A propósito de la colección de pelÃculas de Audrey Hepburn que el ABC pone a tiro del cinéfilo, y también de que salga la biografÃa hecha por el (¿inevitable?) Donald Spoto sobre ella, creo que se puede abrir un turno de palabra al respecto. La peli de esta semana, ‘Los que no perdonan’, tiene ya por sà misma gran tantidad de carne de debate: podrÃa ser, por ejemplo, la contraportada de ‘Centauros del desierto’, con esa historia de niña india ‘recogida’ por una familia de colonos, y que más tarde van a buscarla los guerreros de su tribu…; tanto da que hablar por ese camino, como por el otro, fabuloso, de los amores soterrados entre ella, la niña, Audrey Hepburn, y el ‘hermano’ mayor, un Burt Lancaster inmenso… Personalmente, me hallo por completo en ese espacio en el que Audrey Hepburn ejerce una invencible fuerza de la gravedad: caigo irremisiblemente hacia ella. Incluso sus ‘defectos’, esa especie de poética blanda o dulce que le han achacado los que no están en su espacio gravitatorio, a mà me parecen cualidades. Sus pelÃculas, en general, o me gustan o me apasionan, siempre está bien, incluso cuando baila con Fred Astaire en ‘Una cara con ángel’, y en ocasiones es sencillamente sublime. Y, además de las que son exquisitas y maravillosas, luego están las otras, las impresicindibles, duras y resabiadas, como esa que se llama ‘Dos en la carretera’, y que estoy seguro que algún dÃa dejaré de ver: en cuanto me muera.