Eva Franch dejó caer estas palabras durante su discurso de presentación de la última edición del Foro Arquia/Próxima, del que ha sido comisario general: «Lo que me gusta pensar es que hemos llegado temprano. En estos meses, días, estoy intentando desarrollar una teoría de la tempraneidad».
Siempre es necesario prestar extrema atención a las palabras, a la construcción y componentes del discurso hablado y escrito. Qué y cómo se dice. Explica el filósofo Harry G. Frankfurt* que «la paparrucha no se inventa primordialmente para inculcar al oyente una falsa creencia acerca del estado de las cosas de las que trata, sino que su intención principal es dar al oyente una falsa impresión de lo que pasa por la mente del hablante.» Por eso es necesario atender y desentrañar lo oído o leído. Para poder confirmar o descartar si el emisor del mensaje tiene o no querencia por la paparrucha.
Esa afirmación de Franch que bien podría pasarse de largo, tomándola como mera anécdota ejemplificando la autocomplaciente retórica de la inagotable fábrica del neologismo-intelectualoide, adquiere no obstante una trascendencia insoslayable cuando se sitúa dentro del contexto general del marco durante el cual fue pronunciada.
Este artículo no tiene como intención quedarse en una crítica a esta edición de dicho marco, el Foro Arquia/Próxima, sino ir más allá puesto que éste ha servido como escenario para la evidencia de un grave síntoma: el del acceso al poder, la toma de influencia de un espectáculo de paparruchas y charlatanería en el que premiados y seleccionados quedaban relegados a una ínfima importancia, instrumentalizados meramente como pretexto para la elevación de un mensaje –en realidad ajeno a la mayoría de los participantes− que está estupidizando a la arquitectura.
En la película Idiocracy de Mike Judge (2005) – de la que tomo el título para este artículo− la mediocridad y abulia que caracteriza a dos individuos concretos los hace óptimos candidatos para experimentar un sistema de hibernación, y mantener en ese estado sus cuerpos durante un año. Sin embargo, un imprevisto alarga a cinco siglos ese periodo de hibernación y los dos personajes despiertan en 2505, en una sociedad que ha involucionado intelectualmente. Dicha evolución es justificada en el filme en base a la teoría de la disgenesia, y da pie a una comedia en la que dos mediocres de inicios del siglo XXI son las personas más inteligentes del siglo XXVI.
Tomando metafóricamente como analogía la tesis de la disgenesia podría plantearse que hoy el pensamiento de la arquitectura se encuentra en plena involución, y que esos que ocupan hoy el lugar desde donde se marca el camino son las menos capacitados para construir un análisis para la realidad. Aclaro por eso en este punto, de nuevo desde una definición de Frankfurt, por qué atribuyo el término charlatanería a ese discurso y poses: «Contar una mentira es un acto con una marcada intención. Está concebido para introducir una falsedad determinada en un punto preciso del conjunto o sistema de creencias, a fin de evitar las consecuencias de tener dicho punto ocupado por la verdad. (…) En cambio, una persona que decide abrirse paso mediante la charlatanería goza de mucha más libertad. Su visión es más panorámica que particular. No se limita a introducir una falsedad en un punto determinado, por lo cual no está condicicionada por las verdades que rodean dicho punto o intersectan con él. Está dispuesta también, si hace falta, a falsear también el contexto. Esta libertad con respecto a las limitaciones que condicionan al mentiroso no necesariamente significa, desde luego, que su tarea sea más fácil que la del embustero. Pero el tipo de creatividad en que se basa es menos analítico y menos deliberativo que el requerido por la acción de mentir. Es más expansivo e independiente, con oportunidades más amplias de improvisación, colorido y juego de la imaginación. (…) Es imposible mentir si uno no cree conocer la verdad. Producir una charlatanería no requiere semejante convicción. Una persona que miente está, por tanto, respondiendo a la verdad, y, en ese sentido, es respetuosa con ella. (…) Para el charlatán, en cambio, no hay más apuestas: no está del lado de la verdad ni del lado de lo falso.»
El problema que causa esta charlatanería no es únicamente el de una simplificación frívola− reflejo de una sociedad voluble en la que todo se amolda a las circunstancias y todo es maleable a conveniencia, donde los únicos compromisos son el ego y los intereses económicos−, sino la generación de confusión y de un panorama absurdo desde el que se destruye toda posibilidad de pensar, de romper con cualquier posibilidad de intensificar un desarrollo de las ideas y el pensamiento y las posibilidades de cambio que éste alentaría.
Franch manifiesta desde su texto en el catálogo de esta edición del Foro una aparente convicción en la necesidad de unos cambios para la arquitectura. Sin embargo, si a la afirmación con que se iniciaba este artículo hay que atenerse, cabe cuestionarse en qué sentido considera haber llegado temprano llegando a la conclusión de que «es tiempo de salir fuera», cuando hace ya mucho tiempo que es claramente evidente que era indispensable «abandonar las prácticas heredadas durante los últimos años». ¿Es esto realmente anticiparse a cuestiones críticas a analizar? ¿No es todo esto ya insoportablemente obvio? ¿La crédula banalidad y complejo de importancia hace imposible comprender que todo esto ya es algo completamente dado por hecho?
