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Blogs La viga en el ojo por Fredy Massad

Balkrishna Doshi, un Pritzker a lo esencial

Balkrishna Doshi, un Pritzker a lo esencial
Fredy Massad el

El reconocimiento del arquitecto indio Balkrishna Doshi con el premio Pritzker en 2018 constituye sin duda una de las más irreprochables decisiones tomadas por el jurado de este galardón en los últimos años. Esta vez el jurado del premio Pritzker ha acertado, no sólo por la elección de este valioso arquitecto sino por haber cumplido con el que debiera ser el fundamental principio de un galardón instaurado para destacar la trascendencia de una carrera individual, alejándose por fin de lo previsible y las modas.

Se ha escogido celebrar una trayectoria dilatada y consistente, en la que se han materializado y hallado continuidad los principales ideales que guiaron el espíritu de la arquitectura moderna, y que no ha sucumbido a los delirios vanidosos del espectáculo. Y hoy en día, que constantemente se exalta lo fresco, lo liviano y lo inmediato, el gesto de convertir en protagonista a un hombre de 90 años e invocar para él admiración y respeto es una necesaria forma de subversión.

Doshi nos retrotrae a la mejor arquitectura del siglo XX, esa conexión emotiva con la modernidad que se hace hoy más que necesaria. Su trayectoria ha tenido como guía un juramento tomado en los inicios de su carrera profesional, el de proveer de vivienda adecuada a las clases más desfavorecidas.  De él partió un profundo sentido de la responsabilidad, que ha guiado su carrera, motivándolo a producir edificios que, tanto en su dimensión pública como privada, se han mantenido siempre sensibles a las dimensiones sociales, económicas y medioambientales. Su arquitectura no está exenta de un cierto sustrato subjetivo, arraigado en recuerdos y evocaciones sensoriales de la infancia, que comprende su práctica de arquitectura como una prolongación de su «vida, filosofía y sueños» unida a la voluntad ética y creativa de «contribuir con algo relevante al espíritu de la disciplina».

Doshi recalca la crucial influencia que Louis Kahn y Le Corbusier, junto a quienes trabajó, ejercieron sobre él. «Sus enseñanzas me llevaron a cuestionar la identidad y me instaron a descubrir una nueva expresión regional y contemporánea para formular un hábitat sostenible y holístico», explica respecto al aprendizaje que absorbió de éste último.

Seguramente sea su propio estudio, construido en 1980, el edificio que sintetice con mayor concreción su visión arquitectónica entre lo funcional y lo poético: una síntesis armónica entre componentes materiales e inmateriales, diferentes cualidades de luz, de forma y usos.

Los rasgos que distinguen su hacer son una comprensión del edificio como prolongación del cuerpo humano y su capacidad para aunar una adecuada solución funcional con una sensible elección de materiales y articulación de los espacios. Se suma a ello una excelente comprensión y aprecio de las técnicas constructivas ancestrales de su país, que ha fusionado con la artesanía local y los procesos de prefabricación, que le ha permitido desarrollar un vocabulario armónico con lo tradicional y lo contemporáneo y sus dinámicas de transformación.  Una concepción de la arquitectura como forma de servicio al individuo y la sociedad y como fuerza de regeneración: «El diseño convierte los refugios en hogares, los edificios residenciales en comunidades y a las ciudades en imanes para las oportunidades.»

Cabe preguntarse solamente por qué motivo se ha retrasado tanto la entrega de este reconocimiento a un arquitecto que ha de considerarse un verdadero maestro y figura referente –como sucediera tristemente con Frei Otto−. Y también porqué Doshi, su solidez intelectual y la genuina sensibilidad social de su arquitectura no fueron, en su momento, antepuestos a la inconsistencia de Alejandro Aravena.

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