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Blogs La viga en el ojo por Fredy Massad

Entrevista a Carlos Lamela

Entrevista a Carlos Lamela
Lamela, hijo también de arquitecto, en su estudio, en una imagen reciente Isabel Permuy
Fredy Massad el

 Tras casi siete décadas de actividad, Estudio Lamela es paradigma de las mejores cualidades de la arquitectura española. Centrado en caminar bien al ritmo de los tiempos, Carlos Lamela es un observador lúcido y pragmático del momento presente y de cómo construir en él.

La trayectoria de Estudio Lamela arranca en 1954 y se ha mantenido ininterrumpidamente hasta la actualidad. ¿Qué temas o inquietudes se han mantenido también constantes en él?

La sociedad española y la profesión de arquitecto se han transformado enormemente a lo largo de esos casi 70 años que han transcurrido desde el momento en que mi padre, con su título de arquitecto recién obtenido, abrió el estudio. No obstante, sí puedo descifrar algunas invariantes. La principal de ellas ha sido la de mantener siempre un servicio profesional marcado por el intento de lograr la excelencia, que los aspectos arquitectónicos y técnicos fueran de la mejor calidad e incorporasen siempre un tanto de innovación.

Usted toma el relevo del estudio muy joven, también con sus estudios de arquitecto recién finalizados, a comienzos de los años 80.

Mi padre fue muy generoso conmigo porque me pasó el testigo en condiciones óptimas y pude ponerme al frente de este con toda facilidad.

Él estaba de hecho deseando que yo tomase más responsabilidad dentro del estudio. La primera vez que viajé con él, yo tenía 20 años. Fue durante el tercer año de mis estudios universitarios y era el momento de la crisis de la década de 1970. El trabajo escaseaba en España, de manera que mi padre decidió buscar trabajo en el exterior, le habían hablado de unos posibles trabajos en Colombia y Ecuador. En aquel entonces, uno no viajaba hasta América por menos de un mes y me propuso acompañarlo. Fui con él en calidad de ayudante, de algún modo, y para mí supuso un aprendizaje enorme. Posteriormente, cada vez que se iba de viaje me dejaba a mí a cargo de algunas cosas.

Mi padre siempre confió mucho en mí y siempre mantuve una excelente relación con él, pese a las discusiones que pudiéramos tener, ya que era una persona muy seria y extremadamente exigente, pero también muy humanista y dialogante.

Conté con la suerte de tener con él un gran maestro y un gran socio, algo que creo que no todos mis colegas hijos también de arquitectos la han tenido. Me parece que muchos no supieron soltar las riendas en el momento adecuado.

 

Málaga Towers. En construcción.

¿Cuál es el rasgo que más destacaría de él como arquitecto?

Mi padre fue un gran innovador, como arquitecto y como persona. Ese es el rasgo que yo sin duda destacaría. Innovó en técnicas constructivas y estructurales y viajó muchísimo, algo que, en una España que todavía era un lugar muy cerrado, le proporcionó una perspectiva de miras muy amplia y abierta. Esa capacidad de innovación que fue fruto de sus viajes y de sus reflexiones ha sido también un rasgo permanente del estudio.

Creo que una de las constantes clave ha sido el énfasis otorgado a la dimensión profesionalista de la arquitectura. La crisis de 2008 dejó de algún la figura del arquitecto tradicional fuera de juego y hoy este está tratando de reinventarse, a veces con más afán por opinar y abarcar campos tangenciales que por reforzar el vigor que puede otorgarle su específico conocimiento profesional.

