Ningún comunista quiere que le llamen comunista cuando todavía es crisálida. Las crisálidas son quiescentes. lo que significa que pueden desarrollar movimiento pero están quietas. La utilización de la palabra soviet por la señora Aguirre ha enardecido a la mitad progresista de Twitter, que seguramente emite el ochenta por ciento de los tuits. Me gustaría pensar que la violencia contra el uso de ese sustantivo es una reacción de ignorancia bienintencionada de quienes, en nuestras dos mayores ciudades, han votado masivamente comunismo sin saber lo que significa esa palabra. Pero temo que sea la respuesta de quienes todavía no querían oírla pronunciada en público. Los soviets fueron las asambleas de trabajadores rusos creadas antes de que estallara la dictadura comunista rusa; ésta los empleó para ejercer su poder. La aparente boutade de exigir que no haya soviets en Madrid sólo es una forma de exigir que la jueza Carmena retire sus propuestas más radicales. La expresión es valiente por pionera y brillante porque está generando debate en forma de millones de titulares. Toneladas de tinta.
La implantación del comunismo exige violencia y mentira. Si los actos de violencia iniciales envejecen, hay que intensificar y perfeccionar la mentira para sostener un sistema diametralmente opuesto a la libertad. La mayoría, tarde o temprano, tiende espontáneamente a ser libre. Por eso, lo primero que hacen los nuevos dictadores es expropiar los medios de comunicación alegando que así desposeen a los burgueses de sus medios de poder. En defensa de la libertad, cierran diarios o les hacen difícil subsistir. Si alguien lo duda y esa duda es sincera y no ideológica, que le eche un vistazo a Caracas o cite algún diario libre radicado en suelo cubano. Construir un sistema totalitario exige, además, evitar anuncios que puedan desactivar el factor sorpresa. Cuantos menos pregoneros cultos y clarividentes, mejor. Lo que hace falta es tener enteraos, sabios del vacío. El enterao no ha leído una línea sobre dictaduras, pero repite sonriendo la sandez “Es imposible que eso suceda aquí”. A estas alturas, usted y yo conocemos alguno que vive cerca de nuestra casa y todos pontifican sobre Podemos. Hubo estos vaticinios de calma en casi todos los países que el comunismo destrozó. También en Venezuela, un régimen de miseria y pesadilla a cuyo dictador han asesorado directamente los ideólogos que quieren enseñarnos cómo debemos vivir aquí: los oradores de Podemos y sus filiales. Hay profesores que, desde el sosiego de la universidad pública, han creado durante años una base ideológica que realmente no lo es: no se refiere a la razón política, sino a los sentimientos.
Repito: el comunismo nunca anunció que habría violencia. Llegó, arraigó, segó incontables vidas y volvió grises todas las demás. Arruinó la economía e hizo lo que temía Nietzsche: igualar a todos por el rasero de debajo y anulando a todos los hombres brillantes. Conquistadas las dos primeras ciudades, el argumento “están ustedes transmitiendo miedo” es una banalidad peligrosa. Yo estoy transmitiendo un reflejo de la historia y haciendo una proyección de futuro que espero que no se cumpla. Pero no banalicemos las desgracias. El comunismo es nocivo y además es mentira: no crea ningún bienestar jamás, salvo para élite comunista.
Pablo Iglesias ni se molestó en disimular cuando dijo que “El cielo no se toma por consenso, sino por asalto”. Una frase marxista dirigida a gente que no ha leído a Marx y que absorbe esa doctrina a través del único lenguaje que conoce: el de la televisión. La tele es el cable y la energía es la de los sentimientos que les decía. Pablo se formó en la caja tonta como el brillante orador que es. Amo y señor de una casi inmejorable retórica para ignorantes. Para poco vale lo que se dice fuera del ágora de la tele. Que el profesor Gabriel Albiac subraye que los extremistas franceses de Le Pen no pueden llegar tan lejos como los nuestros sólo porque socialistas y conservadores se apoyan mutuamente para pararlos cuando hace falta. Inútil resulta también que el cerebro privilegiado de Joaquín Leguina, tan poco sospechoso de ser de derechas como muchos de los que no queremos extremistas, nos advierta que “Podemos es un peligro público” al que no hay que votar “bajo ningún concepto”. La distinción conceptual que Joaquín realiza es ésta: adversarios son aquéllos contra los que competimos y enemigos son los que pretenden destruirnos, como los nuevos populistas, oradores de masas. Además, Marx escribió todo lo que escribió en otro escenario: él atisbaba una Inglaterra llena de obreros que trabajaban durante 15 horas diarias y dormían hacinados con su familia en una sola cama. Los mismos Marx vivieron agobiados en medio de una terrible miseria que de algún modo desembocó en la muerte de tres niños pequeños. Aquí, la mayoría tiene mucho más que lo que él pidió. Por eso hay que ocuparse de quienes no lo tienen en lugar de destruir la prosperidad del colectivo. Pero los extremistas han tomado las dos principales ciudades y se están creciendo. Los españoles no leemos y escuchamos, pero sólo a quien habla como a nosotros nos gusta. Por eso las tertulias de la tele son monocordes o colectivos de cuatro oradores uniformes que vapulean a un sparring remunerado. Bustos parlamentes de izquierdas y derechas esperan a que el supuesto oponente termine de hablar mientras preparan una respuesta brillante, pero lo cierto es que no escuchan al contertulio. Por eso, la perla no suele ajustarse con coherencia a lo dicho antes. Sistemáticamente, nosotros desacreditamos a quien piensa diferente. Los comunistas suelen decir que ser anticomunista es ser fascista, pero Borges afirmó que esto es tan incomprensible “como decir que no ser católico es ser mormón”.
Einstein, Burke y Martin Luther King nos advirtieron en diferentes momentos de la historia y con diferentes formulaciones: lo más peligroso no es la intención de los malvados, sino el silencio de la mayoría. Ha llegado el momento de mojarnos. La hora de no ser fanáticos. De que los adversarios en buena lid nos unamos contra el enemigo que amenaza nuestra libertad: la demagogia. Si alguien no quiere soviets, como periodista lo apoyaré y garantizaré que se le escuche. Echar al Gobierno conservador es una de las opciones sensatas, pero sustituirlo por un totalitarismo es un suicidio colectivo.
Más vida en @rafaelcerro.
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