Escucho con admiración a un candidato socialista por Madrid: ése que es un magnífico orador, amén de una persona cortés. Arremete en privado contra los colegios concertados y privados. Una periodista del sector público de las que dicen ‘vinistes’ por teléfono a sus hijos me comenta que odia todo lo que tenga que ver con la palabra excelencia. Es una postura inteligente, pues en un sistema de selección por calidad ella no tendría empleo. En el esquema español, le ha bastado con afiliarse a un sindicato para disfrutar de una vida laboral cómoda. Eso sí: a condición de vivirla entera en el mismo lugar y con un currículo de una sola línea, para no tener que atravesar tamiz alguno.
Toda la izquierda y una parte de la derecha han conseguido imponernos el valor igualdad por encima del valor libertad. Tanto en materia de feminismo radical como en lo referido a la educación o al desempeño laboral. Se trata de equiparar siempre, en el trabajo y en el estudio, a quienes muestran diferentes niveles de capacidad y de mérito. O sea: de enrasar tanto por cualidades innatas como por esfuerzo, una práctica opuesta al concepto de justicia, pero desde luego muy favorable al de igualdad. La idea de imponer ésta por la fuerza y de formar sólo trabajadores grises se expresa en el ámbito laboral mediante el postulado clave de nuestro sector público: “Aquí todos ganamos lo mismo”. Te llaman del locutorio de radio para traducir en directo a Cameron, o al ministro francés de defensa, o a Mas, y cuando vuelves a sentarte en la redacción te enteras de que la chica ágrafa de la excelencia gana lo mismo que tú. La idea arranca ya de la universidad: la prueba está en que cuando se intenta elevar la nota de corte para las becas España se levanta en armas. Es lógico: si exigiéramos esfuerzo a cambio del dinero correríamos el riesgo de que los chicos estudiasen. Nosotros no entendemos la beca como ayuda, sino a través de un concepto mucho más español: la subvención, que sólo significa que unos alimentan a otros. Los becarios franceses se comprometen a seguir sacando buenas notas para no ser expulsados del programa, pero generalmente nuestras becas no apoyan a los alumnos aptos: apoyan a los que tienen menos ingresos. Entender que todos tenemos que realizar estudios universitarios los devalúa y genera una cantidad enorme de licenciados que no tiene ni una buena preparación ni dónde trabajar. El profesor Manuel Seco dijo que “Los que salen de la universidad tienen una incultura idiomática brutal”, pero creo que sigue esperando una respuesta de algún ministro de Educación después de cinco años. También dijo «Sería necesario reeducar a los políticos, pero lo veo imposible: piensan en otras cosas».
Vivimos sumergidos en la escucha recurrente de la falsedad “La generación mejor preparada de la historia”. Todos sabemos que eso es falso si hablamos de lengua, humanidades y otras materias, pero soportamos que los políticos nos lo repitan a diario para fingir que el esquema de igualdad ha servido para construir un buen sistema educativo. Aceptar mentiras también reduce nuestra libertad y nos hace parecer imbéciles.
Tenemos un conflicto con la inteligencia. La prueba está en que lo primero que escuchan los papás de un niño extraordinario que hace un test aquí (un altas capacidades, eufemismo del término que nos da miedo: superdotado) es la mismísima síntesis del saber popular: “Estas inteligencias tan altas causan muchos problemas”. Sí: aquí, en la tierra de los hombres de gris de Momo. Para Michael Ende, los caballeros de gris querían estafar a los humanos: vivían de su tiempo.
Más vida en @rafaelcerro
Ideología de géneroLenguaje Español