Los autores del rumor, “hoax” en el inglés de la Red, hacen creíble lo inverosímil: nos hemos tragado hasta que los imanes de la nevera vuelven cancerígena la comida a través de la puerta. ¿Y no afectan a los que estamos afuera? Casi todas las cadenas que difundimos por Internet para auxiliar a enfermos o buscar niños son falsas. Llega una petición de ayuda de un supuesto enfermo de fibroplastia osificante que cita a la subdirectora de enfermería del Hospital General de una capital de provincia. Compruebo que ella ya no trabajaba allí, que el hospital está saturado de llamadas por culpa del bulo y que los tres números de teléfono que el correo electrónico aporta son falsos. El rumor suele apelar a una autoridad para hacerse creíble y a nuestros buenos sentimientos para ser difundido de la manera que ahora llamamos viral. Si no podemos contrastar su veracidad llamando, borrémoslo. No ayudamos a nadie atascando la famosa autopista de la información ni difamando a terceros.
El rumor puede buscar desprestigio, diversión o listas de direcciones. Uno le atribuyó al profesor Sampedro un artículo que insultaba gravemente al presidente del Gobierno. El científico J. Hopkins lleva nueve años intentando distanciarse de una chorrada que alguien le atribuyó: el táper liberaría dioxinas cancerígenas al calentar la comida. Lingüísticamente, el rumor en Internet se parece al boca a boca en que apela al morbo y a lo importante que se siente quien cree saber algo confidencial, y se diferencia en que no se deforma, pues es escrito. Muchos se reconocen porque no llevan fecha para poder circular durante años o porque contienen más faltas de ortografía que la carta de una concejala de Cultura.
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