Es indiscutible, porque los propios implicados, el ministro Jorge Fernández Díaz y Rodrigo Rato, lo han admitido, que ambos tuvieron una reunión en la sede del Ministerio del Interior. Sobre lo que sí puede debatirse es de lo que hablaron, ya que no consta que nadie estuviera presente en la entrevista y ambos dieron versiones algo diferentes: el ministro afirmó que conversaron sobre “temas personales” y Rato sobre “todo”.
Pues bien, la situación en la que se encuentran ambos, el primero al frente del ministerio del que depende la unidad policial encargada de investigar las presuntas actuaciones ilícitas del segundo, genera una apariencia que invita a considerar como posible que hubieran hablado de la situación personal del señor Rato.
Escribió Baltasar Gracián que las cosas muchas veces no pasan por lo que son, sino por lo que aparentan, sobre todo si se miran con ojos de malicia. Y claro, la oposición que necesita llevarse a la boca algún hueso del gobierno para roerlo y desgastarlo, ha proyectado sus ojos maliciosos sobre la reunión, y ha preparado una batería de preguntas para la próxima comparecencia del ministro ante el Congreso, cuya enunciado da por supuesto que hablaron de la situación procesal del señor Rato.
La cuestión recuerda a la capciosa pregunta que le hizo un fiscal norteamericano a un acusado: “¿Ha dejado usted de beber?”. Si el acusado decía que no, es que seguía bebiendo, y si decía que sí es que antes había bebido. Por eso, ante preguntas como ésta, lo que hay que responder es que no se admite por capciosa.
Como todos imaginaran, tampoco yo sé de lo que hablaron, ni me importa. No descarto que Rato hubiera intentado comentar con el ministro su “tema”. Pero de haberlo hecho, tal y como están hoy en día las cosas, es mucho suponer que el ministro pudiera haber accedido a interceder ante la UDEF (Unidad Central de Delincuencia Económica y Fiscal) para favorecer la situación de Rato.
Así que es muy posible que el escándalo mediático que ha montado la oposición sobre esta reunión (por cierto, en lugar cuyo acceso es fácilmente controlable) para fabricarse un hueso en el que roer se acabe convirtiendo en una simple “chuche” (concretamente una nube de golosina de algodón) con forma de tal que se deshará en sus “afilados” dientes tan pronto como intenten darle el primer bocado.
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