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Blogs Pienso de que por Rafael Cerro Merinero

Lenguaje dispar (y II)

Lenguaje dispar (y II)
Rafael Cerro Merinero el

El niño dispar, al que antiguamente se denominaba superdotado pero que ahora responde al eufemismo de ser “un altas capacidades”, advierte que recibe menos pescozones cuanto más oculta su discurso. Eufemismos por doquier: la administración autonómica denomina al individuo menos capacitado como “mediano inferior”. Un oxímoron destinado a retorcer el lenguaje y a cogérsela con papel de fumar. El primer gran reto de conversación del pequeño consiste en responder al visitante que cada vez que llega le pregunta: “¿A quién quieres más, a papá o a mamá?”. El mayor pregunta delante de los padres, junto al dálmata de porcelana de la entrada, para poner al pipiolo en un compromiso y hacerle sufrir.

Con la vida adulta llegan retos muy duros, como soportar ver a la gente escuchar misa en chándal o intentar imposibles físicos. Por ejemplo, embolsar la compra al ritmo de la cajera del supermercado. Lingüísticamente hablando, el gran desafío es soportar en muchos currículos de Twitter el consabido “amigo de sus amigos”. Una pegatina que parece vacía de significado, pero que realmente quiere decir “El que firma esto es vulgar y sólo se le ocurre describirse así, como haría el resto de la turba”. Crece el chico y oye en la radio la frase “desterrar la violencia del fútbol”. Sabe que eso es como desterrar la cruz de una moneda: la inscripción seguirá presente ahí detrás. Precisamente por no saber de fútbol, por carecer del imaginario universal, el raro se queda fuera de muchas conversaciones. Un día llega a trabajar en la radio. Cada temporada, alguien le grita “¡No te pongas nerviosa!” a la chavala de prácticas que se enfrenta al directo. Pero “cálmate” es lo único que una persona inteligente no le diría jamás a alguien que ha perdido la calma. El joven redactor lee una frase que los cortesanos del periodismo escuchan sonrientes meneando la cabeza: “El presidente administra muy bien los tiempos”. Para su capacidad de intelección, esa oración significa “el presidente lo hará cuando le dé la gana; podéis copiar y pegar esto”. Él creía que ser redactor consistía en redactar, no en fusilar. Con el transcurrir de los años, todo el escenario de la comunicación va llenándose de necios, consejeros, contertulios ágrafos y otros coyotes. En frase de Anatole France, “es más peligroso un tonto que un malvado, porque el malvado descansa, pero el tonto no”. Decir “soy un intelectual” es reconocer un borrón. Al menos en España, también llamada “este país” o “el Estado español”, un lugar casi sin oxígeno ni espacio para la expansión del sujeto. La frase más emblemática en los centros de trabajo es el epitafio de la iniciativa individual: “Aquí todos ganamos lo mismo”. Queda la satisfacción de las tertulias de restaurante, con amigos de edad provecta que leen mucho. Uno dice, fingidamente circunspecto, que “el matrimonio no resuelve el problema del sexo, pero tampoco lo agrava”. El gran José Ortega había diseccionado la pareja: “Hay quien ha venido al mundo para enamorarse de una sola mujer y, consecuentemente, no es probable que tropiece con ella”.

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