Un tipo asciende y los compañeros exclaman: “¡Pero si éste era el chico de los cafés!” Exacto: todos empezamos de algún modo y él lo hizo así. Pero la perspectiva diacrónica de su evolución laboral lo define mucho mejor que una foto fija de hace treinta años. Es cierto que aquí no rigen los principios de mérito y capacidad para la selección de trabajadores, especialmente en la cosa pública. Cuántas cátedras habrán terminado en manos del hijo del catedrático. Pero no debemos generalizar: en ocasiones, el más capacitado triunfa incluso aquí, el paraíso del enchufe y también el lugar donde no debes trabajar muy bien si no quieres que tu jefe te enfile. Generalizamos porque la envidia nos ciega. Nos hace ponderar lo menos importante, como el origen del individuo o su bisoñez, y esa reflexión viciada enturbia lo esencial: el mérito. Medrar mediante la designación de familiares, amigos y coimas señalando con la yema del dedo no es lo mismo que triunfar mediante la inteligencia y sudando. Quiero decir, mediante la capacidad y el mérito.
No se puede odiar a todos los ricos, como hace la extrema izquierda capilar que nos ha salido ahora como una erupción de nuestra propia incultura. Antes, hay que diferenciar el origen lícito o ilícito de cada patrimonio. Estigmatizar al opulento es dañino para el señalado, para el que señala e incluso para el colectivo, pues conduce a que nadie trabaje. Para qué. Ser rico puede ser pecado como lo es ser inteligente. Discuto con un sujeto lleno de prejuicios que odia a Amancio Ortega. Exclama que querría “pisarle”, aunque quiere decir pisarlo. Aludo a las generosas donaciones a beneficencia del gallego, pregunto al envidioso si él ha donado algo y resulta que no: ni un euro. Creo que odia a Ortega por existir y también por ser empresario. Por eso prefieren los empresarios ser llamados emprendedores, que es el eufemismo que han buscado para protegerse de los que tienen las rastas dentro del cráneo, siguiendo las circunvoluciones cerebrales. Para los marxistas sublimes, los pobres muestran solidaridad pero los ricos solamente caridad.
Nadie ha demostrado que la envidia fuera oriunda de aquí y otros pueblos también la sienten. Aparte del dinero, la gente envidia cosas como el sentido del humor, la talla de sujetador o la misma belleza. La que inventó aquella sandez de “la suerte de la fea, la guapa la desea” era seguramente una envidiosa. Los compañeros envidiosos llaman empollón al niño brillante y trabajador, y eso termina a veces en acoso. La gente odia al varón conquistador y también al que conduce coches caros. He recorrido la Castellana con un utilitario y con un Porsche 911 y te pitan mucho más en el segundo caso. La gente envidia al negro de Whatsapp (al “ciudadano de origen negro”, se dice ahora), pero no lo entiendo, porque me parece un hombre normal.
@Rafaelcerro
Otros Temas