Pablo M. Díez el 06 mar, 2012 Los cementerios están a rebosar en la costa del noreste de Japón, devastada por el tsunami de hace un año. En Otsuchi, uno de los pueblos de la prefectura de Iwate borrados del mapa por las olas gigantes, ya no hay sitio para enterrar a los muertos que dejó el tsunami. Eso es lo que ocurre en el cementerio de Daitokuin. Aunque cuenta con 550 lápidas, muchas de ellas fueron barridas por el mar y, además, sus terrenos quedaron tan inundados que no se pueden construir más nichos por miedo a que haya un corrimiento de tierras. Por falta de espacio, en el interior de su templo budista se acumulan 23 urnas funerarias con cenizas de difuntos del tsunami. Ante ellas, los familiares han depositado ofrendas para que a los espíritus no les falta de nada en la otra vida: agua, té verde, chocolatinas, pastas y ositos de peluche para los más pequeños. Ofrendas ante las cenizas de las víctimas del tsunami para que no les falta de nada en la otra vida. “No tenemos sitio en absoluto. Un político local con mucho poder, cuyo nombre no puedo decir, quiso comprar el espacio para una tumba y fue imposible incluso para él”, me confiesa, “sotto voce”, Tomiko Abe, una mujer de 73 años que lleva dos décadas cuidando el templo de Daitokuin y ayudando en los funerales. Aunque está acostumbrada a tratar con los muertos, sobre todo con personas mayores, siente mucha pena por las víctimas del tsunami porque “el mar se llevó a jóvenes y niños que tenían aún toda la vida por delante”. Aún hoy, un año después de la catástrofe, no se han encontrado los cuerpos de muchos de ellos. “No hemos tenido más remedio que celebrar los funerales sin los cadáveres”, se resigna Tomiko Abe, muy ocupada reservando fechas para los rituales funerarios con motivo del aniversario del tsunami. Aquel aciago día, la buena señora perdió su casa, levantada frente al mar, y su marido estuvo a punto de perecer ahogado. “Como no puede moverse porque sufre del corazón, mi hija lo arrastró a la segunda planta de la vivienda mientras la primera se inundaba”, recuerda Tomiko Abe, que pasó 20 días refugiada en el templo junto a otros damnificados y, desde el pasado mes de abril, vive en una casa prefabricada. “Es pequeña y fría, pero no me puedo quejar porque salvamos la vida”, concluye con una amplia y bonachona sonrisa. Y hay que creerla porque lo dice alguien que está ya demasiado habituada a tratar con los muertos. Otros temas Tags catastrofecementeriocenizasespaciofuneralesJapónlapidasmuertosotsuchisitiotsunamiurnas Comentarios Pablo M. Díez el 06 mar, 2012
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