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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Lo que piensan los chinos sobre Liu Xiaobo… o, al menos, mi amiga Luna

Pablo M. Díez el

Para empezar, vayamos por partes. La mayoría de los chinos ni siquiera saben quién es Liu Xiaobo, el disidente condenado a once años de prisión por liderar la “Carta 08” por la democracia que ha sido galardonado recientemente con el premio Nobel de la Paz.

La censura que impera en los medios chinos y bloquea internet no sólo se ha encargado de silenciar esta noticia, sino toda la vida de Liu y sus esfuerzos por promover los derechos humanos en este país. Una vez más, el régimen de Pekín ha vuelto a hacer valer aquella máxima dictatorial de que no existe aquello de lo que no se habla. Para los chinos de a pie, anestesiados por la propaganda y obnubilados por el crecimiento económico y el progreso de las tres últimas décadas, no existen ni Liu Xiaobo ni sus demandas de democracia.

El abogado Pu Zhiqiang, amigo de Liu Xiaobo, intenta sin éxito entrar en la casa del Nobel de la Paz para felicitar a su esposa Liu Xia, bajo arresto domiciliario

Sin embargo, sí despunta una minoría, ilustrada y enriquecida al amparo del desarrollismo, que se ha enterado de la concesión del Nobel a Liu. Por supuesto, lo ha hecho a través de páginas “web” en inglés que no han sido censuradas.

Como en cualquier otro lugar del mundo, entre ellos destacan los que se alegran del galardón y creen que puede ayudar a crear un Estado de Derecho en China. Influidos por el nacionalismo chino que propugna el Gobierno, también hay quienes sostienen que premiar a un “criminal convicto” como lo ha denominado la propaganda es una puñalada trapera de Occidente al auge del gigante asiático.

Entre los pocos chinos que conocen la noticia y a Liu Xiaobo, opiniones hay para todos los gustos. Pero, sin duda, la más original e interesante es la que me planteó hace unos días en Shanghái mi amiga Luna.

– ¿Con cuánto dinero está dotado el premio? me soltó en medio de una cena con espectaculares vistas a los rascacielos de Pudong. Es posible que tan opulento escenario influyera en su cuestión, pero me hizo ver un ángulo de la historia que ni siquiera se me había ocurrido y del que nadie ha hablado en Occidente, aunque es de sobra conocido que el ganador recibirá un millón de euros.

– ¿Y quién va a recoger el dinero? Porque si él está en la cárcel y su mujer bajo arresto domiciliario ¿en quién van a confiar para que les traiga el millón de euros? volvió a inquirir desvelando la auténtica naturaleza del carácter chino.

Mientras los occidentales debatimos hasta el aburrimiento sobre los derechos humanos y la democracia, muchos chinos como mi amiga Luna piensan sólo en el negocio y la economía. Es decir, en la pasta. Un planteamiento muy asiático que volvió a sacar a relucir cuando, ingenuo de mí, le repliqué que el dinero no lo era todo en la vida y que lo más importante eran esos valores universales que, cual revolucionarios franceses con escarapelas en las solapas, llamamos libertad, igualdad y fraternidad.

– Después de todas las miserias, humillaciones y el hambre que hemos pasado, lo que necesitamos los chinos es estabilidad política y un Gobierno fuerte. Con los cientos de millones de personas sin formación ni cultura que hay en China, imagínate lo que podría pasar aquí si hubiera democracia y cada uno pudiera decidir. Surgirían caciques corruptos que comprarían los votos de los más pobres y ocurriría algo mucho peor que en Tailandia. Lo que nos hace falta ahora es tranquilidad para seguir creciendo, mejorando el nivel de vida de la población y su educación y, con el tiempo, ya se verán las prioridades de los chinos y si preferimos libertades políticas o bienestar económico.

Por desgracia, la experiencia y los lamentables ejemplos que dan algunas democracias occidentales, sin ir más lejos la española, demuestran que mi amiga Luna puede llegar a tener razón. Y digo por desgracia porque se trata de una opinión que, a la vista del “milagro económico” chino, cada vez puede encontrar más predicamento entre los países en vías de desarrollo.

Frente a las imperfecciones manifiestas de las democracias, cuyo modelo se erosiona con cada escándalo revelado en los medios de comunicación, los regímenes autoritarios ofrecen una imagen monolítica basada en la censura que oculta sus fracasos, la propaganda que magnifica sus éxitos y la represión que calla y hace desaparecer a sus detractores como si nunca hubieran existido.

Como en la España del desarrollismo tardofranquista, los chinos de a pie creen que les irá bien siempre y cuando no se metan en política y sigan enfrascados en sus negocios. Eso es lo que piensa mi amiga Luna, que no ha ganado todavía un millón de euros como Liu Xiaobo, pero al menos es libre para intentarlo.

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