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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

La maldición de la flor dorada (o el poder en China)

Pablo M. Díez el

Ahora que se está celebrando en Pekín la reunión anual de la Asamblea Nacional Popular, el máximo órgano legislativo del régimen chino, me gustaría recomendar a los lectores una película que, en clave histórica, trata sobre las artimañas, corruptelas y atrocidades del poder en éste o en cualquier otro país.

Se trata de “La maldición de la flor dorada”, dirigida en 2006 por el prestigioso cineasta chino Zhang Yimou, autor de laureadas cintas de culto como Sorgo rojo, La linterna roja o Vivir. Incluso cuando Zhang Yimou se dedica a rodar películas de artes marciales, sigue causando polémica en su país, donde algunos de sus títulos anteriores siguen prohibidos.
En su estreno, La maldición de la flor dorada (La ciudad de las armaduras de oro, en mandarín), provocó un gran escándalo por muy diferentes motivos, desde el ceñido vestuario de sus protagonistas femeninas, que realza sus pechos hasta extremos inimaginables en China, hasta el exceso de sangre y violencia en sus espectaculares escenas de acción, pasando por un retrato sumamente crítico del poder político y las ambiciones humanas. Algo que, evidentemente, tiene unas lecturas muy concretas en la China contemporánea, donde la apertura económica del régimen comunista no ha traído consigo la libertad ni la democracia.
Inspirándose en la célebre pieza teatral china La tormenta, escrita en 1933 por Cao Yu, Zhang Yimou adaptó este truculento drama familiar a los últimos años de la Dinastía Tang (618-907) para narrar, con todo lujo de detalles, las intrigas palaciegas que rodeaban a la estirpe imperial de esa época.

Filmada en suntuosos escenarios con una hermosa fotografía en la que predominan los tonos dorados, la cinta revela la lucha por el poder que enfrenta al rey, interpretado por el veterano actor de Hong Kong Chow Yun Fat, con la reina, cuyo papel corre a cargo de la famosa Gong Li, una estrella del cine chino que ya ha dado el salto a Hollywood (Memorias de una geisha, Miami Vice) y que se reencuentra aquí con su ex pareja Zhang Yimou tras protagonizar sus primeras películas a finales de los 80 y principios de los 90.

Alrededor de esta guerra sin cuartel entre un matrimonio tan mal avenido, se sitúan otros personajes igual de ambiciosos y despiadados, como el hijastro y los hijos naturales de los emperadores, los ministros y funcionarios de la corte y algunos fantasmas del pasado que reaparecen en una trama llena de giros, sorpresas y, sobre todo, crueles escenas.
Además de los consabidos duelos acrobáticos al estilo de Tigre y dragón, en La maldición de la flor dorada se puede ver cómo el emperador envenena poco a poco a su esposa, quien a su vez mantiene una relación incestuosa con su hijastro para hacerse entre los dos con el trono. Como este plan no funciona, la reina instiga a su hijo mayor para alzarse contra su propio padre, encabezando una rebelión que depara las batallas más épicas de la película y alguno de sus momentos estelares.

En este clímax de la cinta resulta prodigiosa, y profundamente reveladora del carácter chino, la escena en que miles de cortesanos limpian en pocos segundos el baño de sangre que ha dejado la contienda final, así como aquélla otra en la que el rey mata a correazos a uno de sus hijos por levantarse contra él.
Todo este cóctel de sexo, violencia y política escandalizó al público chino, que había acudido a ver La maldición de la flor dorada con el recuerdo aún vivo de los últimos estrenos de Zhang Yimou, quien había abandonado su faceta más combativa para decantarse por el cine de espectáculo en Hero y La casa de las dagas voladoras.
Aunque la película, la más cara de la historia del cine chino al costar 45 millones de dólares, ya había recaudado esa cantidad a las pocas semanas de su estreno a finales de diciembre de 2006, los críticos se cebaron con ella.

Mientras algunos la tacharon de superficial y exhibicionista por los pronunciados escotes de Gong Li, otros, como el editorialista del periódico oficial de la Escuela del Partido Comunista, sintieron náuseas por su absoluta falta de moralidad.
Unas críticas que, por venir de tan arriba, obligaron a Zhang Yimou a negar cualquier tipo de lectura política en su película. Sus palabras demostraron que el otrora enfant terrible del cine chino, quien sufrió la Revolución Cultural de adolescente, no quería volver a caer en desgracia para las autoridades del régimen, sobre todo porque había sido elegido para dirigir la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 con que China asombró al mundo.

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