Como en cualquier otro país desarrollado, es difícil encontrar algo que sea gratis en Corea del Sur. Salvo, quizás, este amigable joven de Seúl que ofrece sus abrazos en plena calle sin pedir nada a cambio. Todo un desafío en esta nación asiática no sólo por su carestía de vida y su aplastante materialismo, sino también por romper con la tradicional contención de emociones que impone el confucionismo. Claro que, al ver la efusividad y dedicación con que abraza a las chicas que vencen su timidez para dejarse consolar por el buen samaritano y la frialdad y rapidez con que despacha a los hombres que necesitan un poco de ánimo que les reconforte, también se puede pensar que, efectivamente, no hay nada de balde en el mundo y que todo aquél que quiere algo debe pagar un precio a cambio. Aunque sea poniendo un cartel anunciando abrazos gratuitos.