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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Baile de máscaras en Pekín por la contaminación

Pablo M. Díez el

Las hay de todos los tamaños y colores, desde las blancas de cirujano de toda la vida hasta las más futuristas con filtros especiales como las de los bomberos. Con la nube de contaminación (“smog”) cubriendo Pekín durante buena parte de este invierno, han proliferado por toda la ciudad como si se celebrara un baile de máscaras, por supuesto para una ópera china.

Pekín es un ciudad en blanco y negro bajo la nube de contaminación.

En las tiendas se han agotado, al igual que los purificadores de aire para las casas, y por las calles abundan hasta el punto de mimetizarse con el gris paisaje urbano. Bajo la espesa niebla que ha traído la polución, Pekín es una ciudad sin colores donde no se ve el sol, reducido en uno de sus momentos de mayor resplandor a un puntito difuso entre los rascacielos y las grúas de las obras, que por cierto no han parado pese a la alarma naranja decretada desde el pasado viernes.

Por las calles de Pekín se ven hasta sofisticadas máscaras para respirar bajo la polución.

Sucia, tóxica y deprimente, Pekín es una ciudad que vive en blanco y negro. Un blanco y negro, por desgracia, muy distinto al que utilizara Woody Allen para retratar la romántica posmodernidad de Nueva York al ritmo del “Rhapsody in Blue” de Gershwin en aquella fantástica obertura de “Manhattan”, los mejores títulos de crédito del cine sin títulos. Un blanco y negro que, más bien, se parece al de los pasajes más tétricos de Dickens sobre el Londres de la “Revolución Industrial”, que hoy tiene en Pekín su desgraciado trasunto del siglo XXI.

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