Pablo M. Díez el 19 feb, 2008 La vida de los emigrantes rurales chinos es tan dura y sacrificada que forja amistades que duran hasta la muerte y, en ocasiones, incluso más allá. Es el caso de Li Shaowei, quien llegó a robar el cadáver de un compañero de trabajo que acababa de fallecer, Zuo Jiabing, y a recorrer con él cientos de kilómetros en tren y en autobús para llevarlo de vuelta a su hogar, tal y como era su última voluntad. Su esperpéntica y triste odisea, que tuvo lugar a finales de 2005, ha inspirado la película china Luo ye gui gen (La gente finalmente vuelve a casa), dirigida por un famoso director de cine, Zhang Yang (Girasoles y Ayer), y protagonizada por el humorista más popular del país, Zhao Benshan. Basándose en tales hechos, el filme muestra, en tono de comedia negra bastante suavizada, la durísima historia real de Li Shaowei, de 61 años, y Zuo Jiabing, de 56, quienes vivían en Hengyang, una ciudad de la paupérrima provincia agrícola de Hunan. Allí no les esperaba más futuro que lamentarse por la mala suerte de no haber nacido en alguna de las prósperas urbes de la costa china que, gracias a las reformas de corte capitalista acometidas por Deng Xiaoping tras la muerte de Mao Zedong en 1976, se han desarrollado al amparo del espectacular crecimiento experimentado por el gigante asiático durante el último cuarto de siglo. Como otros 150 millones de habitantes del entorno rural, ambos se vieron obligados a marcharse a la rica provincia de Fujian, lejos de su casa. Aunque Li Shaowei siempre ayudaba a su amigo Zuo Jiabing para que no se aprovecharan de él en los trabajos porque éste era analfabeto, en esta ocasión les engañaron a los dos. Tras un agotador viaje de un par de días a bordo de los trenes y autobuses de las provincias de Hunan, Guangdong y Fujian, llegaron el 27 de noviembre de 2005 a Lonyan, donde habían encontrado un tajo que era incluso más duro de lo que pensaban. A razón de tres yuanes el metro (menos de 30 céntimos de euro), tenían que abrir en una carretera asfaltada una zanja de 80 centímetros de profundidad sólo con sus picos y palas, ya que no disponían de máquinas perforadoras. Para vivir, la empresa los había alojado en una pequeña e infecta casa de piedra en la que tenían que comer sobre cajas porque carecía de mesas y sillas. A la semana de estar allí, sólo quedaban nueve de los 30 operarios que habían comenzado las obras, pero Li Shaowei y Zuo Jiabing no podían abandonar porque sólo tenían 70 yuanes (7 euros) entre los dos y no les alcanzaba para el viaje de regreso. Como únicamente ganaban 10 yuanes (1 euro) al día tras picar el pavimento desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde, decidieron seguir allí hasta ahorrar el dinero suficiente para volver a casa. Un sueño que Zuo Jiabing no pudo cumplir porque, tras emborracharse la noche del 31 de diciembre para celebrar el Fin de Año, cayó fulminado por la mañana tras presentarse a trabajar en plena resaca. Sus compañeros intentaron reanimarlo sin éxito, pero hasta las seis de la tarde no lo llevaron a un hospital, donde los médicos sólo pudieron certificar su defunción. Cuando los obreros estaban discutiendo cómo avisar a la familia, de repente se dieron cuenta de que el cadáver había desaparecido y de que Li Shaowei se había marchado con otros dos operarios. Entonces recordaron la conversación que habían tenido la noche anterior y lo que les había dicho Zuo Jiabing: Si algún día muero, sólo quiero que me llevéis a mi casa con mi familia. Y eso es, precisamente, lo que se disponía a hacer su amigo, que le puso un abrigo al finado y se lo llevó a hombros corriendo. Al llegar a la estación de trenes con sus otros dos compinches, rociaron el cadáver con el fortísimo vino blanco local (bai jiu) para que apestara a alcohol y así pareciera que estaba borracho, no muerto. Con el difunto a cuestas, entraron en el vagón y viajaron durante toda la noche hasta Guangzhou (Cantón) sin que nadie sospechara nada. Ya por la mañana, tomaron un autobús para dirigirse a otra estación ferroviaria, desde donde podrían retornar a su ciudad natal. Como no tenían dinero para los billetes y no querían usar los 1.140 yuanes (110 euros) que el capataz de la obra les había dado para la familia, no se les ocurrió otra cosa que empaquetar el cadáver para facturarlo. Y en ésas estaban, en medio de la plaza de la estación, cuando un policía se percató de su sospechosa actitud. ¿Qué tenéis ahí?, les preguntó el agente, a lo que Li Shaowei, asustado, sólo pudo contestar: Una persona. Ahí acabaron el viaje final de Zuo Jiabing y el empeño de su amigo por hacer cumplir su última voluntad. Una semana después, y una vez pasada la indignación de la familia con Li Shaowei por tan rocambolesca fuga, el cadáver era incinerado en Guangzhou. Sobre la urna de las cenizas, sus amigos colocaron un retrato. Pero, como no tenían ninguna imagen de él, le hicieron una foto una vez muerto y le pintaron los ojos abiertos con el programa de ordenador Photoshop. Fue la primera y la última foto de Zuo Jiabing, quien, como recordaban los que le conocieron, era tan pobre que sólo tenía una pequeña televisión en blanco y negro que le regaló su cuñado en 1990 con motivo de su 41 cumpleaños. Descanse en paz, sobre todo después de tanto ajetreo. Otros temas Tags cadaverchinacuerpoemigrantesfujianguangdonghechoshunanli shaoweiodiseapel cularealesviajezhang yangzhao benshanzuo jiabing Comentarios Pablo M. Díez el 19 feb, 2008
Entrevista íntegra a la Nobel de la Paz María Ressa: “Las elecciones de Filipinas son un ejemplo de la desinformación en las redes sociales”