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Blogs Pienso de que por Rafael Cerro Merinero

Madrí

Madrí
Rafael Cerro Merinero el

Faltan cuatro jornadas para las elecciones europeas que sólo interesan a los que se reparten escaños, dietas, semanas laborales de tres días y billetes gratuitos de avión. Faltan tres para el fútbol. Si en los últimos años hemos vivido diez o quince partidos del siglo, no imagino cómo denominarán a éste. El del milenio, quizá. El Aleti contra el Madrí, nada menos. La prosodia de una ciudad cuyos aborígenes no saben pronunciar su nombre correctamente. Prácticamente nadie dice Madrid. Las pronunciaciones de la calle son [Madrí], [Madriz] y, más minoritariamente, [Madrit], que realmente es como se dice en Barcelona. Lo más aconsejable, pronunciar la palabra como se escribe, pero sin recrearse excesivamente en la d: [Madrid], con una consonante final suave. La prosodia de la desidia en un lugar, éste, donde no te cogen el teléfono antes de las diez en casi ningún centro de trabajo y donde las pronunciaciones difíciles se eliminan. Por eso motu proprio pasó a ser motu propio y por eso recortamos aquel elegante “mejorándolo lo presente” y lo convertimos en “mejorando lo presente”, una grosería que le soltamos a cada interlocutora cuando creemos que ha pasado otra más hermosa. Por eso adoptamos cada anglicismo que nos pasa rozando: para no agotarnos defendiendo el español.

La locutora de la tele dice [ínternacional], apoyando la intensidad en la primera sílaba. Dice ridículamente [Ártur] Mas en lugar de Artur Mas, como si el presidente catalán fuera el monarca de la Tabla Redonda. Una noche de luna llena, Arturo Mas se cambió el nombre de pila por el de Artur, y los periodistas hemos terminado poniéndole [Ártur], como si fuera el rey legendario de poemas y relatos. La tele dice [pernotaciones] y también [vente] en lugar de veinte. Los locutores sin formación han cambiado el ordinal trigésima por el cardinal treinta, así que cuando llega ese espectáculo cultural de canciones sublimes llamado Eurovisión tenemos que oír “la treinta edición”. O la que sea, que poco importa porque el festival no se va a terminar nunca. En efecto, hoy cualquiera puede hablar por la radio o por la tele. Primero prescindieron de las voces eufónicas y después, del cerebro. Por la calle y en las aulas afloran terribles “vinistes” y horrorosos “ves”. “Ves” a por tal o cual cosa. El imperativo “idos” está desapareciendo y convirtiéndose en un cultismo: ahora, la gentualla dice “iros de aquí”. Enhebramos una salvajada tras otra ensuciando un idioma que debería ser una magnífica herramienta de trabajo en todo el mundo y que podría evolucionar, pero degenera.

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