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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Las bicis vuelven a invadir China

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Las descomunales dimensiones chinas hacen que cualquier iniciativa, por buena que sea, acabe convirtiéndose en un desastre imposible de manejar. Eso es lo que está ocurriendo con las bicicletas para compartir que funcionan en las grandes ciudades desde hace dos años.

Amontonadas unas sobre otras, las bicicletas compartidas ocupan las aceras y apenas dejan espacio al peatón.

Nacidas al amparo de la “nueva economía comunitaria”, como Airbnb o Uber, para luchar contra los atascos y la contaminación, en China operan ya más de dos docenas de compañías que alquilan bicicletas por solo un yuan (13 céntimos de euro). Repartidas por todas las ciudades, basta con una aplicación en el móvil para escanear el código QR de la bici y abrirle el candado. Una vez terminado el paseo, la compañía cobra el servicio a través de dicha aplicación, donde el usuario ha debido registrarse con sus datos personales y una cuenta bancaria.

Dando servicio a 50 millones de personas en toda China, solo en Pekín se calcula que hay más de dos millones y medio de bicicletas compartidas. Pero la principal comodidad de estas bicis, que están por todos lados, es también su mayor inconveniente. Como se pueden aparcar en cualquier lugar, y no en puestos especialmente acotados por sus respectivas compañías, están dando lugar a escenas dantescas. Debido a la falta de civismo que hay en China, donde abunda la absoluta desconsideración hacia el prójimo, los usuarios las dejan en medio de las aceras, en plena calzada, en los arriates de los árboles, en los carriles para las motos, en los arcenes de las carreteras… En definitiva, donde a cada uno le dé la gana, lo que es sinónimo de caos total dado el habitual mogollón chino.

Debido a la falta de civismo que hay en China, cada uno deja la bici donde le da la gana sin importarle el prójimo.

Apuntándose un éxito parcial, las bicis compartidas no han conseguido acabar con los atascos ni con la contaminación, que siguen tan mal como siempre, pero sí con las aceras. En muchas de ellas, invadidas por montañas de bicicletas amontonadas unas sobre otras, apenas queda sitio para que los peatones puedan caminar. A estas estreches se suma también que los coches aparcan en las aceras, por donde además circulan a toda velocidad los más variados motocarros del reparto a domicilio. Desde los que llevan garrafas de agua hasta los que pertenecen a los gigantes del comercio por internet, todos tienen en común su falta de respeto por el peatón, último eslabón en la jungla de asfalto china.

Con inversiones de cientos de millones de euros para su expansión no solo por China, sino por el resto del mundo, las compañías de bicis compartidas han inflado una burbuja que ya está empezando a desinflarse. En noviembre se declaró en bancarrota Bluegogo, que era la tercera empresa del sector tras Mobike y Ofo. También el año pasado, otra compañía con 1.200 bicis en la ciudad sureña de Chongqing, Wukong, tuvo que cerrar porque le habían robado el 90 por ciento de la flota, a la que no habían puesto GPS.

Junto al caos urbano, las bicicletas compartidas están provocando un grave problema medioambiental. En las grandes ciudades ya hay cementerios con bicis rotas que son abigarradas montañas de hierro, ya que cada marca tiene su color característico. La bicicleta, el vehículo del pueblo durante la época de Mao, vuelve a invadir China.

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