Las antiguas ciudades chinas estaban formadas a base de hutongs, los estrechos callejones con casas bajas de ladrillo gris. Pero el crecimiento económico ha disparado la construcción y por todo el dragón rojo proliferan ya los rascacielos, que se levantan día y noche en turnos de 24 horas. Aunque encantadores, los hutongs suelen ser bastante insalubres porque sus moradores viven hacinados y por la falta de cuartos de baño propios, ya que aún existen en Pekín miles de servicios públicos que datan de la época de Mao Zedong. Por ese motivo, y si tienen la suerte de ser indemnizados, los vecinos suelen aceptar las míseras compensaciones que les ofrecen los promotores inmobiliarios y no dudan en marcharse a pisos nuevos situados en colmenas del extrarradio, para que en el lugar de su casa se construya una nueva galería comercial o un bloque de viviendas de lujo. En China, lo viejo es malo y pobre y lo nuevo es bueno y rico. Tras vivir durante varias décadas sumido en la miseria, el dinero no entiende de cultura ni patrimonio. Es el precio del progreso.