Cuando llegó al Osasuna le mandaron a pedir “cinco hijos puta” y así los pidió en un bar. Esa fue su llegada popular a Pamplona. Antes, al recibir la oferta, preguntó donde estaba Osasuna, que no la veía en el mapa. Hasta que supo que era la Pamplona de los toros, del gran Ernest H.
Nació en Leicester 1959, en pleno reinado del Real Madrid. Su padre le habló en su día de aquel equipo, con Di Stéfano, Puskas, Gento y Kopa, que pudo con el Manchester United. Y se le quedó grabado.
Cuando Michael tenía seis años se enteró de la nueva victoria del Real Madrid, la sexta Copa de Europa, ganada con once jugadores españoles. Y soñó con jugar un día en ese equipo. Era, fue y es, desde el cielo, madridista.
Pero militó en el Liverpool. Y en su amado club de Anfield ganó la Copa de Europa en 1984. La llevaba él en el aeropuerto de Roma, antes de volar a Liverpool. Y se la dejó en el “duty free”, pues había ido a comprarle un cartón de tabaco a su madre y se olvidó el trofeo.
Estaba en la sala de embarque, Souness le preguntó donde tenía la Copa y vio correr a Michael “como nunca en su vida, en el campo nunca corrió tanto”. Así nos lo contaba el propio Michael. Fue grande en un conjunto que cogió el testigo como rey de Europa desde 1976.
Robinson se ha muerto. Fue un futbolista normal, como él mismo decía. “Era el más malo de todos“, nos relataba al recordar sus hitos en el Liverpool. Donde realmente triunfo fue como comunicador. Su lucidez para trasladar su sabiduría del fútbol a la televisión y la radio ha sido espectacular. Ha sido un pionero en ponerle gracia y buen humor a un espectáculo al que el público debe acudir para disfrutar de él y no para enfadarse, como hacen tantos. Michael lo entendió muy bien el fútbol y así lo quiso transmitir. El “football” era un escape, una celebración, un gusto y como tal lo interpeló. Habló de fútbol y sabía, pero le puso la alegría que le faltaba.
Bien recuerdo cuando me decía que “yo era el peor futbolista”. Comentaba con carcajadas que cuando él acertaba en sus centros es porque un día se puso las botas al revés. Te rompías de risa con Michael. Concretaba un día que dio que un gran pase de gol porque la bota izquierda la tenía en la derecha y lo puso perfecto. “Lo tenía que haber hecho toda mi vida así”, apostillaba.
—“España es un gran país de muchos defectos, pero las virtudes son grandiosas, mientras Gran Bretaña tiene muchas virtudes, pero nuestros defectos son horribles“. Lo recordaba a todos los que acudían a preguntarle con tópicos xenófobos, que solo demostraban ignorancia—-
Le gustaba la vida española, porque esa visión tópica de la fiesta era falsa y la explicó aquí y allá, en Gran Bretaña. Comprendía que en nuestro país se trabajaba mucho, por la mañana, por la tarde y por la noche, porque nuestros horarios son eternos, y sobre todo en el fútbol y en la prensa. Y comprendía que la comida o la cena, con buenas viandas y buen vino, era un descanso feliz antes de volver al trabajo. Le gustaba comer, beber y brindar, celebrar con nosotros los buenos momentos, en la comida, antes de acudir al campo, o después, de noche, de madrugada, tras tantas horas de trabajar. Era el relajamiento posterior.
Hemos viajado juntos durante muchos años, en trenes, en aviones, en autobuses. Quedaba muchas veces con él aquí, en Madrid, en el hotel Eurobuilding de toda la vida. Michael bajaba con su ordenador a leer cosas del fútbol y a hacer análisis técnicos y tácticos para la televisión. Al final terminábamos hablando desde las doce del mediodía hasta las dos y teníamos que decidir si comíamos o si nos íbamos cada uno por nuestro lado a cumplir algún compromiso.
Recuerdo muy bien un día que yo estaba con Luis Miguel Beneyto, directivo en la época de Luis de Carlos, para hablar del Real Madrid, y le presenté a Robinson, que estaba con su eterno ordenador. Terminamos hablando hora y media. Sus valoraciones del futbolista eran magníficas. Veía a los jugadores de manera diferente. Alegre y dicharachero, desde que resurgió el cáncer le fue cambiando el carácter, más tristón y reflexivo, porque el sabía muy bien lo que se avecinaba.
Luis Miguel Beneyto fue testigo cuando nos dijo que era un milagro que estaba todavía aguantando, pero después llego la curva inevitable hacia abajo. Decía que era algo superior a lo normal que siguiera vivo y trabajando. Y era verdad. Lo que más echaba de menos era jugar al golf.
Al final se nos ha ido como él quería, sin hablar nunca del adiós. Quería que le recordáramos como en sus buenos tiempos, con esa felicidad total que demostraba ante el micrófono, con gracia, con comentarios agudos, hasta hilarantes a veces. Sus anécdotas daban alimento a las crónicas. Dice Santi Cañizares, otro futbolista que ha triunfado como comunicador, que Michael fue pionero y el mejor.
Era tan grande que se hizo querido en el Osasuna y después en el Cádiz, del que fue consejero porque le gustaba la idiosincrasia de los gaditanos. Se ganó con su acento y su gracejo a toda España. En todos los campos había carteles que le llamaban por su nombre. Recuerdo un acto protocolario que debía publicarse en prensa y comí en el Villamagna con él. Me persiguió siete horas hasta que se publicó en ABC tres días después, aunque sea un breve. Así fue: lo bueno y breve, dos veces bueno. Se ha ido un pionero de los medios de comunicación, el primero que supo saltar del césped al asiento del periodista y se convirtió en mejor informador que jugador.
Nunca caminarás solo, Michael, siempre te tendremos delante de nuestra mente. Cada vez que vayamos a un campo de fútbol, cada vez que viajemos en el futuro, cada vez que estemos comiendo antes del trabajo, cada vez que tomemos algo después del partido, los que estaremos solo seremos nosotros, porque ya no estarás tú allí. Adiós amigo adiós compañero.
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