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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Postales desde el terremoto de Sichuan

Pablo M. Díez el

Tras el ciclón que asoló Birmania a principios de mayo, una nueva catástrofe natural ha sacudido a Asia. En esta ocasión, ha sido el terremoto de magnitud 8 en la escala Richter que sacudió el pasado día 12 a la provincia china de Sichuan, al sur del país.

Con más de 40.000 muertos y 30.000 desaparecidos, este seísmo es el más grave que ha sufrido el gigante asiático desde el temblor que, en 1976, se cobrara 240.000 vidas en Tangshan.

El lugar más afectado por el terremoto ha sido Beichuan, que ha quedado totalmente arrasada y se ha convertido en una ciudad fantasma, ya que sus supervivientes han sido evacuados y hasta se duda si volverá a ser reconstruida.

“Los edificios se desplomaron, se escuchaban los gritos de auxilio de los atrapados bajo los escombros y de las montañas caían enormes rocas que aplastaban los coches y echaban abajo las casas, recordó Liao Mingyan, una mujer que había perdido a su hijo, de tres años, sepultado en la guardería y había vuelto a la ciudad para recoger sus juguetes.

Debido a la fuerza del seísmo, en toda la zona afectada se derrumbaron 9.600 colegios, lo que ha hecho saltar la alarma sobre la mala calidad de los materiales de construcción debido a la corrupción reinante entre las autoridades locales. La indignación de los padres, muchos de los cuales han perdido al único hijo que tenían debido a la política de control de natalidad vigente en China, ha llevado al Gobierno a abrir una investigación para depurar responsabilidades. En Beichuan y Dujiangyan llegaron a quedar enterrados bajo los escombros 900 estudiantes y muy pocos lograron escapar con vida. La misma tragedia ocurrió en Yingxiu, la ciudad más cercana al epicentro, Wenchuan, a la que se puede acceder.

Muchos padres han perdido a los únicos hijos que tenian debido a la política de control de la natalidad vigente en China, por lo que su sufrimiento es insoportable. Así lo manifestaban los llantos y gritos de esta mujer que había regresado al colegio de Dujiangyan donde estudiaba su hijo para, como es costumbre en China, quemar incienso y dinero de mentira para que a su hijo no le faltara de nada en el más allá.

La magnitud de la catástrofe ha sido tal que aún se siguen sacando cadáveres en toda la zona afectada, que tiene una superficie al triple de Bélgica.

Pero el verdadero drama empieza ahora para los vivos. Los más afortundados “sólo” han perdido su casa, mientras que otros supervivientes se han quedado solos al haber perecido toda su familia. En total, unos cinco millones de personas se han quedado sin hogar. De ellas, 20.000 se encuentran en el estadio Jiuzhong de Miangyan.

En el interior de este futurista recinto deportivo hay unos 400 niños, muchos de los cuales se han quedado huérfanos al haber perdido a sus padres durante el terremoto.

Mientras tanto, el Ejército se sigue afanando por atender a las víctimas y llevar a cabo unas labores de desescombro que tardarán varios meses en ser culminadas. Así se aprecia en Yingxiu, una de las ciudades más cercanas al epicentro y a la que se llega recorriendo en motocicleta 60 kilómetros de una carretera resquebrajada que parece conducir directamente al infierno.

Cuando se produjo el potente seísmo el pasado 12 de mayo, sobre dicha vía cayeron miles de enormes rocas que se desgajaron de las montañas como consecuencia del temblor. Los elevados y frondosos riscos que flanquean la carretera, que discurre paralela al río que fluye al fondo de un precipicio, se desmoronaron como un flan y se desencandenó un violento corrimiento de tierras que arrasó con todo lo que encontró a su paso. Sobre la estrecha y resquebrajada calzada aún quedan decenas de coches e incluso camiones aplastados por rocas del tamaño de un bloque de tres plantas, que impactaron contra los vehículos triturando a sus ocupantes y lanzando a muchos de ellos al río.

Además, buena parte del trayecto ha quedado inutilizada al resultar dañados varios puentes y túneles, algunos de ellos de hasta un kilómetro de longitud. En medio de una claustrofóbica oscuridad sólo rota por los faros de los vehículos, los soldados seguían apuntalando ayer uno de dichos túneles mientras una interminable caravana de camiones cargados con ayuda humanitaria avanzaba hacia Yingxiu a paso de tortuga. De hecho, cuesta dos horas recorrer los 60 kilómetros que separan Dujiangyan de Yingxiu, donde espera un paisaje que sólo puede definirse como apocalíptico.

Pero, para bien o para mal, el mundo sigue funcionando y los supervivientes deben empezar de cero tras haber perdido todo lo que tenían, menos la vida.

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