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Letanía nacional

Letanía nacional
Rafael Cerro Merinero el

El 22 de diciembre es el único día en el que la radio pierde su frescura, hasta el punto de que podría emitir enlatado el mantra infantil de años anteriores. Esta misma temporada, antes de que los niños comiencen a recitar su letanía, la presentadora de uno de los informativos más vistos de la tele ilustra un reportaje sobre el Gordo de Navidad. Informa de que las terminaciones más frecuentes son el 4, el 5 y el 6 y vuelca en la antena esta frase tan aguda: “Sin embargo hay gente que opina que todo es cuestión de suerte, pero otros afirman que más bien interviene el azar”. Sublime. Como los testimonios del público previos al sorteo, recurrentes a lo largo de años y décadas en una espiral de monotonía: “¿Que qué haría si me tocara? ¡Pues quitarme la hipoteca!”. Ningún español sin su hipoteca.

Suerte y azar. Ya sufrimos otro pleonasmo parecido, “accidente fortuito”, cuando se produjo un incendio en la clínica La Milagrosa donde estaba ingresado el Rey don Juan Carlos. Alguien que quería subrayar lo azaroso del fenómeno escribió el sintagma en un comunicado de prensa y los redactores que no redactan lo eternizaron en una cadena de copiar y pegar. Anatole France decía que el azar era el seudónimo de Dios cuando no quería firmar. Einstein pensaba que el azar no existía porque él estaba seguro de que Dios no jugaba a los dados. Otro espanto del 22 de diciembre es escuchar cada año el mismo chiste: “Es el día de la salud”. Hasta las mejores bromas huelen cuando se repiten demasiado. Otra aseveración que escuchamos casi siempre es la de “Ha estado muy repartido”. Son frases de circunstancias que hacen parecer que el tiempo se ha congelado. Como las manifestaciones de júbilo de los afortunados que muestran con gran astucia y soltura un billete premiado con cuatrocientos mil euros por si algún chorizo no sabía qué piso reventar. Como las respuestas de esos premiados, también recurrentes: “¿Que qué voy a hacer? Lo primero, tapar agujeros”. Ningún español sin su agujero.

Con mi agradecimiento, a Julio Bronchal.

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