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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

¿Cuándo será la próxima revuelta en Tailandia?

Pablo M. Díez el

“¿Y ahora qué?”, se preguntan los tailandeses con el corazón encogido tras la sangrienta represión que ha sofocado la última revuelta de los “camisas rojas”. Al menos de momento, porque el aplastamiento a sangre y fuego de las protestas agudizará la profunda división entre los manifestantes, en su mayoría campesinos procedentes de las pobres zonas rurales, y el Gobierno dirigido por el primer ministro Abhisit Vejjajiva, apoyado por el Ejército y los “camisas amarillas”, las élites urbanas leales al venerado pero enfermo rey Bhumibol.

Una madre y su hijo muestran sus armas, un tirachinas y un palo de bambú, en el campamento de los “camisas rojas” en Bangkok

Y es que la crisis política tailandesa se arrastra desde hace ya cuatro años, cuando el entonces primer ministro Thaksin Shinawatra, un populista magnate de las telecomunicaciones, se enfrentó a las multitudinarias manifestaciones de los “camisas amarillas”. En septiembre de 2006, mientras asistía a la Asamblea General de la ONU en Nueva York, fue depuesto por un golpe militar incruento santificado por la monarquía.

A Thaksin se le criticaba la compra de votos en el paupérrimo mundo rural, la violación de los derechos humanos en la lucha contra el narcotráfico y la insurgencia musulmana en el sur y, sobre todo, su enriquecimiento con la corrupción. De hecho, se ha exiliado en Oriente Medio para evitar una condena judicial, pero la mitad de su fortuna ha sido incautada.

Frente a dichas críticas, cuenta con grandes apoyos populares entre las clases más desfavorecidas por haber extendido la atención sanitaria gratuita y permitido créditos a baj

os interés entre las rentas bajas.

Por ese motivo, un partido apoyado por Thaksin volvió a ganar las elecciones celebradas en 2007 pese a que los tribunales habían disuelto su propia formación política, “Thai Rak Thai” (Los tailandeses aman lo tailandés). Un triunfo que no digirieron nada bien las élites urbanas, que volvieron a la carga con masivas manifestaciones de hasta 100.000 personas que lanzaron su órdago definitivo justo un año después.

En noviembre de 2008, una marea de “camisas amarillas” tomó el aeropuerto internacional de Bangkok y paralizó al país ante la impotencia del Gobierno, que no contaba con el apoyo del Ejército y jamás podría haber ordenado sacar los tanques a la calle.

Basándose en la corrupción y en irregularidades en el proceso electoral, el Tribunal Supremo disolvió el Gobierno y un torticero transfuguismo de diputados devolvió el poder a las élites urbanas, representadas por Abhisit Vejjajiva.

Desde entonces, éste tampoco se ha librado del acoso popular de los “camisas rojas”, que sabotearon en abril de 2009 una cumbre de países asiáticos en Pattaya, uno de los paraísos del turismo sexual en Tailandia, y pusieron en jaque al Gobierno con otro campamento improvisado en Bangkok.

Tras varios enfrentamientos con muertos, los manifestantes levantaron el sitio y esperaron a una nueva oportunidad, que llegó en marzo pero ha vuelto a fracasar tras paralizar durante dos meses el centro financiero y comercial de la capital tailandesa.

Lo peor de todo es que la interminable crisis política no sólo amenaza con arruinar la potente industria turística de este bello país de playas paradisíacas y gente encantadora, sino también con germinar una guerra civil.

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