and all the lousy little poets
coming round
tryin’ to sound like Charlie Manson
The Future, Leonard Cohen
Tenía la intención de abordar este tema más adelante pero, ante cierto episodio reciente que tuvo lugar en el marco de mi intervención en la 3ª jornada de Al borde de la crítica, (organizadas por la Universidad Europea de Madrid) he considerado necesario razonar de la manera más clara posible mi postura respecto a un tema que – a mi entender− está poniendo en grave riesgo la posibilidad de seguir manteniendo con cierta consistencia el campo de la reflexión y crítica de la arquitectura.
Vaya por delante, como espero que este texto deje patente, que pese a mi actitud permanentemente severa, poco o nada complaciente, en lo concerniente al análisis de las dinámicas y situaciones actuales de la arquitectura, no hay por mi parte ningún tipo de intención inmovilista, ni de atacar indiscriminadamente las cuestiones inherentes a la construcción de lo contemporáneo.
Con anterioridad he dejado claro que considero que ciertas actitudes −supuestamente progresistas, de avance, de ruptura, de renovación – suponen un vaciamiento de contenidos que termina simplificando e impostando la reflexión sobre los temas que escoge abordar para, así, acomodarse al supuesto intelectualismo susceptible de formar parte de los valores y flujos del mercado– a los que, por otra parte, la arquitectura (construida) ya hace tiempo que sucumbió.
En este texto quiero plantear los motivos por los que considero preocupante la tendencia hacia la frivolización a la que están abocando esas actitudes de pseudo-innovación, máxime cuando se constata que éstas, en realidad, están haciendo manifiesto su deseo de consolidarse como una suerte de pensamiento hegemónico menoscabando el valor, con objeto de excluir del debate, las opiniones que (por entenderla banalizante) las cuestionan.
La repetida consigna «Curating is the new criticism», que algunos se nos antoja más un eslógan que un pensamiento fundamentado, ha acabado arraigado y haciendo incuestionablemente aceptada su connotación de renovación vanguardista, en detrimento de la credibilidad de una reflexión crítica entendida como basada en la manifestación y exposición de argumentos, construida en base a una pluralidad de éstos, y dependiente del debate.
Es necesario que quienes esgrimen esa nueva consigna de moda respondan qué significa esa nueva figura del curator dentro del ámbito de la arquitectura; este concepto que ha sido extrapolado desde el ámbito del arte contemporáneo – y que dentro de la dimensión éste está afectado por sus propias controversias−, y que en la arquitectura se ha instaurado como herramienta (o quizá pretexto) útil con la que tratar de legitimar y dar credibilidad a un supuesto intento de abordar y entender su complejidad y evidente necesidad de transformación conceptual dentro del contexto presente. .
Y que respondieran también a quienes tenemos la pregunta de si no sería más apropiado remplazar el término curating directamente por marketing o management, términos cuya definición parece contener algo o todo del propósito de los artífices y reivindicadores de estas nuevas ‘formas’.
Me refiero en concreto a conceptos como FreshMadrid y sus infinitas franquicias o a la propuesta de Andrés Jaque “Ikea Disobedients”, que pese a su aparente inocencia y buenas intenciones, terminan transformándose en una trampa que debilita el pensamiento arquitectónico ya que, actuando como una visión de modernidad ‘buenrrollista’, de neorrealismo para la era del hiperconsumo, terminan actuando como frenos, placebos de los que deberían ser los auténticos cambios necesarios: procesos de pseudo-artistificación terminan creando un abismo conceptual entre lo que se asegura pretender y lo que realmente se presenta –pero que son legitimados ante el irrefutable argumento de que han sido sancionados por la sacrosanta autoridad de cualesquiera instituciones o universidades internacionales de prestigio (paradójicamente contribuyendo así estas posturas ‘alternativas’ a consolidar las jerarquías de autoridad establecidas).
La demostración de lo endeble y frágil de las estructuras sobre las que se cimenta este discurso es la incapacidad que ha manifestado tener para aceptar la discrepancia, el desacuerdo. Se escudan en su pretendido perfil de apertura e innovación para descalificar los argumentos que razonan el motivo de esos desacuerdos – y que de hecho debieran servirles como recursos para ahondar en la reflexión y defensa de aquello que proponen−, pero respondiendo sin un argumento convincente que rebata esa opinión contraria-detractora o suscite a ésta preguntas que le obliguen a la revisión de su afirmación (y la rectificación, si es preciso) acusando al que está enfrente de ‘no entender’, de ser conservador o incluso, si procede, recurrir a la descalificación personal.
Pedro Gadanho, posiblemente el máximo valedor del Curating is the New Criticism, prodiga la teoría de que la arquitectura debe expandir su campo – entendiendo que con ello alude al ámbito del pensamiento y la producción cultural-. Esto podría ser un propósito interesante, que abriera un potencial nuevo y quizá necesario, pero que si se maneja de una manera que tiende meramente a la banalización, al efectismo, totalmente entregado a las dinámicas mercantiles que se manejan en el mercado de arte e instituciones diversas, dispersa toda posibilidad de reflexión y autocrítica. ¿Sirven estos mecanismos para reparar, revitalizar y dar credibilidad a la maltrecha crítica de arquitectura? O, ¿se está usando la medicina equivocada?
Otro de los inconvenientes a los que percibo que conduce esta nueva vía es que el ámbito de la arquitectura se contamine de dudosas intenciones que, seguramente por sanidad y por el bien de la creación de un discurso creíble y constructivo, deberían quedar fuera puesto que entorpecen, porque no aportan a la realidad y por la demostrada imposibilidad de diálogo con ellos. Que no se entiendan mis palabras como una actitud censora pero estoy convencido de que no podemos continuar con la tolerancia al «todo vale», más cuando el cometido de estas figuras supuestamente renovadoras es terminar legitimando su actividad por su dimensión como mercancía intelectualoide, no como pensamiento.
Las reacciones de esas ciertas figuras que en esta actual situación de debilidad y amodorramiento de la crítica ven la oportunidad ideal para posicionarse parasitariamente en un lugar destacado e influyente, sin otra voluntad que su lucimiento personal y la voluntad mercantilista, pero que, ante un espacio abierto para el diálogo o la confrontación directa de argumentos con interlocutores en desacuerdo, evidencian que poco o nada les interesa aportar al debate salvo tratar de fustigar al discrepante, no hace sino despistar y conferir aún más fragilidad a una disciplina que transita por caminos inciertos ante la complejidad de este momento.
La construcción de pensamiento a partir de pluralidad, de la mayor honradez intelectual posible, y la exigencia de madurez y responsabilidad al propio pensamiento y al ajeno facilitaría la definición de un buen territorio de debate, necesario y que realmente es deseado.
Crítica