No creo que haya sido necesariamente debido a la crisis de 2008. Ha habido muchas otras: 1974, 1981, 1987, 1993…

El problema es la enorme disociación que existe entre la realidad y la imagen del arquitecto que se inculca en las escuelas y que resulta en una gran frustración, ya que en la escuela se enseña a ser un divo, un individuo que crea sin barreras, cuando la realidad es que el arquitecto está sometido a las leyes del mercado, de la economía, de la normativa… El problema es que los arquitectos tenemos una formación utópica para un mundo real para el que no estamos preparados y sólo los que hemos tenido la suerte de formarnos en un mundo más relacionado con el campo empresarial somos conscientes de la dificultad que tiene nuestra profesión. En muchos ámbitos académicos hablar de presupuestos, de plazos…es un anatema.

 

Sede de Generali Seguros, Madrid.

¿Ha fomentado esa actitud una cierta tendencia a ensalzar dentro de la academia y la profesión la arquitectura de un espíritu más creativo, “de autor”, relegando así el reconocimiento del trabajo de estudios con un carácter más profesional, como Lamela?

He percibido un cambio radical de actitud en los últimos diez años. Mi padre ha pasado de ser considerado un “arquitecto comercial” a ser profundamente valorado y respectado. Esa anterior percepción tenía que ver con el hecho de que los profesores que dominaban la escuela vivían en una especie de burbuja alejada del mundo real, en el que, como decía, la arquitectura está sujeta a todo tipo de condicionantes. Creo que actualmente la arquitectura producida en grandes estudios está mucho mejor valorada.

El arquitecto español posee un prestigio reconocido, pero aun así podría decirse que se lo maltrata. Se le exige trabajar en condiciones muy distintas a las que lo hacen sus colegas en otros países de Europa.

Un arquitecto alemán o francés percibe el doble o triple de los honorarios que uno español. Eso permite contratar consultores, pagar mejores salarios a los miembros del estudio. También los presupuestos de obra son notablemente mayores. Sin embargo, las reglas del mercado son las que son; es imposible saltárselas, y se basa a veces en cifras irreales de las que después es imposible, o muy difícil, salir. Es un problema que sigue sin estar resuelto en muchos países.

Por otro lado, la práctica se ha complicado mucho y eso ha llevado a una mayor profesionalización de los estudios. El Código Técnico, las exigencias de la Administración…son tan complejos que hoy no todos los arquitectos pueden hacer un proyecto en su mesa camilla. Antes era común que un promotor encargara un proyecto a un familiar que era arquitecto y se asociaba a un par de colegas para realizarlo. Hoy es imposible que se dé esa situación porque todos los estudios deben tener un equipo técnico de ingenieros, aparejadores…

La obra del Estadio Santiago Bernabeu la llevamos a cabo en su momento un delineante y yo. Yo mismo dibujé a lápiz todos los planos y el delineante se encargó de pasarlos a tinta. En la obra éramos cinco personas: el arquitecto, el aparejador, un jefe de obra, un encargado y el general de estructuras. Y, por supuesto, nada de dedicación completa: uno iba cuando podía.  Una obra semejante hoy requiere no menos de cuarenta personas y, cada vez que lo recuerdo, me pregunto cómo fue posible hacer aquello y la respuesta es que lo era porque trabajábamos a base de ingenio. El proyecto va adaptándose a las capacidades disponibles, no a la inversa.

 

Centro Canalejas, Madrid.

El proyecto para el Centro Canalejas Madrid es un emprendimiento a gran escala de gran complejidad y que ha implicado rehabilitar, trabajar en el centro histórico, definir la unión de edificios de diferentes periodos. ¿Es fundamental en este momento la rehabilitación de edificios?

Sí. Por un lado, por su valor patrimonial. No podemos consentir la desaparición de determinados edificios, lo que hace necesario rehabilitarlos y actualizarlos. Por otro, porque desde el punto de vista económico es fundamental conservar y reciclar. Esto es algo que ya hemos interiorizado de manera total; actualmente otorgamos a todo tipo de patrimonio un valor que antes no hacíamos.

¿La actual preocupación por la sostenibilidad va a incidir de manera fuerte en la transformación de la labor del arquitecto?

