El Diccionario de la Academia define piropo como lisonja o halago intencionado y grosería como falta de respeto. La presidenta del Observatorio contra la Violencia de Género, Ángeles Carmona, propone erradicar los primeros “aunque sean bonitos, buenos y agradables” y amputar las sonrisas de las mujeres y los hombres que los escuchaban.
Carmona no es un florero del montaje feminista radical español, que organizaron los socialistas para atraer el voto femenino, las subvenciones para las asociaciones extremistas y sus puestos de trabajo de libre designación. Ella es una jurista profesional que sabe por dónde pisa en este terreno. Fue nombrada a propuesta de los conservadores y ha llegado hasta aquí por sus méritos. Se puede dialogar con ella. En su discurso no pueden caber resonancias del discurso feminista radical. Por talante y formación debe estar a distancia de las que la calle llama hembristas, por analogía con el adjetivo machista, y también feminazis. El neologismo feminazi, no admitido por la Academia, alude a la analogía entre el nazismo y el feminismo radical. Ambos persiguen judicialmente a lo que llamaríamos grupos de cuna de la población. El nazismo cazaba a los nacidos judíos con leyes ad hoc y el feminismo extremo somete a los nacidos varones con un derecho de autor hecho a medida para condenarlos, a menudo independientemente de su culpabilidad o inocencia. La gran paradoja lingüística del feminismo extremista está en que su vocablo de bandera es igualdad, pero su praxis es desigualitaria: siempre contra el varón. Las leyes de España le quitan a él la presunción de inocencia para los casos de malos tratos y lo castigan más severamente por las mismas acciones. No agravan su pena por sus actos, sino por su condición genital de hombre.
Lo importante no es si los piropos eran una hermosa práctica. Lo esencial es que un cargo de la Administración pretende imponernos un modo de hablar. Cuando un político te señala qué puedes decir le falta un minuto para indicarte qué debes pensar y crear una distopía al estilo de Orwell. La grandeza del lenguaje está en que discurriendo y hablando con limpieza y albedrío somos más libres. La corrección política es una censura que le indica a la gente cómo debe pensar para ser progresista.
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