M. Night Shyamalan tiene un aire arcano y exótico, y un punto enigmático e inusual en su modo de mirar (quiero decir, en el cine que hace). Personalmente, no puedo evitar compararlo con Amenábar, y no sólo por el relevante hecho de que a ambos se le ocurrieran al tiempo ‘El sexto sentido’ y ‘Los otros’, películas diametralmente opuestas (su punto de vista es contrario, el uno mira y nos sitúa en el lado de los vivos y el otro en el de los muertos) pero solapables. Las películas de Shyamalan, no obstante, suelen dejarme una sensación rara, como la de habérseme escapado algo… Siempre pienso: ¡ah!, pero ¿ya está?… Podría explicarlo mejor si dijera que el ‘trailer’ supera en interés, emoción, ritmo y clima a lo que luego te da la película. Y con ésta última, ‘La joven del agua’, esa sensación es fortísima. La película está bien, tiene cierta intriga, mucha poesía, intenta ajustarse a las leyes del thriller y a las del cuento infantil, etc. etc. Pero no es redonda. Lo que sí es redondo es el ‘trailer’, que te deja exhausto, confuso, hambriento… Tal vez, Shyamalan sea por fin la reencarnación del círculo perfecto: el ‘trailer’ te lleva a la película, y la película te lleva al ‘trailer’