En disciplinas tan amplias como la arquitectura existe un tronco principal y luego hay corrientes académicas, intelectuales, que corren paralelas y van interrelacionándose. La imagen que podría explicar esto sería la de un río y sus afluentes, que lo nutren. Ese tronco o río principal debe nutrirse de todas esas posiciones para poder ser arquitectura, ya que de lo contrario sería meramente “construcción”. Esos diversos afluentes o ramas deben aportar al cuerpo principal ideas, reflexiones…Lo que todas ellas aportan se va recogiendo y canalizando de una forma natural.

¿Existiría una especie de complejo de pionero en toda la actual concienciación respecto al clima y la necesidad de construir de manera sostenible?

En 1976 mi padre publicó un libro titulado Cosmoísmo y Geoísmo donde ya hablaba justamente de eso y lo expresaba de una forma más comprensible que la se emplea hoy. En tiempos de mi padre, la palabra «ecología» no se había popularizado todavía y la que se empleaba era «naturalismo».

[«Nuestra actual civilización tiene adelantos técnicos que permiten establecer una comunicación casi instantánea entre dos puntos opuestos del mundo, que pueden alejar la muerte a millones de seres con sus avances tecnológicos, que pueden ejecutar la tarea de miles de horas-hombre en unos segundos, con sus máquinas cibernéticas…pero también es la civilización que puede extinguir la Humanidad mediante una guerra nuclear o consumir las reservas de recursos naturales hasta hoy estimados de importancia vital para el futuro. Es la civilización que, a pesar de todos sus adelantos materiales, apenas ha tocado el problema filosófico de las metas reales que ella misma debe asignarse como objetivo espiritual.

(…) Es imprescindible una reconsideración de los valores que constituyen la fuerza motriz de la actual situación humana. Este será el impulso fundamental que puede conducirnos, por medio del control y prudente gobierno del entorno humano, hacia el pleno e íntegro desarrollo del hombre.

(…) Las enseñanzas tradicionales se han quedado raquíticas y fuera de escala. Se impone una nueva investigación que ha de abrirnos otros horizontes, con diferentes estrategias y tácticas.

(…) Es necesario tratar de vencer ese egoísmo que tantas veces empuja al hombre a actuar bajo el pensamiento materialista e inadmisible de que todo termina en él, sin preocuparse de contribuir a resolver el problema permanente del hombre, ni sus ansiedades de presente y de futuro, incluso olvidando que es un simple usufructuario de los bienes con que se encuentra, con la obligación moral de cederlos a las generaciones sucesivas en mejores condiciones que los recibió. Nuestra postura no pretender ser moralista; pretende ser un recordatorio de lo que se olvida tantas veces, muy a pesar de ser inolvidable y muy sencillo de realizar. Hay que tratar de fomentar los ánimos de cooperación y convivencia, así como los de conjunción de esfuerzos y metas, superando los aislacionismos y la individualización de los objetivos, a escalas personales y de grupos, de forma auténtica, y totalmente al margen de involucraciones demagógicas.»

Antonio Lamela, Cosmoísmo y Geoísmo, 1975.]

Eran, pues, conceptos que ya estaban dentro de las preocupaciones del arquitecto.

Así es. Ya eran conscientes que no era posible mantener este nivel de consumo, el crecimiento descontrolado de la población, que había decisiones que era necesario tomar a nivel global. Entendía que era necesario un equilibrio, un orden.

 

Campus de Airbus, Getafe (Madrid).

Cuando Estudio Lamela construye en asociación con Rogers Stirk Harbour + Partners la T4 recurren al uso de la madera, un material que hoy está absolutamente en alza, reivindicado como sostenible. Hoy hay determinados materiales que han quedado estipulados como “sostenibles” y otros, como el hormigón, rechazados.

