La presencia masiva de la construcción catástrofe humanitaria en la prensa es desoladora porque denota su nivel gramatical. El giro ha llegado para quedarse, como ocurrió con la hoja de ruta, antes sencillamente plan. Una catástrofe es un suceso infausto; por definición, algo malo para el ser humano. Con la esdrújula catástrofe queda dicho todo, porque es rotunda hasta en la prosodia, pero muchos periodistas tratan de reforzar el sustantivo con el adjetivo humanitaria. El problema es que humanitario quiere decir “Que mira o se refiere al bien del género humano”, así que unir ambos términos es un despropósito.
Sumar significados incompatibles da lugar a paradojas. La gente dice con alegría que siente por otras personas “envidia sana”, pero eso es equivalente a “odio cariñoso”. Si la envidia es “pesar del bien ajeno” según la Academia, difícilmente puede ser sana. El asunto no es baladí. Los políticamente correctos empezaron a repetir así el mantra de la “discriminación positiva” y hoy la contradicción resultante está en el Diccionario de la Academia y en el arsenal retórico de la demagogia de mucha gente. Discriminar era excluir y también dar trato de inferioridad a alguien, pero esa acción se ha convertido en aceptable para la sociedad y en todo un negocio del que vive mucha gente. Un oxímoron normalizado a la fuerza. Para asegurar la felicidad universal del mundo que inventó Aldous Huxley había que recortar las libertades de elección y de expresión; sobre todo, de expresión emocional. Eso sólo se consigue manipulando el lenguaje. Recordemos que, mientras el país se ha convertido en una distopía para los varones divorciados, las feministas radicales siguen denunciando que las instituciones son patriarcales y casi siempre apuntan a la Real Academia Española de la Lengua. Lo de las “miembras” no fue hábil, pero tampoco casual. El ex presidente Griñán pidió en un mitin que lo llamaran “presidenta”. Todo por los votos.
Menos peligrosa es la sandez recurrente “el más grande de Europa”. Si el dato está comprobado, perfecto. Pero los periodistas de copia y pega lo repiten aunque no haya certeza ni verosimilitud en la afirmación. Cada atracción de parque que hay que publicitar se convierte en “la más alta de Europa”. ¿Por qué no dicen el más grande “del mundo”? Porque los receptores no lo creeríamos tan fácilmente. “Del mundo” es demasiado pretencioso para hacer tragar un dato que no se ha contrastado. También otorga puntos para conseguir honores de primera página ser parque natural, ser parque nacional, ser patrimonio de la humanidad y ser patrimonio de la Unesco. Lo único que queda en España que todavía no es patrimonio de la Unesco es el aparcamiento de Carrefour.
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