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Sorpasso

Sorpasso
Marisa Gallero el

Los datos del CIS pueden tener muchas lecturas, menos que están «caducos». Sólo hay que tener presente cuando están cocinados para interpretarlos. Fue antes de que Felipe VI iniciará la primera ronda de consultas, y cuando se conocía el no sonoro y rotundo de Pedro Sánchez a Mariano Rajoy.

Sea porque no quiere sentarse con el partido que numéricamente ha ganado las elecciones, aunque sea para negarse a pactar, o porque de forma incongruente anuncia «el diálogo con todas las fuerzas políticas», el sondeo refleja que el Partido Popular volvería a ganar las elecciones generales y que Podemos confluyendo confirmaría el sorpasso al PSOE.

Tampoco se conocía que un juez imputaría a toda la cúpula municipal del PP de Valencia por un presunto delito de blanqueo de capitales, cercando a la senadora Rita Barberá, o que el Partido Popular tendría que declarar como investigado por la destrucción de los discos duros de los ordenadores de Luis Bárcenas. «La corrupción en el PP es como la historia interminable» comenzaba Pedro Sánchez su intervención en el Comité Federal, mientras Mariano Rajoy ante su grupo de 122 diputados prometía queriendo imprimir firmeza que «esto se acabó, y aquí ya no se pasa por ninguna».

El CIS también refleja que estar equidistante, quedar bien con todos, te estanca en las encuestas, y por primera vez convierte al político más valorado a Alberto Garzón, que irónicamente recuerda a Julio Anguita cuando decía «queredme menos pero votadme más».

Por su imagen y por sus votos, Iglesias codicia a Garzón como si fuera Gollum en «El señor de los anillos» murmurando: «Mi tesoro». Si Izquierda Unida terminará confluyendo o desapareciendo dentro de Podemos, el bloque de izquierda sumaría el 25,6% de los votos, acercándose al PP y dejando atrás al PSOE.

Los datos aproximan a Podemos y al PP en una extraña pinza con un objetivo común: dejar que el PSOE se estrelle intentando negociar unos pactos transversales que le lleve a Moncloa. A Sánchez, en su soledad de corredor de sprint, no le interesa nuevas elecciones y antes de rendirse, morirá con las botas puestas.

En esta era del fin del bipartidismo, que algunos califican de segunda Transición, aunque ese nombre le queda muy grande, a los españoles le ha entrado una gran preocupación por los políticos y los partidos, que se miran cada uno su ombligo y se han olvidado de los verdaderos problemas de los ciudadanos.

No hay ni cintura, ni altura política. «Ni los números. Es un naufragio», me apostilla un histórico del PSOE que declina hacer una entrevista en estos tiempos en los que muchos miran con los ojos abiertos la escenificación de quiero ser presidente.

Todo huele a estrategias y quizá el panorama real sean unas nuevas elecciones en junio, por esa necesidad, muy gatoparda, de cambiar las cosas para que nada cambie.

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