En mi opinión, no hay una única verdad, sino muchas. Las verdades, además, van cambiando. Lo que hoy es inamovible, tal vez no lo sea dentro de treinta años. La cuestión es que estamos acostumbrados a ver las cosas únicamente desde nuestra óptica subjetiva, y en arquitectura sucede exactamente igual. Hoy somos capaces de reconocer las cualidades y valores de edificios que en el momento de su construcción fueron denostados, podemos también apreciar y disfrutar la composición visual que articula un paisaje por diferentes elementos de distintas épocas.

 

Edificio de viviendas en Sanchinarro, Madrid.

Es algo que ayuda a revalorizar arquitecturas como la del desarrollismo que, debido a su conexión con la dictadura franquista, sufrió un injusto menosprecio.

La arquitectura construida en España durante la década de 1960 fue fantástica, algo que ahora está valorándose, así como el trabajo de los arquitectos de aquel periodo, que fue una época dorada para la arquitectura en España y durante la que asentaron los cimientos para lo que vino posteriormente. Se ha acusado a estos arquitectos de la destrucción del paisaje, cuando esta fue más grave durante los años 80 y 90 que en las dos décadas previas.

Del mismo modo que señalaba antes que había aversión a abordar temas como presupuestos y normativas, ¿ha prevalecido también dentro de la academia y la profesión una cierta tendencia a ensalzar la arquitectura de carácter más creativo y, digamos, «de autor» que ha relegado el valor de la arquitectura de estudios con un perfil más técnico, como Lamela?

Ese es un cambio radical que ha tenido lugar a lo largo de los últimos diez años. Actualmente, la arquitectura producida en grandes estudios está mucho mejor valorada. Mi padre ha pasado de ser considerado «arquitecto comercial» a un arquitecto profundamente valorado y respetado. Ahora por fin se piensa que hay buena arquitectura comercial. Y, como decíamos, esa distinción era consecuencia hecho de que los profesores que dominaban la escuela vivían en una especie de burbuja, alejada del mundo real en el que la arquitectura está sujeta a todo tipo de condicionantes.

 

Torre Méndez Álvaro, Madrid.

Se mantuvo especialmente activo durante la pandemia ofreciendo charlas por Instagram y reflexionando sobre la vivienda en una circunstancia excepcional como esa. Recuerdo el optimismo con que aquellos días se veía en el horizonte el final de la pandemia y cómo se creía que «saldríamos mejores». La realidad es que eso no fue así. Hoy vivimos en un mundo mucho más complicado del anterior a la pandemia o tal vez igual a aquel, pero su complicación es mucho más manifiesta.

La pandemia nos hizo reflexionar, no nos llevó a inventar nada. Lo que pensamos durante la pandemia, ya lo habíamos pensado antes, lo que sucedió es que llegó el momento de poner todo ello en práctica. Por ejemplo, promotores que antes eran reacios a incorporar terraza en las viviendas, ahora las solicitan porque los clientes las piden y no porque se tema que vaya a haber otra pandemia, sino porque las personas han comprendido que es necesario contar en su casa con un espacio al aire libre. Se ha entendido que el contacto con la naturaleza, con el exterior, es fundamental.

Pero, en lo profundo, ¿hemos cambiado para mejor? ¿Cree que se va a producir algún tipo de cambio en la arquitectura que se construya en Europa?

Me parece que sí. En el proyecto Torres del Río (Málaga) lo esencial eran las terrazas. Estos cambios drásticos son pequeños escalones que van subiéndose. Creo que va a haber algunas reafirmaciones; es decir, nos vamos a reafirmar en cuestiones que estaban flotando, haremos que aterricen y les daremos nombres y apellidos. Los arquitectos vamos a ser más drásticos con las soluciones arquitectónicas, menos teóricos y más realistas, ya que la gente va a exigir realidades.

¿Menos pomposos?

Menos charlatanes.

 

(Versión ampliada de la entrevista publicada en ABC Cultural el 10 de diciembre de 2022.)

Retrato de Carlos Lamela: Isabel Permuy

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