole advertido ya verbalmente en varias ocasiones, le informo de que si continúa así le mostraré tarjeta. Esto lo considera una amenaza y una actitud poco dialogante, tal como me recrimina al final del encuentro.
A su vez, un jugador, ante una decisión mía, coge el balón y lo hace botar fuerte con las dos manos, ante lo cual le digo en tono elevado: “portero, cállese la boca y juegue”. Esas decisiones mías, ese modo de hacer, solo pretendían evitarles una tarjeta y que el partido se desarrollase sin más, intuyendo que se debían jugar algo importante para ellos. Pues aun así, ambas fueron consideradas como faltas de respeto.
¿Qué concepción de la realidad estamos transmitiendo a las nuevas generaciones?¿Deberíamos ser más estrictos con el cumplimiento de la norma?¿Es la ley del embudo la que rige, ancho para los que están bajo la supervisión de otro que está desarrollando su trabajo y estrecho para este último?
Me gustaría extraer el lado positivo a este tipo de situaciones y por ello pienso en la capacidad que han adquirido los “civiles” en los últimos años para no acatar las injusticias, pero por otra parte me entristece mucho contemplar el lado negativo. Este no es otro que el observar cómo se han otorgado tantas atribuciones y se ha invertido el discurso desde las tribunas parlamentarias, desde los estrados de la justicia, desde las propias tarimas de las aulas (donde las haya) y desde los micrófonos de los medios, que ahora no es que el individuo o el colectivo se rebele ante lo injusto, es que no acata la norma y no respeta al que tiene que hacerla cumplir.
Algún teórico me diría que el respeto se gana, que no se impone, y estoy seguro de que no se ha puesto con un casco y una porra delante de unos ultras de la política o del fútbol o con un silbato y unas tarjetas ante 30 bigardos de 17 y 18 años con las hormonas al 100 % en un partido de fútbol.
Por favor, equilibremos los grosores de la piel y salvemos a los “cocodrilos” o, de tantos “palos”, estos acabarán haciendo dejación de funciones ante la inutilidad de su trabajo y nos veremos abocados a una anarquía en la que todo, absolutamente todo, valdrá.