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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Bali, la magia de Indonesia

Pablo M. Díez el

Es cierto que Bali está cada vez más masificada y que, nada más salir del aeropuerto de Denpasar, un ruidoso atasco de taxis, autobuses y ciclomotores echa por tierra los supuestos encantos turísticos de la isla. Pero no hay más que salir de la capital, y de su abarrotada playa de Kuta, para perderse por el interior y descubrir toda la magia que esconde esta isla hinduista en medio de ese gigantesco archipiélago que es Indonesia, un país de 240 millones de habitantes con mayoría de población musulmana.

Espectacular puesta de sol en las playas de Bali.

Lejos de los bares, restaurantes y tiendas de diseño de Legian y Seminyak, las playas de Bingin, al suroeste de la isla, ofrecen un retiro idóneo para surferos en busca de olas salvajes muy distinto a los “resorts” de lujo construidos al sureste en Nusa Dua, como el Westin y el St. Regis.

El refinamiento cultural de esta isla se aprecia en sus típicas danzas balinesas.

Al margen de las desiertas calas que pueblan su costa, los mayores atractivos de Bali se concentran en sus altares hinduistas, construidos prácticamente en cada casa, y en templos como los de Ulun Danu Bratan y Batukau, donde los fieles acuden en masa vestidos de blanco para hacer ofrendas florales.

El templo de Ulun Danu Bratan es un icono de Bali.

Cerca de Ubud, un coqueto pueblo de artistas masificado desde que Julia Roberts viviera allí su romance con Javier Bardem en la película “Come, reza, ama”, un recorrido por sus campos con terrazas de arroz descubrirá al viajero la verdadera esencia natural de la isla. En sus vecinas plantaciones de cacao, además, se pueden degustar deliciosas tazas de chocolate puro, negro y amargo, y del carísimo café Luwak, que cuesta más de 500 euros el kilo. Sin embargo, su delicioso sabor no se debe al fertilizante con que se abonan sus plantaciones, sino a que sus granos se obtienen directamente de los excrementos de las civetas, un felino asiático que come los frutos de la planta del café y los fermenta en su estómago al hacer la digestión.

Terrazas de arroz en el interior de la isla, leyos de las playas abarrotadas de turistas.

Por la noche, el Museo de Arte Agung Rai, que exhibe una interesante colección de pintura local, ofrece en sus jardines actuaciones de la hipnótica danza “kecak”, mientras que los bailes balineses tradicionales pueden contemplarse en el palacio de Ubud. Dos muestras más de que la magia de Bali se esconde lejos de sus playas más famosas, saturadas de “gigolós” locales que persiguen a las turistas occidentales y de “mochileros” australianos como los que perdieron la vida en los brutales atentados islamistas de octubre de 2002, que dejaron 202 muertos. Tras sobreponerse a tan duro golpe, la isla de Bali sigue siendo uno de los destinos más recomendables del Sudeste Asiático.

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