Por ese motivo, un partido apoyado por Thaksin volvió a ganar las elecciones celebradas en 2007 pese a que los tribunales habían disuelto su propia formación política, “Thai Rak Thai” (Los tailandeses aman lo tailandés). Un triunfo que no digirieron nada bien las élites urbanas, que volvieron a la carga con masivas manifestaciones de hasta 100.000 personas que lanzaron su órdago definitivo justo un año después.
En noviembre de 2008, una marea de “camisas amarillas” tomó el aeropuerto internacional de Bangkok y paralizó al país ante la impotencia del Gobierno, que no contaba con el apoyo del Ejército y jamás podría haber ordenado sacar los tanques a la calle.
Basándose en la corrupción y en irregularidades en el proceso electoral, el Tribunal Supremo disolvió el Gobierno y un torticero transfuguismo de diputados devolvió el poder a las élites urbanas, representadas por Abhisit Vejjajiva.
Desde entonces, éste tampoco se ha librado del acoso popular de los “camisas rojas”, que sabotearon en abril de 2009 una cumbre de países asiáticos en Pattaya, uno de los paraísos del turismo sexual en Tailandia, y pusieron en jaque al Gobierno con otro campamento improvisado en Bangkok.
Tras varios enfrentamientos con muertos, los manifestantes levantaron el sitio y esperaron a una nueva oportunidad, que llegó en marzo pero ha vuelto a fracasar tras paralizar durante dos meses el centro financiero y comercial de la capital tailandesa.
Lo peor de todo es que la interminable crisis política no sólo amenaza con arruinar la potente industria turística de este bello país de playas paradisíacas y gente encantadora, sino también con germinar una guerra civil.