O en qué sentido llega temprano clamar que en los últimos años «se ha producido una arquitectura fuera de lugar, fuera de contexto, hecha por ‘arquitectos fuera de serie’», una afirmación de la que resulta un eslogan biensonante, pero sin proponer una revisión crítica, o siquiera apuntarla, que vaya más allá del juego de palabras, como si la mera proclamación de ese eslogan denostador supliera la necesidad de examinar a fondo los motivos y consecuencias de esa situación. Aunque quizá ese «fuera lo que fuese» en el subtítulo del texto constituya la respuesta que Franch considera que basta a cualquier pregunta sobre lo que hubo.
Aunque insistiendo en las preguntas que despierta su escrito: ¿Qué quiere decir, o cómo hay que entender «crisis mediáticas –y reales−» dentro de la afirmación: «esta arquitectura ha sido cómplice de las crisis mediáticas –y reales−» del marco económico, social y político contemporáneo»? ¿Por qué su insistencia en el epíteto «nuevo», que aparece en diez ocasiones a lo largo de su texto? ¿Cabe entender que considera que en la cuestión de lo nuevo radica la diferencia, el cambio? ¿Qué significan en concreto las palabras social, político, económico dentro de este discurso de aparente voluntad de renovación?
Y asimismo, ¿cómo entender en concreto el fenómeno de «idolatrización de la figura del arquitecto», el cual acusa? A ese arquitecto idolatrado, Franch opone la ¿nueva? figura que surgiría de la síntesis de los, a su entender, tres actores actuales de la arquitectura que divide, en sus propias palabras, «de forma simplista y cruel» en tres categorías: «facilitadores, iconógrafos y agitadores». Un arquitecto que actuaría «agitando y denunciando las estructuras obsoletas existentes, facilitando y entendiendo los deseos inherentes en la sociedad como cuerpo colectivo y encontrando nuevas formas capaces de materializar esas relaciones con la producción de una nueva taxonomía programática y una nueva estética y ética formal». Argumenta también en otra parte de su texto la necesidad de que la arquitectura recupere el espacio de experimentación y discurso, que ha sido descuidado durante los años en que ésta ha sido relegada a ser un espacio de realización limitado a responder «preguntas formuladas por las estructuras de poder, sin considerar las condiciones sociales generadas». ¿Es esto nuevo realmente? ¿No significaría plantear esto como nuevo obliterar la presencia y compromiso que durante esos mismos años de arquitectura «fuera de lugar, fuera de contexto y fuera de serie» han mantenido muchos arquitectos, sin fanfarrias intelectualoides ni performances, sino ejerciendo su trabajo desde una responsabilidad estética y ética? ¿No supondría esa misma catalogación (y uso su término) «simplista» ningunear prácticas que, bien analizadas, en modo alguno habrían podido ajustarse a un peyorativo reductivismo?
Franch es consciente de que esta actitud de resistencia y reacción ha estado en activo y continúa estándolo, pero recurre con cierto tono condescendiente al desapasionado adjetivo «correcta» para designarla y colocarla a un lado, subordinada otra vez a otro espectáculo: «Lo que buscábamos no era sólo la afirmación de una arquitectura correcta, que ya conocíamos, que ya sabemos −porque afortunadamente, quizá, este sea un país arquitectónicamente hablando que conoce muy bien la arquitectura desde una profesionalidad y desde una disciplinareidad extrema− sino entender la arquitectura como algo todavía por descubrir.»
¿Qué forma de idolatrización del arquitecto se denuesta desde este nuevo posicionamiento si el párrafo final de su texto se inicia con lo que cabe entender como una implícita asimilación entre esa idea de arquitecto contemporáneo sancionada como positiva y «el arquitecto Arquia 2014»? ¿Si se afirma que: «Nos encontramos con un consenso increíble. Estábamos completamente de acuerdo con aquello que íbamos a buscar.»? ¿No significaría esto implícitamente la intención de proceder a establecer otra categoría, asentar otro modelo desde una jerarquía de autoridad, sobre desde donde priorizar respetabilidad y protagonismo?
¿Y qué responsabilidad, qué idealismo creíble puede albergar la noción de «algo todavía por descubrir» cuando se sobreentiende que se apuntan como dotados de ese potencial textos en las que se exponen conceptos como éste, tomado del texto de Andrés Jaque: «La ciudad y el territorio ganan continuidad en el día a día. En medio del campo encontramos lo urbano. El centro de una ciudad está marcado por la manera en que se relaciona con culturas, materias e intercambios con medios y agencias territoriales. ¿No es la televisión territorio? ¿No son las patentes biológicas urbanas?»? Simplemente imposibles de rebatir, y no por su aparente densidad o complejidad o más-allá intelectual de la posición en que se halla el común de los mortales, sino porque al releer, desmenuzar y pensar qué significado hay dentro de esas palabras, de esas líneas, es difícil ver algo más que verborragia afectada, monserga cargada de vacío intelectual pero que genera una fascinación y voluntad de imitación que se está extendiendo viralmente.
