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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Números de la suerte, números de la muerte

Pablo M. Díez el

China es un país de números tan desorbitados capaz de marear al más pintado. Sus 1.300 millones de habitantes, su Gran Muralla de 6.300 kilómetros, los 7.000 guerreros de terracota del mausoleo de Qin Shi Huang en Xi´an, su río Yangtsé de 6.360 kilómetros estrangulado por la faraónica presa de las Tres Gargantas, su tren al techo del mundo en el Tíbet y muchos más récords fácilmente localizables en el libro Guinness.
Pero hay otros números que, aunque menos conocidos por los occidentales, son igual de importantes para los chinos, que viven prácticamente obsesionados con ellos debido a sus supersticiones y creencias más ancestrales.
Y es que un país de Historia milenaria como China no puede olvidar su tradición por mucho Gran Salto Adelante y mucha Revolución Cultural que pusiera en marcha Mao. No en vano, y una vez liberados del comunismo feroz impuesto en esa época y entregados al capitalismo salvaje que ha traído el crecimiento económico, los chinos han vuelto a rescatar su fijación por los números con el fin de conseguir una de las cosas más importantes de su vida: la suerte.
Por eso, los ascensores en China no suelen disponer de la cuarta planta en su tablero, pero tampoco del piso 14, ni del 24, ni del 34, ni del 44 (mucho menos de éste), ni de cualquier número que acabe en cuatro. De hecho, los edificios prescinden de la planta cuarta (y de todas las que acaben en ese dígito), por lo que las escaleras te llevan desde el tercer piso hasta el quinto sin escalas intermedias.

Ello se debe a que el cuatro en China es el número de la mala suerte, ya que su pronunciación en mandarín (si) es igual a la de la palabra muerte. Un sonido que espanta a los habitantes de este apasionante país hasta tal punto que nadie está dispuesto a vivir en una planta que acabe con el número cuatro. Si lo hace, en caso de encontrar alguna, seguro que regateará al máximo el precio de la vivienda a cambio de arriesgarse a morar en un lugar con tan malos augurios.
Pero este pánico al cuatro no se reduce sólo a los ascensores porque, al fin y al cabo, la vida está tan llena de cuatros como de cincos u ochos. Un número éste último que, por el contrario, es perseguido por los chinos con ahínco porque es sinónimo de buena suerte y prosperidad.
Valga como ejemplo que los números de teléfonos móviles, que llegan a tener hasta once dígitos, cuestan más o menos en función de los cuatros u ochos que tengan. Algo difícil de asimilar para un occidental que acuda a comprar un celular, pues no sólo deberá abonar el terminal sino también comprar aparte su número.
Para que elija, los empleados de la tienda desplegarán ante él una lista de números en la que, si escoge una combinación con varios cuatros, pagará sólo unos cinco euros, pero, si opta por unos cuantos ochos, deberá desembolsar hasta diez o quince veces más.
¿Y qué decir de las matrículas de los coches, que se dividen entre las blancas del Gobierno, las azules de los vehículos privados y las negras reservadas para los laowai (extranjeros)? Como no podía ser de otra manera, los generales del Ejército y los altos cuadros del Partido Comunista se reservan las matrículas con mayor número de ochos disponibles, mientras que los menos afortunados deben contentarse con circular con algún cuatro en su placa aun a riesgo de que el lujo de tener un utilitario les cueste un accidente.
Porque, al fin y al cabo, para los chinos todo es cuestión de suerte. Y si la matrícula tiene un maldito cuatro, ya se encontrará la forma de ahuyentar su infortunio con un amuleto budista, incienso traído de las puertas de un templo o alguna otra excentricidad que haga las veces de pata de conejo. Pero ésa es otra historia

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