Las palabras talismán aquà son esfuerzo y gratis. Abominamos de la primera, como demuestra el sÃndrome posvacacional que no padecen en los paÃses que descansan una semana en verano. O con la bronca de las becas tómbola, que tiene su lógica. Si te obligan a ganártela, ¿qué gracia tiene una beca? Exigir nota es una obscenidad. Los chicos podrÃan alienarse, o incluso acabar estudiando. Lo divertido de ir a la universidad es ser un tuno de treinta y dos años con bigote y dos hijos en la ESO.
Lo que sabe bien es lo que se logra sin esfuerzo: lo gratis. Inventamos el pleonasmo gratis total para tranquilizar a los que todavÃa temÃan pagar algo alguna vez. El público de Fitur acarrea toneladas de adhesivos  regalados que al llegar a casa tira a la basura. Una azafata me dice que no saca los mecheros de plástico por si una avalancha le tira la caseta. Internet regala libros y pelÃculas, y ahora pagar por la cultura nos indigna. Algunos cambian a un servicio gratuito de mensajerÃa telefónica para no abonar a Whatsapp setenta y nueve céntimos ¡al año! Los palitos de presunto cangrejo de la degustación del hÃper vienen sobados por desconocidos que han metido la mano en la bandeja, pero son gratis. Odio la lubina, pero he comprado veinticuatro porque hoy daban tres por dos. TenÃan los ojos vidriosos. Un laboratorio halló restos de orina en un cuenco de palomitas de un bar, pero seguimos comiéndolas. Si me regalan una camiseta de Portland Valderrivas, me la pongo para ir a trabajar. Al menos, si hace juego con las chanclas que me dieron con una revista.
Es fascinante que la sociedad mida mi prestigio por la cantidad de sitios en los que puedo colarme y por las cosas que consigo de gorra, no por las que logro sudando como Adán. Claro que él no vivÃa en España y trabajaba por mandato divino.
@rafaelcerro
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