Planteo como ejemplo (y sin intención de hacer sangre sobre sus autoras, sino sobre las consecuencias que derivan de ese modelo) la selección del grupo Fru-Fru y su proyecto Tocador Mediático, en cuya presentación se sintetizan los problemas y las ingenuidades de los fieles de ese amplio camino de creatividad e improvisación (reléase la anterior cita de Frankfurt) marcado por Andrés Jaque. Discurso pueril sobre un lugar llamado «Frulandia», dentro de un contexto titulado (como con resonancias tardo-almodovarianas) «Histerias de vida», seguramente fruto del desvío histriónico y narcisista que el concepto de formación ha asumido en determinadas escuelas de arquitectura. (Valga señalar que «Histerias de vida» utiliza como uno de sus materiales de trabajo el texto La casa en la tele de Andrés Jaque, uno de los comisarios-jurado de esta edición de Arquia/Próxima).
Si vamos a analizar, analicemos, no hagamos efectismos, ni juegos, ni boutades que sólo pueden afectar, y terminan afectando, a la sustancia y la identidad de la profesión. Dejemos de retroalimentar y seguir dando valor a la simplificación. Porque estas posturas ligeras, que nunca tuvieron gracia, aún la tienen hoy menos.
En el fondo, esta actitud es sólo puro conservadurismo o, mejor dicho, conservacionismo de una especie en total involución ideológica. Arrogante y vacía que ha terminado agotando y desfigurando las palabras, las estrategias de pensamiento, las preguntas… hasta hacerlas inservibles. Una postura que se viste literalmente con trajes de modernez y alardea de un progresismo completamente abierto al diálogo, pero cuya apertura ideológica es tal siempre que esté restringida a su propio círculo, a su propia muralla endogámica, a los jaleadores de turno, nunca abierta al discrepante. Al que cuestiona su festividad, su egoísta optimismo, lo censuran y censurarán con argumentos del tipo «no entiendes», «estás fuera de tiempo».
Me niego a aceptar la posición conservadora e inmovilista de que todo pasado fue mejor, pero me desconcierta y considero grave el modo en el escenario de este Foro se ha transformado, consciente o inconscientemente, en excluyente y en un neutralizador de discursos e ideas que pongan en duda construcciones banales, y demasiadas veces sobrevaloradas; y también cómo ha servido de reiterada constatación de que son los intelectuales de ayer quienes hoy veneran y se rinden ante las gracias de esta pléyade de personajes parapetados tras un autoadjudicado monopolio de lo actual, de la vanguardia, ese poder o don que les lleva a eludir la confrontación con cualquier cuestionamiento y a transformar al cuestionador en reaccionario. Una combinación /interrelación esta última ante la que vuelve a suscitárseme la pregunta de si mucho de lo que estos respetables escribieron y muchos sacralizamos no eran más que artificios intelectuales, más pensados para la autogratificación y (pese a las apariencias) para la exhibición antes que para cimentar algo con una responsabilidad para con el pensamiento de la arquitectura.
Frente al riesgo de que esta pose de discurso cuaje, cosa que ya está sucediendo, que esta disgénesis de quienes marcan las líneas de acción de la arquitectura se celebre y llegue a transformar en un discurso intocable, algunos de esos respetables callan para no parecer pasados de moda y otros, como ya afirmé hace un tiempo, parecen estar usándolo como coartada perfecta para generar este presente dismórfico, valiéndose de este sistema idiocrático para poder mantener sus poderes a la sombra. Particularmente ante esto último, uno se pregunta cómo puede permanecerse impertérrito ante discursos como los de Franch o Jaque, si no es porque la aquiescencia ante ello les resulta beneficiosa por algún motivo. Si no, cómo explicarse que Emilio Tuñón, patrono de la Fundación y presente en el debate, no hiciera la menor objeción o comentario a tales posicionamientos.
Ya se había hablado en este blog sobre algunos de estos temas a propósito de la pasada Trienal de Lisboa, y a la vista está que las instituciones –en este caso la Fundación Arquia− siguen comprando, fascinadas, la verborrea y el posturismo; esta tilinguería que está robando lugar a propuestas realmente críticas con el sistema que ha colapsado y renovadoras, precisamente por su falta de vanidad y exhibicionismo y su concentración en un presente por resolver, no en un futuro por inventar forzadamente.
Si seguimos por este camino, el futuro de la arquitectura es completamente distópico, y para confirmarlo recurro de nuevo a las palabras de Franch: «Lo que buscábamos no era sólo la afirmación de una arquitectura correcta, que ya conocíamos, que ya sabemos (…) sino entender la arquitectura como algo todavía por descubrir.»
Las citas a Eva Franch y Andrés Jaque han sido extraídas del catálogo Arquia/Próxima. Fuera 2014, Barcelona: Fundación Arquia, 2014.
*Las citas de Harry G.Frankfurt han sido extraídas de «Sobre la charlatanería. On bullshit», Barcelona: Paidós, 2013.
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